Colombia: ¿crónica de una debacle inexorable?

Colombia: ¿crónica de una debacle inexorable?

El peor escenario posible para cualquier nación es quedar presa entre dos fuerzas extremas y que además se la disputen como botín de guerra

Por: Henry Mesa Balcázar
mayo 26, 2021
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Colombia: ¿crónica de una debacle inexorable?
Foto: Las2orillas / Leonel Cordero

Esa, infortunadamente, es precisamente la actual realidad de nuestro país. Por un lado, nos encontramos frente a un gobierno desconcertantemente incapaz, tan vulnerable y mediocre que ha "logrado" lo que ninguna fuerza de oposición legal o ilegal había podido en más de doscientos años de historia republicana: arrebatarle al Estado toda traza de respetabilidad y legitimidad ante un mayoritario porcentaje de la población, poniendo en jaque cualquier posibilidad de reacción, contención o justa solución a la enorme crisis económica, política y social que atraviesa el país.

Es momento de decirlo claro y sin parábolas absurdas: el de Iván Duque ha sido un absoluto y desastroso desgobierno, de espaldas al país, carente de empatía, estrategia y de inteligencia. Y son muchos los hechos que así lo demuestran a lo largo del insufrible calvario nacional que han sido estos casi tres años de mandato del vanal Duque; empero, la gota que definitivamente desbordó la amarga copa de la paciencia popular fue la dolosa estupidez de pretender imponer al costo que fuere una reforma tributaria abiertamente contraria a la realidad de miseria, empobrecimiento, desesperación y desesperanza en la que cayeron más de dos tercios de los colombianos debido a las consecuencias derivadas de la pandemia del COVID-19.

El de Duque es un caso muy difícil de explicar, puesto que siendo el presidente más joven en la historia colombiana, está muy lejos de representar los valores de renovación, audacia, visión multidimensional y ansias genuinas de cambio que generalmente acompañan a las nuevas generaciones. En cambio, durante estos años hemos podido observar a un tipo vano, melifluo, de estrecha inteligencia, soberbio y carente de empatía. Más temible aún, hemos padecido a un presidente sin ningún tipo de liderazgo e innegablemente cobarde, falto de valor y coraje. Jamás olvidarán los colombianos que durante los primeros meses de la pandemia Duque se encerró en la Casa de Nariño, haciendo de la "primera casa de los colombianos" una burbuja de cristal en la cual ocultar sus innegables carencias como persona y como líder. También se ha encerrado allí durante este último mes en que la democracia, la institucionalidad y la vigencia de nuestro Estado de derecho se hace irremediablemente trizas ante el ataque feroz y sangriento de múltiples enemigos y fuerzas oscuras.

Ahora bien, llegados a este punto es necesario entonces también afirmar que lo mejor que le pudo haber pasado a las diversas fuerzas extremas y oscuras que sueñan con apoderarse de la geoestratégicamente vital Colombia, es precisamente que un personaje de la poca talla intelectual y de carácter de Duque hubiese llegado a la presidencia, puesto que ello dio paso a todo el caos, el desgobierno y la incertidumbre que ahora les ha posibilitado echar a andar de una vez por todas sus planes y agendas de desestabilización, copamiento, desintegración y toma efectiva del poder. Así las cosas, ya las condiciones para la tormenta perfecta estaban dadas, faltaba tan solo el detonante adecuado, y llegó entonces la impresentable y casi enfermiza reforma tributaria de Carrasquilla que fue efectivamente el pistoletazo de arranque para la agenda oscura de toma del poder a través del odio, la revancha, la venganza, la ira, la desesperanza y el caos. Surgió el factor estratégico: el paro nacional de mayo del 2021.

