Cerro de la Jacoba, un manojo de fragantes nostalgias

Cerro de la Jacoba, un manojo de fragantes nostalgias

Por negligencia, la formación está a punto de convertirse en un inmenso peñasco de rocas y arena reseca y estéril, que no generará agua sino lástima e indignación

Por: JESÚS ORTIZ MUÑOZ
febrero 17, 2019
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Cerro de la Jacoba, un manojo de fragantes nostalgias
Foto: Liindam96 - CC BY-SA 3.0
El cerro de la Jacoba (que no alcanzó la categoría de volcán por esas veleidades geológicas incomprensibles) sí ha logrado, desde los tiempos del camino viejo que unía a Santa Fe con Popayán, Pasto, Quito y la mismísima Patagonia, destacarse como una belleza natural vestida de una gama de verdes que conoció de cerca y condensó en los versos de Morada al sur el poeta Aurelio Arturo, desde donde fluye un tejido de manantiales, la quebrada chiquita, la quebrada grande que forman cauce por la pradera formando el Charco del Burro y Las Tinas, antes de llegar al río Mayo y donde aprendimos de niños a chapotear, por fortuna, antes de que llegara la gran contaminación.

El cerro, ubicado en empalme que hace el nudo de los Pastos y el macizo colombiano o nudo de Almaguer, es un referente geográfico inevitable, en cuyos pliegues alberga a la población de La Unión, al norte del departamento de Nariño. Fuente inagotable de leyendas que durante décadas movió la imaginación y cultura mítica de un pueblo que creía que el cerro era un botijo lleno de agua o que para los "guaqueros" albergaba tesoros escondidos que emitían fuegos fatuos el 3 de mayo que era de vigilia constante o la visión de la gallina de oro o el tesoro de Sucre que le habrían quitado a un tal señor Tacón de Pasto o la creencia reciente de que era una montaña de oro tapada por árboles y por eso autorizaron una concesión minera. Lo cierto es que sin esa gigantesca y misteriosa silueta que refulge como caleidoscopio con el sol de los venados como un anticipo de los singulares atardeceres venteños, el pueblo no sería lo mismo.

Sin embargo, esa elevación que decora casi todas las imágenes que del paisaje han sido hechas está a punto de convertirse en un inmenso peñasco piramidal de rocas y arena reseca y estéril, que no generará agua sino lástima e indignación, por la negligencia de unos gobernantes regionales y locales que no pudieron y no supieron mandar cuando se debía, para preservar la vida vegetal de toda una pradera, declarando a la mítica e icónica Jacoba como una auténtica e incomparable reserva natural.

(Gobernantes impasibles y responsables por omisión de esta tragedia como el actual alcalde que deberá responder además por no ejecutar un dinero para sacar la contaminante plaza de mercado del centro del pueblo a un centro de acopio, por la tontería de que ese proyecto era del alcalde anterior, como si el gobierno no fuera uno solo).

En lugar de eso, al inmenso bosque le aparecieron dueños con papeles espurios que derribaron los árboles para hacer potreros de una gran pendiente donde pusieron una vaca en extraño equilibrio o sembraron cien palos de café. Aquella murió y estos se secaron por falta del agua que la otrora frondosa mole producía a torrentes y que los ilusos creían inagotables y que venía desde abajo.

Hoy me entero que la autoridad ambiental de la región del sur se llama Corponariño y que está dirigida por dos venteños (gentilicio de los habitantes de la Venta como se llamaba antes La Unión), pero además supe que en la Defensoría del Pueblo también hay nativos.

Lamentablemente, no han podido demostrar que los sagrados designios de la burocracia del desorden político, también sirve para frenar la salvaje deforestación del soto tutelar de un pueblo famoso por haber sido el trágico escenario de la muerte del Mariscal Sucre el 4 de junio de 1830, pero también por la poesía teñida de un verde apacible por el poeta Arturo, por los alfeñiques de la Caldera y por un café que muy pronto será historia antigua pues tendrán que cultivarlo en la vecina Buesaco y solo perdurarán en el aire los versos que describen ese erial como un manojo de fragantes nostalgias.
* Un rumor de última hora es reconfortante: el procurador regional Francisco Zarama, de improntas venteñas, ha comenzado a agitar las ramas de ortiga de la disciplina para que la luz de la razón active las neuronas de estos gobernantes de paso que, paradójicamente venidos del campo, se apoderaron del poder político del municipio ante la falta de compromiso de los intelectuales del pueblo que no supieron descifrar para qué servía una montaña vestida de bosques.
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