¿Censurarte a vos, Andrés Caicedo? Que no jodan tus hermanas, ¡vos ya sos de todos, carajo!

¿Censurarte a vos, Andrés Caicedo? Que no jodan tus hermanas, ¡vos ya sos de todos, carajo!

Muchas de sus cartas, de lo mejor que escribió, estarían en el libro Correspondencia, pero sus hermanas Ma. Victoria y Pilar no dejaron. Su mejor amigo cuenta todo

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agosto 04, 2017
¿Censurarte a vos, Andrés Caicedo?  Que no jodan tus hermanas, ¡vos ya sos de todos, carajo!

El grupo editorial Fondo de Cultura Económica, originario de México, tenía preparado el libro Correspondencia, con 198 cartas de Andrés Caicedo, para lanzarse en la próxima Feria del libro de Guadalajara. El editor Mario Jursich trabajó un año en su preparación. Cuando el libro iba a entrar en la recta final, las hermanas del escritor María Victoria y Pilar Caicedo no autorizaron su publicación. Las reacciones de rechazo a esta decisión han sido múltiples.   

Alfonso Echeverry, amigo de infancia de Andrés en Cali, reaccionó. Aterrado le contó, como si estuvieran caminando juntos por las calles o haciendo pilatunas en Cali, lo que pasó a su cómplice muerto hace 40 años. No sé, hermano, me da rabia. ¿Censurarte a vos, ahora, 40 años después de haber pecado en esta Tierra? Que no jodan tus hermanas, ¡vos ya sos de todos, carajo! (…) Vos las escribiste para todos y para que fueran leídas.

De paso, reclamó algo que se ha repetido desde distintos rincones: que las cartas ya son de todos porque, como confesó el propio Caicedo, sus mejores letras están en su correspondencia.

Esta es la carta sin censura a Andrés:

Hermano, aquí se armó un tropel tenaz con tus cartas. Y pensar que la única que guardo es la que me mandaste vos cuando andabas en plena olla, allá en Los Ángeles /California. Fechada el 27 de julio del 73. No te la respondí porque te viniste sin poder vender tus putos guiones de cine. Como me escribís bien clarito, los gringos no te cogieron la honda, maestro.  

Las otras cuatro o cinco misivas tuyas que conservé se perdieron con los trasteos y los cambios de vida. Es que son 40 años, llavería. De tanto andar juntos, una carta tuya me queda; la edición original de “El atravesado”, con tu dedicatoria, esa sí se me la robó algún conocido.

Hermano, usté escribía cartas muy bacanas, pa’ qué. Esta que tengo de los Yunais es tenaz, loco. Me decís, contento en medio de la frustración de los guiones, que estás preparando un “cuentico” que se va a llamar ¡Que viva la música!, y que la protagonista es una hembrita linda, monísima, que vive solo para rumbiar.

De tu “cuentico” salió esa melodía inconclusa, confusa y clara, directa y elevada, genial, delirante y sonora que hoy se conoce con el buen nombre de “¡Que viva la música!”.

Tremendo tu “cuentico”. Hermanolo, escribiste la novela en tres años. Fuiste tan tenaz que la armaste dos veces. Vos, para camellar, mejor dicho, para escribir juicioso, mis respetos, viejo loco.  

Esta verraca carta tuya desde USA la he leído como 100 veces en estos 40 años. Creo que me la sé de memoria. Escribís cosas que puedo mantener en mi memoria porque releo esta carta; si no, el tiempo hubiera borrado esos recuerdos. Esta carta, loco, esta carta no se la suelto a nadie.  

Cuando vos decidiste dejar esta joda y pisarte de esta desordenada esfera, todo el mundo quedó como grogui y desubicado. Tu mamá nunca se recuperó. Tu viejo, que también quedó golpiado, hizo algo muy bello: abrió tu cajón y comenzó a leerte. Yo siempre quise a tu vieja y a tu viejo, y creo que ellos también me quisieron.

Cuando vos te pisaste definitivamente, Rosarito todavía estaba en USA, tratando siempre de proteger tu obra. De Pilar y Ma. Victoria nunca tuve la menor idea. Vos mismo me dijiste, antes de matarte, que ellas no sabían nada de ti y que no les interesaba en qué andabas, hermano.