Dicho lo anterior, es entonces posible plantear cuáles son precisamente esas fuerzas oscuras que han salido de sus antros para tomarse por asalto a ese inconmensurablemente rico botín llamado Colombia:

En primer lugar se encuentra el gran factor de dolor, violencia y desestabilización, que no es otro que el narcotráfico. Es obvio que los diferentes actores, carteles y organizaciones del narcotráfico y sus diferentes mafias han participado directamente en la organización, financiación y soporte logístico y táctico de los componentes más violentos y sediciosos del "gran paro de mayo", puesto que a nadie interesa más la desestabilización completa del país y la implosión de su sociedad y su democracia que al monstruo del narcotráfico, que siempre ha buscado valerse de sus mafias armadas, de grupos subversivos, de políticos corruptos y del hambre o la rabia de un pueblo sojuzgado para lograr su gran objetivo estratégico de hacer de Colombia un gran narco-Estado y el centro de operaciones de su inabarcable imperio del mal. Pero claro, el "narcotráfico" no es una palabra vacía y sin entidad, y tiene nombres propios: cartel del golfo, pelusos, rastrojos, caparros, carteles regionales de mafias de toda laya y, cómo no decirlo, los grandes carteles mexicanos que hace ya un buen tiempo están ampliamente posicionados en áreas y corredores estratégicos de la geografía colombiana.

Luego están las actuales disidencias farianas (en cada una de sus múltiples versiones), el ELN y otra serie de grupos diversos que son un complejo e inasible híbrido entre "organizaciones sociales, subversión armada y narcotráfico". Y es que, en efecto, es imprescindibles reconocer que hace ya mucho tiempo que en Colombia desaparecieron las viejas insurgencias de corte marxista, comunista o algo parecido, y fueron en cambio reemplazadas por auténticas organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico, la extorsión, el secuestro, la minería ilegal, el contrabando de mercancías y de armas y toda suerte de actividades ilícitas que les reporten dinero y control territorial y humano.

Finalmente, encontramos a las no menos oscuras y siniestras fuerzas de la extrema izquierda colombiana, encarnadas a plenitud por personajes tenebrosos como Gustavo Petro, Iván Cepeda y el advenedizo Gustavo Bolívar. Y aquí es aún más perentorio hablar con coraje y sin eufemismo alguno: si algo nos ha permitido este "gran paro de mayo" es poderle ver por fin las largas y malolientes orejas al lobo. Petro y sus secuaces, en efecto, han perdido las proporciones y toda decencia estratégica, y dejándose llevar por la euforia de las encuestas, de los incendios, de los manifestantes y policías fallecidos, del planificado secuestro de regiones y ciudades enteras, de los CAI quemados y del amplio caos reinante a lo largo y ancho del país, han dejado ver su verdadero rostro, ese que de modo tan hábil supieron ocultar durante años: ¡odio de clases, sed insaciable de venganza, hambre desmedida de poder, pasión por el caos y temible totalitarismo!

No es momento del miedo ni de hundir la cabeza en la arena por el temor a ver y a asumir la realidad: Petro y su banda de sociópatas arribistas y "vengadores" no tienen otro proyecto de país más que el de tomarse el poder al precio que sea necesario para, una vez allí instalados, dar rienda suelta a su agenda cada vez menos disimulable de cambio pleno de Constitución política, expropiaciones, nacionalizaciones indiscriminadas, encarcelamientos, defenestración de personas y colectivos contrarios, adoctrinamiento de niños y jóvenes, creación de colectivos populares armados, ataque furioso contra la natural institución de la familia, colectivización y empobrecimiento de las clases medias, redistribución forzada de una mínima parte de la riqueza nacional entre "pobres y marginados" mientras el gran porcentaje de las riquezas nacionales expropiadas serían distribuidos entre la "nueva élite gobernante petrista"...

Todo esto parecía un imposible hasta hace muy pocos días, porque esta gente había logrado posicionarse como demócratas, revolucionarios de las ideas y pacifistas antisistema, empero, definitivamente no hay más expedito modo de hacerle vomitar a los sociópatas todo aquello que pretenden tragar que ponerlos en frente de una victoria anticipada e inexorable, y eso es precisamente lo que aquí ha ocurrido.

