Casa por cárcel
Opinión

Casa por cárcel

Las medidas draconianas para controlar al coronavirus muestran que hay campo para el teletrabajo y para que las instituciones educativas amplíen la virtualización, que es la marca de estos tiempos

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marzo 24, 2020
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El arresto domiciliario general, producido por el coronavirus, ha sido un impulso mayor a la virtualización. La gente se ha dado cuenta de las muchas cosas que puede hacer desde su encierro, no ya diligencias sencillas como pagar cuentas, sino estudiar y trabajar, siempre y cuando esté conectada a internet en su casa, que es la única forma de librarse virtualmente del encierro real. No son actividades nuevas, pero si incipientes.

El tema del teletrabajo ya ha hecho carrera: personas que trabajan desde sus casas ofreciendo información y servicios, que se compran y pagan por esa misma vía. Vuelven obsoletos muchos departamentos comerciales de empresas grandes y pequeñas, redefinen las dependencias jerárquicas y las condiciones laborales, estas últimas probablemente para peor. Pero es una tendencia que no tiene reversa. Las redes sociales acaparan de lejos la pauta publicitaria (80 %), frente a todos los demás medios formales de comunicación electrónicos e impresos (éstos últimos al borde de la ruina), y para acceder a la red no hay que ir a ninguna oficina. Anunciar es vender y se anuncia y se vende en las redes.

La educación virtual es otra cosa. No se trata de virtualizar los actuales sistemas educativos, aunque en esta emergencia algo ayuda para ocupar a los estudiantes en sus casas con trabajos, talleres y lecturas que pueden hacerse a través de la red. Pero la educación virtual es la construcción de todo un nuevo proceso educativo, de una nueva manera de enseñar, de la creación de nuevos alumnos y nuevos profesores. Ya se usa desde hace algún tiempo en los colegios privados de élite, donde papel y lápiz han desaparecido. Las tareas se hacen y califican online, utilizando textos virtuales, bajo la supervisión de un profesor entrenado. Los avances de los colegios públicos en estas materias son más que modestos, porque una de las características de la virtualización educativa es su alto costo.

En la educación superior se han hecho experimentos exitosos de virtualización pura y con elementos presenciales. Son de hecho una revolución frente a los métodos tradicionales universitarios, tan arraigados en lo presencial. Es también un camino sin regreso si se piensa aumentar la cobertura de una manera significativa, llegar a lugares lejanos de la geografía y tener contenidos permanentemente actualizados en todas las áreas del conocimiento.

Se enfrenta esa revolución, cuyas bases se están construyendo en muchas partes, con la centenaria tradición del catedrático frente a sus alumnos, del debate presencial y razonado sobre todos los temas, que ha sido la esencia de la razón de ser de las universidades contemporáneas, desde cuando se liberaron del yugo clerical y oficial. Y por supuesto de la experiencia irremplazable de vivir los campus universitarios en plena juventud.

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Ahora la educación tiene que ser continua durante toda la vida, con un carácter muy especializado, no necesariamente en el ámbito de un campus universitario

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Ahora la educación tiene que ser continua durante toda la vida, con un carácter muy especializado, no necesariamente en el ámbito de un campus universitario. La virtualización derrumba las fronteras físicas y mentales de los saberes y amplía la oferta educativa más allá del complejo entable universitario, con sus jerarquías, sus burocracias y su difícil gobernabilidad, para ponerla al alcance de un botón. Es un cambio radical que toca la manera misma como se transmite el conocimiento en nuestro mundo, y exige de la institución universitaria un colosal esfuerzo de adaptación, si no quiere pasar de ser una institución poderosa a convertirse en una institución marginal, como sucedió con la Iglesia católica, por ejemplo.

Para ponerlo en los términos prácticos del mercado, la demanda educativa especializada ha sufrido una transformación de tal naturaleza que la oferta ha desbordado los límites de la educación universitaria tradicional.  Y como es la demanda la que dispone tocara ajustar la oferta a esos nuevos requerimientos.

No se trata por supuesto de virtualizar todo contacto entre profesor y alumno, entre tutor y discípulo, ni olvidarse de que el proceso educativo de formación personal es integral, pero una emergencia como la del coronavirus pone de presente que hay mucho campo para que las instituciones educativas de todos los niveles fortalezcan y amplíen con el instrumento de la virtualización, que es la marca de estos tiempos, una educación de calidad.

Sería una de las lecciones, útil y provechosa, que deja la debacle desatada por las medidas draconianas, políticamente correctas y al parecer inevitables, tomadas para controlar la expansión del coronavirus, que están encerrando a la gente, arrasando con sus ahorros, sus fondos pensionales y sus empleos, arruinado empresas de todos los tamaños alrededor del mundo, las cuales serán compradas por dos pesos por los especuladores de siempre. Los gobiernos, en un ejercicio sin precedentes del poder político, cierran sus fronteras y sus ciudades y confinan a sus ciudadanos, pero quedan atrapados en una sin salida. Si controlan el virus nadie se los va a agradecer porque es algo que no se puede medir, si no lo controlan serán calificados de imprevisores e incompetentes y si derrumban sus propias economías nadie se los va a perdonar. Van a ser, pase lo que pase, las principales víctimas de la epidemia.

 

 

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