Haciendo a un lado el dolor y el desconcierto, tu viejo reaccionó y abrió el cajón, en donde dejaste todo tan bien organizado. Sabías que tarde o temprano serías publicado. Aparecieron Poncho y Sandro y, a gotas, fue saliendo el resto de tu sudor.

“¡Que viva la música!” ya se consagraba de sobra pero faltaban tus cuentos, tu novela sin terminar, tus numerosos y singulares acercamientos cinesifilíticos y claro, tus cartas. Las del tropel de ahora, hermano. Las del lío de la censura.

Lo que pasa es que, muerto tu viejo, quedaron tus tres hermanas de herederas. Y como ha gustado tanto lo que vos escribiste, pues lo lógico era sacar todos tus escritos a la luz, y faltaban tus cartas y muchas otras cositas… tantas cosas que escribiste, carajo… Vos naciste pa’ eso, y ahora te quieren expurgar tu nítida y sabia tinta, mi querido troesma.

¿Te acordás de Fondo de Cultura Económica, esa editorial poderosa de México? Pues me parece que hace un año, este FCE quiso publicar un libro tuyo con todas tus cartas. El caso es que el Sr. Mario Jursich (un bacán que te admira y conoce bien tu obra) y los leales Poncho y Sandro se pusieron las pilas para comenzar a organizar todas las cartas que le escribiste vos a muchísima gente.  

El rollo con tus “benditas” cartas es largo. A los pocos años de vos matarte, el loco del Hernando Guerrero comenzó a publicar algunas  epístolas tuyas en el fallecido diario “El Pueblo”. En vista del interés del pipol juvenil por conocer más de vos, tu papá autorizó a Poncho, a Sandro y al Sr. Jursich para que publicaran lo que vos mismo llamaste tu“trabajo epistolar”.

Y en el 2007 se aparece un chileno, de nombre Alberto Fuguet –cineasta, periodista y escritor–. Este man se encontró, en un aeropuerto, con un voluminoso ejemplar de “Ojo al Cine”, que armaron Poncho y Sandro con el permiso de tu viejo. El librote lo hicieron con tus críticas, sobre todo con las que nos entregabas al entrar al Cine Club del Sanfercho los sábados a las 12.

¿Te acordás como insistías y jodías con eso de “Ojo al cine, mano, Ojo al cine, mano, Ojo, mucho ojo al cine, mano…”. De Fuguet te sigo contando luego, pues quiero mantener la cronología de tu malograda “Correspondencia”.

En el 2008 sí que se armó el rollo de verdad, porque entre una carta y otra, apareció la que vos le escribiste a Jaime Manrique, y la batalla de Troya se quedó pequeña comparada con lo que se vino. María Victoria y Pilar censuraron esa carta y se prendió el fuego en el 23.

“Las atravesadas” les dice a tus dos hermanas mayores el director de cine Rubén Mendoza, en un excelente artículo de El Espectador de hoy, como respuesta a la narrativa hecha por Revista Arcadia hace una semana.

Mendoza respondió así a un tremendo reportaje de Christopher Tibble, “Las cartas silenciadas de Andrés Caicedo”, que publicó la Revista Arcadia. Este man, –el señor Ch. Tibblen–, entrevista a don Raimundo y a todo el mundo para escribir el reportaje. Llavería, en el reportaje hablan tus tres hermanas sobre la publicación de tus Cartas, pero solamente Rosarito defiende la totalidad e integridad de su publicación.   

Ya te dije que “Las atravesadas” habían tenido problemas con tus cartas y con el Sr. Fuguet, que escribió sobre vos “Mi cuerpo es una celda”, tu “autobiografía”. Fue que como vos se la echaste al “Chiqui” Urdinola en un cuento tuyo de pelado, a una de tus dos hermanas mayores le pareció ofensiva la alusión a quien hoy es una Urdinola casada con un diplomático chileno.

El libro "Correspondencia" que iba a ser publicado por el Fondo de Cultura Económica estaba listo para ser presentado en la Feria del libro de Guadalajara, pero sus hermanas, Pilar y María Victoria Caicedo, no lo permitieron.