Basta con leer los innumerables trinos de Petro y compañía atacando y difamando a las fuerzas armadas y de Policía y justificando saqueos, ataques y bloqueos extorsivos de los componentes violentos del paro; basta con ver las megalómanas "alocuciones" del cuasi presidente Petro; basta con ver a Inti Asprilla y María José Pizarro enfrentando y desafiando vulgarmente a la policía buscando con ello ser maltratados o heridos de alguna forma; basta con ver a una tal concejal Heidy Sánchez propagando fake news que propiciaron la quema y vandalización de dieciséis ambulancias y, como si todo ello fuera poco, basta con ver al inefable Gustavo Bolívar (cuya macabra cara sólo puede ser superada por lo macabro de su alma) tuiteando frenéticamente para financiar la compra de "elementos de defensa" para madres y jóvenes de la "primera línea" para que puedan enfrentar a las fuerzas constitucionales... En cualquier democracia medianamente sería y decente esta gentuza ya estaría en prisión por delitos tales como la sedición, apología del delito o promoción y financiación del terrorismo.

Empero, como si todo lo anterior no bastase para de una vez por todas prender alarmas, ahora Petro tiene nuevos mejores amigos de la "talla y la calaña" de Roy Barreras y Armando Benedetti, es decir, la desfachatez más vergonzosa posible. ¿Puede alguien realmente sensato creer que con ese tipo de compañías tan hediondas puede haber alguna buena intención para con el país? Y aquí es debido expresarse en todo momento en modo de "presunción", en atención a los debidos procesos de presunción de inocencia, pero se hace realmente difícil de creer que un personaje como Roy Barreras, quien tarde o temprano deberá explicar ante el conjunto del país su presunta participación en el presunto saqueo de entidades como Caprecom, la ESAP y los recursos del proceso de paz y de los planes PDET, pueda merecer el más mínimo nivel de confianza o respetabilidad. Definitivamente "dime con quién andas y te diré quién realmente eres y qué persigues".

Dicho todo lo anterior, es perentorio expresar también que el paro nacional encierra un innegable componente de justicia, puesto que un amplio porcentaje de la población colombiana vive en la pobreza o la miseria o está abocada a ellas, y jamás ha encontrado alternativas reales para acceder a la prosperidad y a la vida digna a las que todo pueblo y toda nación tienen derecho. Lo más execrable de las tres variables de desestabilización arriba mencionadas es que instrumentalizan la pobreza y el dolor de la gente para la consecución de sus espurios objetivos.

Llegados a este punto es también necesario decir que así como la extrema izquierda es un factor de peligrosa y dolosa desestabilización, tampoco es la "extrema derecha" una salida viable o deseable para el surgimiento de una nueva Colombia. Así las cosas, este gran paro de mayo también ha servido y servirá para enterrar de una vez por todas al otro gran factor de fractura estructural que ha padecido el país: el uribismo.

El expresidente Álvaro Uribe Vélez tuvo la oportunidad de pasar a la  historia grande de este país como el estadista que salvó a Colombia de haberse convertido en un estado fallido a manos de las Farc, y si solamente hubiese sabido aceptar con grandeza el abandono definitivo del poder le hubiera prestado un servicio aún mayor a todo el conjunto de la nación.

Pero a Uribe le pudieron más la ambición desmedida de poder y un afán de dominio y protagonismo que han terminado por causarle un daño irreparable al país: primero posibilitó la llegada a la presidencia de un tal Juan Manuel Santos, quien terminó cambiando la suerte y el destino de todo un pueblo con tal de acceder a su codiciado Premio Nobel, y posteriormente movió todos los hilos para la llegada al poder de Iván Duque, sin duda alguna el "Caballo de Troya" con el que jamás hubiesen siquiera podido fantasear en sus sueños más húmedos todos aquellos que anhelan ver a Colombia implosionada, balcanizada y a la merced del totalitarismo más impío.

Por todo ello, terminará Uribe hundido en los pantanos de la ignominia como uno de los grandes artífices de la catástrofe colombiana que se cierne imparable.

Además, la extrema derecha (sea la que fuere) está inexorablemente atada a los más oscuros fenómenos de despojo, sojuzgamiento y victimización del pueblo colombiano (terratenientes, inequidad, paramilitarismo, corrupción a ultranza, etc.), lo cual la hace irreparablemente inviable ante los ojos de la nueva sociedad colombiana, compuesta mayoritariamente por millones de jóvenes y adultos jóvenes que son esencialmente intolerables frente a todo atisbo del pasado de exclusión, crimen y sangre que marcó la suerte de sus padres, abuelos y bisabuelos...Juventudes que son en cambio muy susceptibles al adoctrinamiento, la manipulación mediática y la consecuente instrumentalización en la cual es experta la extrema izquierda.

