Cartagena, donde se oculta la pobreza para vender un falso paraíso

Cartagena, donde se oculta la pobreza para vender un falso paraíso

Ojalá pronto se pueda desechar la ilusión de ciudad perfecta que solo está en la cabeza de quienes no ven a La Heroica más allá del sol, la playa y las murallas

Por: Harold Carrillo Romero
enero 15, 2020
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Cartagena, donde se oculta la pobreza para vender un falso paraíso
Foto: Pixabay

La historia de Cartagena como ciudad turística se ubica en los inicios de la segunda mitad del siglo XX, si bien antes existieron intentos por hacer de esta ciudad un destino turístico de primer orden no es sino hasta la década de los 50 cuando se empiezan a materializar proyectos encaminados a esta empresa.

Recientemente desde la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena han surgido una serie de modestas pero significativas pesquisas que dan cuenta de las transformaciones urbanas y sociales que se han desprendido del turismo, cuyas conclusiones me permiten deducir que el diseño de una ciudad inclinada al turismo lo único que ha dejado como consecuencia social es hacer más amplia la brecha de desigualdad económica entre sus habitantes. Además, ha propiciado la segregación espacial de todo aquello que vaya en contravía a la imagen con la que se oferta a la ciudad ante el mundo, tal y como en 2012 titulé en mi trabajo de grado: Ocultar la pobreza para inventar el paraíso.

Pues bien, a este escenario de sol, playa, historia y cultura le ha caído últimamente como balde de agua fría noticias como la que publicó el periódico El Universal el pasado 30 de noviembre, refiriéndose a la trágica muerte de Valentina González Medina, que, por lo bizarro de su deceso, llamó la atención de los medios nacionales. Así mismo, pasado los días, nos enteraríamos, exactamente el 9 de diciembre, que turistas que se hospedaban en el edificio Atabeira sufrieron de un violento asalto a mano armada por dos sujetos en motocicleta. Y este año, como para sumar más a la mala racha de este paraíso, el pasado 10 de enero, el mismo periódico local nos relató cómo al volcarse una lancha, que de paso debo decir iba violando todos los protocolos de seguridad, una familia de turistas sufrió un asalto por parte de piratas, quienes en pocos segundos los despojaron de todas sus pertenencias.

Sin duda, estas noticias no son casos aislados en una ciudad como Cartagena. Aún está fresca en la memoria de muchos cartageneros cómo en 2007 alias el Bambi desahogó la garganta de un arma de fuego contra una pareja de turistas italianos provocándoles la muerte. También cómo a partir de allí cobró más fuerza aquella consigna que en esta parte del mundo había dos Cartagenas. Son muchas las noticias que usualmente estamos viendo en la prensa formalmente constituida, al igual que en los medios de divulgación en redes sociales, donde los abusos en los precios de servicios, el turismo sexual, la comercialización de sustancias ilegales, la delincuencia y hasta destinos sin ninguna presencia de la ley, como las playas de los archipiélagos, son problemáticas propias de las “industrias del pecado”, así como lo llamaría el puertorriqueño Emilio Pantojas. ¿Pero por qué suceden?

Una de las tantas explicaciones tiene asidero en la abismal desigualdad social que se presenta en Cartagena. Esta es una de las ciudades capitales con mayor índice de pobreza extrema de Colombia. Las condiciones de olvido, de ingobernabilidad, de poco o nulo desarrollo económico, de desesperanza y exclusión social hacen que Cartagena sea una bomba de tiempo. Este tipo de sucesos solo nos están indicando que hay grietas en la postal con la que el turismo se promueve y que la solución no es ni será poner un policía por cada visitante, sino virar la mirada hacia un pueblo que clama atención. Lo anterior expresado en políticas de desarrollo social que se traduzcan en oportunidades de empleo, educación de calidad, sostenibilidad ambiental y seguridad alimentaria. Quizá en la inmensidad del tiempo estas brechas sociales se acorten y ya no tengamos que inventar un paraíso. Ojalá podamos por fin desechar esta ilusión de ciudad perfecta, que solo está en la cabeza de quienes no ven a Cartagena más allá del la sol, la playa y las murallas.

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