Güevadas hermano, tus hermanas queriendo defender a una clase que vos combatiste desde pelado. Que yo sepa, vos nunca fuiste rico y, más bien, les tenías bronca con razón a esos oligarcas.

Vos atacaste a la casta privilegiada y burguesa caleña que conocimos en el San Juan Berchmans a comienzos de los 60s, contando la buena vida del “Chiqui” Urdinola, de los Cabal, los Garcés, los Lloreda y los Caicedo (los otros, los de billete, no los tuyos, los de don Carlos Alberto y doña Nellie).

Vos retrataste en tus cuentos de pelado a todos esos mancitos del Club Campestre; vos evidenciaste los privilegios que hace 40 años tenía una juventud que heredaba y controlaba el poder económico y político en detrimento de un pueblo empobrecido y explotado  por la mala rumba y el fútbol.

Mucha gente quiere que vos te quedés no más como el escritorcito peludo, pintoso, el de la droga y el sexo desaforado de los 60 y 70. Mucha gente te odia y envidia porque fuiste genial, camellador, tropelero, saliste adelante y hoy sos un escritor reconocido en loCombia y fuera de ella.

Esta gente no quiere ver la crítica social que tienen tus cuentos, tus notas sobre cine, tus obras de teatro y tus novelas terminadas o sin terminar. No quiere verte rebelde sino pervertido y pervertidor, sumiso, inocuo, intrascendente, del montón.

Pero vos sos mucho más que eso, y vos lo supiste desde un principio. De eso, hermano, me consta. Porque man más disciplinado para escribir que vos creo que no ha habido, sobre todo en edad de plena rumba. Llevas 40 años de tostado, y todavía me acuerdo de esas noches oyéndote escribir en esa máquina bullosa, de la cual decías que era ser tu única joya.

Mucha gente puritana y caleña no te perdona que vos tuvieras una sexualidad abierta, como tampoco se traga eso de no gustar del fútbol, odiar las baladas y la música caballa y, en cambio, amar la música de negros que llaman Salsa.

Tampoco se aguantan que, a los 25 años, los hayás dejado mamando y hayás preferido dar el buen ejemplo de no marcharle a este sistema corrupto, decadente y agotado.

Desde que comencé a leerte (vos eras un niño cuando comenzaste a disque escribir), me asombró que mucho de lo que vivimos vos y yo fue puesto en tus cuentos. Recuerdo, sobre todo, a Berenice, la reina de reinas en la casa de doña Carmen.

También tengo en mi memoria al Besacalles, que nos íbamos a sabotearlo a la orilla del río Cali, en la banca de cemento, quebrada en uno de sus brazos, muy cerca de la estatua de María y Efraín… las estupideces que uno hace de joven.

Más recuerdo, sobre todo, la apoteosis de Richy y Bobby en La Caseta Panamericana que, con Rubén a la cabeza, éramos Salvador –alma vendita–, el Kenque Vélez y yo, todos pepos. Eso te quedó muy bien escrito, loco, y gusta mucho cuando leen el sonido bestial de tu única joya en vida, cuando creen poder sentir el traqueteo seguro de tu máquina de escribir.

¿Será que van a comenzar a censurar los cuentos en los que vamos a donde las hembritas de Carmen, frente al billar en donde matamos al man que enfermó a Berenice? ¿Quitarán las partes cuando nos metemos a ver los primeros pornos de “Calles de El Oro”, en la Novena? ¿O será que no los han censurado porque tus dos hermanas mayores no han leído tus cuentos de pelado o cualquier otra banalidad tuya?

¿Van a censurar y apagar todos los baretos que prendimos, o los rogelios que vomitamos, o los hongos que nos corrieron la teja por dos semanas, o la morada mescalina que nos vendió “El principito bogotano” en la Sexta y de la que metió mucha gente que terminó en Ciudad Solar?

¿Censurarán los robos de libros que le hacíamos a “La Nacional” de la Plaza de Caicedo –de los Caicedo ilustres, no de los Caicedo suicidaescritores–? ¿Harán quitar a Poncho y Sandro de “Ojo al Cine” todo lo que tenga que ver con el preporno de Max Pecas? ¿Se borrarán para siempre los besos prohibidos que le dimos a Berenice?