En lo que respecta a los medios de comunicación, también ha sido muy discutible el papel que éstos han ejercido durante estos últimos años de profunda polarización que ha padecido el país, y más aún durante esta grave crisis institucional, política y social que ha acarreado el gran paro de mayo. La gran mayoría de los grandes y medianos medios de comunicación (salvo algunas excepciones relevantes) han terminado por tomar partido abiertamente y, peor aún, han optado en autoproclamarse como "poseedores de la verdad y de una superioridad moral incontestables" cuando en realidad sus hechos y antecedentes son demasiado "cuestionables" por expresarlo muy atenuadamente.

En el bando de la así llamada "derecha" tenemos el caso de Semana, cuya directora Vicky Dávila ha asumido una posición descaradamente gobiernista y prouribista, lo cual ha medrado profundamente en sus niveles de credibilidad, máxime cuando los antecedentes familiares de la citada comunicadora dejan bastante que desear y entrever, puesto que la familia de su actual cónyuge presenta insoslayables antecedentes y nexos con actividades de paramilitarismo y corrupción.

Igual de cuestionables son los hechos de la "mass media de izquierda", abiertamente ideologizada e ideologizante, y aún mucho más cuestionable en sus antecedentes. A modo de ejemplo, un "adalid de las causas progresistas" como Daniel Coronell jamás le ha dado cara al país por sus presuntas actividades de testaferrato con el convicto narcotraficante Justo Pastor Perafán, las cuales le habrían permitido pasar de ser un reportero de tercera categoría a multimillonario, mientras que los señores Daniel Samper Pizano y Daniel Samper Ospina hacen gala de una insoportable y falaz superioridad intelectual y moral sin reparar en los truculentos antecedentes de su querido Ernesto Samper Pizano (hermano y tío de los susodichos), quien más temprano que tarde deberá rendir cuentas al país por sus presuntos delitos de aliarse con el narcotráfico para llegar a la presidencia y el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado. Esto solo por mencionar algunos casos relevantes.

Se encuentra pues Colombia en la más severa encrucijada de su historia, acechada, victimizada y abatida por extremos cuyo único propósito es el poder por el poder en sí mismo, y que no parece encontrar alternativas serias que le permitan soñar con levantarse sobre su propia estatura y ocupar por fin el lugar respetable y digno en el marco de las naciones del mundo que le permiten entrever la grandeza y riqueza de sus territorios y su gente.

El panorama de cara a las elecciones del 2022 es supremamente incierto, peligrosamente volátil y desesperantemente largo, con un gobierno que agoniza desde el primer día de su posesión, una oposición sin escrúpulos de ningún tipo que no duda ni dudará en aliarse con los demonios que hagan falta y asumir todas las formas posibles de lucha y unas organizaciones criminales que ya han olido la sangre que mana vertiginosa de un Estado mal herido, y que no dudarán en acudir al terrorismo más crudo, letal e indiscriminado en las semanas y meses por venir en aras de terminar de implosionar a la sociedad y quedar como dueñas de facto de grandes extensiones del territorio nacional donde yacen las riquezas mineras, las tierras de cultivo y procesamiento y los corredores estratégicos de transporte, comercialización y exportación de sus diversas actividades ilegales. Estos actores del crimen nacional y transnacional le apuestan a la balcanización del país, y a fe que lo están logrando ante la inacción de un gobierno frágil incapaz de hacer prevalecer la autoridad, la seguridad y el orden.

Es casi seguro que de llegarse a las elecciones presidenciales de mayo y junio del próximo año (porque existe la posibilidad de que este gobierno se derrumbe antes de esa fecha), en segunda vuelta se enfrentarán las fuerzas de la izquierda más radical y extrema, encabezadas por el deleznable Petro, contra las moderadas fuerzas de centro agrupadas en torno al nombre de un intelectual de la talla de Alejandro Gaviria. Pese a la respetabilidad y a las buenas intenciones de este centro así configurado, su permanente indefinición y dubitaciôn frente a los profundos, complejos y viscerales problemas estructurales de este país lo harán presa fácil de esa izquierda radical que, tal y como ya se expresó anteriormente, está preparada para hacer uso de todas las formas y combinaciones posibles de lucha y, de hecho, ya lo está haciendo.

