Cartas vanas
Opinión

Cartas vanas

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octubre 01, 2014
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El domingo 28 de septiembre una carta pública de celebridades del arte colombiano ocupó media página de El Tiempo. Todo un colectivo se movilizó para pagar los 40 o 60 millones de pesos que pudo costar tal publicación. Coordinaron las firmas, acordaron el texto, gestionaron el pago. Artistas y coleccionistas de los más diversos sectores políticos y orígenes sociales se pusieron de acuerdo para publicar un manifiesto común.

Pocas veces un país como Colombia da lugar a tal muestra de consenso en la heterogeneidad. Personajes ligados a la derecha política —casi cercanos a la ética y a la ideología paramilitar— refrendaban un mismo mensaje con artistas considerados de izquierda y, algunos de ellos, casi anárquicos.

Lo curioso, es que tal muestra de anuencia, conformidad y adhesión, se daba alrededor de un problema que no resulta especialmente significativo para el común de los colombianos y que, de hecho, parecería ser un divertimento de una minoría de especialistas: el trasfondo político de la financiación de una bienal de arte internacional.

Concretamente, la carta pública hacía referencia al debate que un amplio conjunto de artistas de todo el mundo y que participaban en la Bienal de São Paulo 2014, plantearon a la dirección del encuentro artístico alrededor de la financiación del evento, por considerar que aceptar el aporte económico del Consulado de Israel para tal espacio, “socava nuestro trabajo artístico en esta Bienal y lo utiliza de manera implícita para lavar la cara a las agresiones y violaciones del derecho internacional y los derechos humanos por parte de Israel”.

Básicamente, los artistas firmantes hacían referencia a que participar de un evento auspiciado por el Consulado de Israel en Brasil solo tenía el objetivo, absolutamente evidente, creo yo, de servir de actividad diplomática y de responsabilidad social del gobierno israelí en Latinoamérica, mientras su política bélica no mostraba un objetivo distinto a borrar la existencia del pueblo palestino. En otras palabras, los artistas que firmaban esa demanda a la Bienal de São Paulo, solo pretendían señalar que no resultaba ético aceptar “dinero del Estado de Israel” ni que “el logotipo del Consulado de Israel” apareciera en “el pabellón de la Bienal”, mientras ese mismo Estado baleaba y gaseaba al pueblo palestino.

Hasta aquí, resulta perfectamente comprensible y anticipable que un grupo de artistas exija una posición política a un evento de tal naturaleza como la Bienal. Sin embargo, lo que me parece curioso es que un selecto grupo de artistas, curadores, coleccionistas, gestores culturales y académicos colombianos haya rechazado públicamente tal demanda, se haya preocupado por publicarla en un medio como El Tiempo y haya dispuesto unos recursos económicos significativos para esto.

Este grupo de colombianos pagó un espacio en la edición más costosa de la semana para decir que no estaban de acuerdo con la eliminación de la “bandera de Israel” (ojo con el desplazamiento semántico: no hablan del logotipo sino de la “bandera”), pues ello recuerda que la anulación simbólica precede a la desaparición física del pueblo judío como ya la historia del siglo XX lo había demostrado.

¿Por qué un grupo de colombianos se metería en tal discusión estético-política? ¿Qué le importa a Colombia que unos artistas rechacen la presencia de un patrocinador en una bienal en Brasil? ¿Es realmente serio decir que la vida física e histórica de un pueblo equivale a sus símbolos? O mejor aún, ¿tenemos que aceptar sin más que la eliminación de un logotipo en un programa de mano equivale a la anulación del pueblo judío? ¿Es necesario llevar al terreno antisemita tal petición concreta de los artistas de la Bienal?

Pero más importante aún: ¿por qué nunca hemos visto tal movilización tan heterogénea en su ideología, pero tan unánime en su mensaje, de personajes de la vida cultural, política y académica colombiana, alrededor de temas que le importen a los colombianos? Y no me refiero solamente a problemas como el conflicto armado interno ni la inequidad social, sino incluso a cuestiones estéticas. ¿Por qué a nuestros artistas y políticos les parece más importante sentar una posición sobre un evento artístico internacional, que sobre el Salón Nacional de Artistas? ¿Por qué el arte internacional es más político que el nuestro? ¿Por qué las actuaciones del Estado de Israel son más “problematizables” que las del Estado colombiano?

Tal vez me podrán decir que exijo demasiado “tropicalismo” o “nacionalismo” de nuestro sector artístico, pero la verdad me parece muy sospechoso tal acto de organización y planeación por parte de individuos que, en otras circunstancias, estarían en orillas opuestas. ¿Por qué la defensa del Estado de Israel permite un encuentro entre lo más granado de la derecha y la izquierda colombianas que sería inconcebible bajo otras circunstancias? ¿Por qué nos ponemos de acuerdo tan fácilmente para defender la vida del Estado de Israel y no para defender la vida del pueblo colombiano?

Tal vez estoy siendo demasiado idiota y burgués al comentar una carta ya muy idiota y burguesa en su contenido, pero creo tener derecho a este divertimento crítico, así como lo tienen tantas personas que resultan perfectamente vanas e inútiles para responder a los verdaderos problemas de este país.

 

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