No sé, hermano, me da rabia. ¿Censurarte a vos, ahora, 40 años después de haber pecado en esta Tierra? Que no jodan tus hermanas, ¡vos ya sos de todos, carajo! Comenzamos unos pocos buenos amigos, y ahora somos un mundo de gente que quiere leer todas tus cartas. Vos las escribiste para todos y para que fueran leídas.

Es que escribías unas cartas bien bacanísimas, hermano (pero no te preocupés, porque esta carta que tengo aquí, la de USA y tu “cuentico” que se iba a llamar “¡Que viva la música”! no se la voy a dar a tus dos hermanas censoras). Todas tus cartas deben ser leídas ahora, para que la gente sepa más de vos, de vos como escritor; que sepan cómo hacías para escribir y rumbiar al mismo tiempo, cómo la pasábamos de bien y de mal en el caliente calabozo de la Cali del viejo Norte. Cómo te comunicabas y querías a tus pocos buenos amigos. Que lo sepan, que te lean.

Viejo Andrés, mis cartas, las que te envié y las que vos me mandaste, quedan para el dominio público. Nada hay en ellas diferente a una comunicación de buenísimos amigos, cartas que en ese tiempo demoraban días y semanas en ir y venir, y por eso era necesario escribirlas bien, para que llegaran al coco y al corazón y mantuvieran viva la relación con los panas.

Siquiera que le escribiste a Miguel Marías –el amigo tuyo español, al que nunca conociste personalmente sino por cartas–, que tus mejores letras estaban en tu correspondencia; yo estoy bastante de acuerdo con vos.

No sé por qué se patraciaron ahora Ma. Victoria y Pilar. ¿De dónde les ha salido a ellas dos tanto pudor ajeno y tanto respeto por la casta caleña dominante? Yo recuerdo claramente qué tan pocas bolas te paraban ellas a vos y a tus escritos; en cambio, Rosarito siempre estaba allí, siempre creyendo en lo que emprendías, en lo que tecleabas, en lo que hacías con tu vida, loco querido.

Que salga el libro, que aparezca “Correspondencia”; que tus cartas sean leídas, que cada vez se sepa más de vos, de tu vida dura, de tu trabajo, de tu tartamuda erudición, de tus temores, de tus amores, de tus locuras, de tus genialidades, de tu precocidad, de tu inmensa cultura literaria, de tu desprecio a cualquier tipo de encasillamiento, de tu desdén por las oligarquías y los privilegiados, de tu férrea oposición a las poses intelectuales del momento, de tu sexualidad que nació reprimida para ser liberada por tu voluntad rebelde y creativa.

Hermano, vamos a ver qué pasa, cómo es la movida de aquí pa’ lante. No puede perderse el esfuerzo y la voluntad que han puesto en editar tus cartas el Sr. Jursich, Poncho, Sandro y el Fondo de Cultura Económica de los manitos.

Pilar y María Victoria tienen que entender que vos, como decía don Federico, ya estás “… más allá del bien y del mal”. Que tus dos hermanas mayores comprendan que tu obra sobrepasó lo que ellas mismas y mucha gente no podrán entender y aceptar.

Tu familia fue la base para que vos empezaras a observar el mundo; de esa familia, nació el escritor. De esa represión pequeñoburguesa salió el rebelde. ¿No piensan ellas que todo buen escritor observa detenidamente el ambiente familiar? Por eso ese temor tuyo. Vos siempre viste cada día en tu casa con un microscopio de escritor. Y tomaste atenta nota. Como lo han hecho cientos de miles de artistas. Ese es el arte.

Si de derechos, amor y méritos se trata, tu Rosarito, junto con todos tus amigos y lectores, estamos dando la lucha para que tus escritos nos pertenezcan a todas y todos.

Viejo Andrés, que salga todo. Y que dejemos de joderte los vivos. Descansá en paz, hermano, que tu obra no fue en vano y tus letras se leen, aunque ahora, sangre de tu sangre y carne de tu carne, quieran censurarlas.

Mi abrazo para vos, bacán tranquilo…

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