Urge pues el surgimiento de una opción genuinamente nueva y realmente alternativa de liderazgo, que le presente al pueblo colombiano una propuesta innovadora, disruptiva en todo sentido y acorde a sus verdaderas necesidades, particularidades y potencialidades. El pueblo colombiano no puede seguir siendo subestimado ni ultrajado. El colombiano es muy diferente al venezolano, por ejemplo, que se acostumbró muy pronto a ser un pueblo subsidiado en todo sentido gracias al temprano descubrimiento y explotación de las riquezas petroleras. El pueblo colombiano jamás disfrutó de tal voyancia, y se tuvo que forjar en medio de las carencias y necesidades de todo tipo, el pueblo colombiano se forjó en la cultura del trabajo y la laboriosidad contra viento y marea, contra inequidades e iniquidades de todo tipo. Al pueblo colombiano nadie le regaló jamás nada y nada le gusta regalado, porque es un pueblo digno, altivo, orgulloso de sí y de sus capacidades naturales, intelectuales y productivas.

Es por eso que urge la llegada de ese nuevo liderazgo capaz de despertar plenamente todo nuestro potencial como sociedad y como nación, capaz de asumir que ni el neoliberalismo depredador ni el comunismo empobrecedor se ajustan a nuestra estirpe física, mental, intelectual y emocional, y que más bien lo que nos es afín son un gobierno y un estado capaces de aprovechar al máximo todas nuestras riquezas y potencialidades para materializar el surgimiento de emprendimientos, empresas e industrias de todos los tamaños, en todos los sectores y territorios posibles, en los que participemos y seamos dueños todos y cada uno de los colombianos, pudiendo con ello alcanzar el máximo grado posible de Autarquía económica y equidad social. Los colombianos no necesitamos un gobierno vengativo que expropie y arruine a los ricos para repartir migajas al pueblo, ni un gobierno que sólo favorezca a los más poderosos a expensas de las clases medias y populares. Los colombianos lo que necesitamos es un gobierno disruptivo, valiente e inteligente que proteja a los empresarios patriotas y honestos que generen riquezas y empleos, que apoye con firmeza la expansión y potenciación de las clases medias para convertirlas en clases emprendedoras y expansivas, y que erradique de una vez por todas la pobreza extrema y la miseria. En un país rico y diverso como Colombia es inadmisible que existan la pobreza extrema y la miseria. En un país como Colombia los pocos pobres que pudiesen existir deberían al menos contar con condiciones genuinas de vida digna.

No obstante, y dado que tal utopía deseable parece estar muy lejana en el horizonte, es preciso por ahora —y como línea roja intransigible— proteger los frágiles pero aún así valiosos avances que en cuanto a democracia y Estado de derecho hemos logrado del ataque inmisericorde del que están siendo objeto, ataque híbrido que a no dudarlo se intensificará en los meses por venir.
Por ello, es menester hacer un firme llamado a nuestras valientes Fuerzas Militares, las cuales han permanecido afortunadamente al margen de la escalada de odio y demolición implosiva que ha significado este gran paro de mayo, para que estén más alertas que nunca antes.

Nuestro ejército, nuestras fuerzas militares, ya nos salvaron una vez de la amenaza narcoterrorista que supusieron las Farc y de transformarnos en un estado fallido. Ahora son nuestro último bastión para impedir que nos convirtamos en un narcoestado de facto y/o en un estado totalitario en manos de una izquierda implacable, arribista, vindicativa y sociópata.

Este es un llamado final y un voto de confianza irrevocable en nuestras fuerzas militares, ejemplo de patriotismo, sacrificio y lealtad a toda prueba para con el pueblo colombiano para que estén más preparados que nunca antes en caso de que sea necesario que ellos, nuestros militares, deban tomar el poder y formar un gobierno patriótico de transición, para con ello asegurar y salvaguardar la integridad política, social, económica y territorial de nuestra nación.

En ustedes, nuestros gloriosos ejército, fuerza aérea y armada, descansan —ahora más que nunca— el pasado, el presente y el futuro de la gran nación colombiana.

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