El cartel de los exámenes de admisión en la Universidad de Cartagena

El cartel de los exámenes de admisión en la Universidad de Cartagena

Existe un grupo de jóvenes que suplantan a los que deberían presentar el examen, todo por una suma económica que casi que garantiza el puntaje necesario

Por: Álvaro González
mayo 16, 2017
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El cartel de los exámenes de admisión en la Universidad de Cartagena

El fin de semana pasado, una de mis sobrinas decidió visitarme, luego de finalizar su examen de admisión para la facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena. Su cara esta vez era diferente, por lo que le pregunté que si estaba bien. Ella suspiró profundamente y llorando me dice: "¡tío, estoy indignada!, ¡no es justo, este país no sirve! Imagínate que en el descanso que nos dan durante el examen, una muchacha se me acerca en la cafetería y me pregunta que ¿qué pensaba hacer yo si no pasaba el examen? A lo que le respondí que lo tomaría nuevamente. La muchacha se ríe y me confiesa que ella hacía parte de un grupo de jóvenes que suplantan a personas que tomarán el examen y que cobraban de 3 a 5 millones de pesos, y que no solo era en la facultad de medicina, sino que también en otras carreras, como ingeniería civil y derecho que tenían gran demanda. Y que, además, también hacían lo mismo en otras universidades públicas de la costa, pero que cobraban más. Que era un negociazo. Que ella en un mes podía hacer de 10 a 15 millones. Me confesó que había unos veinte tomando la prueba solo en medicina y que la mayoría de los “clientes” eran gente de clase media-alta y alta. Me mostró un reloj digital donde tienen todas las respuestas, y me dijo que hay otros que se van al baño a repasar las respuestas que tienen en un papel. Me dijo que le dejara saber si yo –o alguien conocido– estaba interesada(o)".

Ahora quien está indignado y respira profundo soy yo. Quedé atónito, de una sola pieza. Me mira con rabia y me dice: "tío, usted que es docente… ¿cómo pasa eso en una universidad?, ¿cómo nos hemos permitido caer tan bajo? Yo que me esfuerzo por siempre ocupar el primer lugar en todo. Tío, nos están robando los puestos a los que honestamente estudiamos y nos preparamos ¡Ellos tienen todas las respuestas, ahora no solo es estudiar sino también competir contra eso…no hay derecho!, ¡están robándole los puestos a los más necesitados!"

Me repongo y trato de darle ánimo a mi sobrina quien lloraba desconsoladamente. ¿Qué le digo ahora?, ¿que en la familia le hemos mentido todos estos años diciéndole que en la disciplina, la honestidad y el trabajo duro está la recompensa?, ¿que en este país todo tiene un precio?, ¿que el fin justifica los medios?, ¿que –como dicen en la costa– el “vivo” vive del “bobo”? Es así que, sin saber lo que vendría, le pregunté desesperadamente, para sacarla de su indignación y tristeza: ¿por qué no aplicas a una beca fuera del país, quizás en otra carrera? Me responde: "¡tío eso no va a ser posible, ya que mi sueño es graduarme de médico en la Universidad de Cartagena, no en otra!"

El lunes llega y, aún indignado por lo de mi sobrina, toco el tema en clase, aprovechando la coyuntura del colapso del edificio Portales de Blas de Lezo II para hacer énfasis en la ética, la moral y la honestidad no solo en el ejercicio de la profesión, sino también en nuestra cotidianidad. Con la frescura que nos caracteriza a los del caribe, me dice un alumno: "¡uuuhh profe’ eso ya tiene años, a mi hermano le ofrecieron lo mismo! ¡Es más, hay gente de dinero que manda a sus hijos a estudiar los dos últimos años de bachillerato a colegios del sur de Bolívar para que, cuando se presenten en la universidad, les den el beneficio de los cupos especiales!"

No faltará quien diga: "si estudió ¿para qué se preocupa?". Permitirse siquiera recrear mentalmente tal desfachatez, denota la permisividad y el grado de descomposición de nuestra sociedad. Quien piensa de esa manera, no toma en cuenta la falta de honestidad de todos los involucrados en esta red de delincuentes: los del departamento de admisiones de las universidades, el que roba y hace negocio con el examen, el que cuida el examen, el padre que paga para que su hijo entre al programa, el que suplanta al “cliente” y, finalmente, las autoridades que no actúan.

¿Qué clase de sociedad estamos construyendo para los profesionales del futuro?, ¿por unos pesos estamos truncándole los sueños a nuestros jóvenes talentos que no tienen con qué pagar una universidad privada o que simplemente quieran estar en la universidad que sueñan?

En un escenario ideal este tipo de situaciones no deberían pasar. No se trata de que si uno se prepara para el examen no debería preocuparle que otro pague o no. Se trata de que estamos enviándole el mensaje equivocado a nuestros jóvenes. Se trata de que, como sociedad, estamos carcomidos por la corrupción. Estamos en un estado de anomia o alienación: carecemos de conciencia colectiva, hay una ruptura de las normas y valores de la sociedad.

Recordando lo que decía el sociólogo francés Emile Durkheim: "a pesar de que todos los individuos de una sociedad tienen su propia conciencia individual, también comparten solidaridad entre ellos mismos. De una u otra manera, todos trabajamos juntos de muchas formas, lo cual solo es posible a través de nuestra conciencia colectiva, que no es más que un conjunto de ideas, creencias y valores que un grupo de individuos de una sociedad comparten".

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