Carta de Diomédes Diaz

Carta de Diomédes Diaz

Por: Alfonso Hamburger
febrero 07, 2014
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Carta de Diomédes Diaz

Carta a un hombre un poco menos que Dios:
NO SOY ANTIVALLENATO.

- Mi posición clara, ante quienes tratan de confundir las cosas. Hemos llegado a un momento tan caótico, que en Sincelejo dicen que soy proclive a lo vallenato y en Valledupar algunos me creen una especie de muralla sabanera.

Por Alfonso Hamburger

Diomedes Dios, o Díaz- hoy camino a la leyenda- no fue mi ídolo. Apenas ahora, con el furor y la parranda larga que ha desatado su muerte, desprendo- lagrimeo- algunos sentimientos y empiezo a estudiarlo. Lo vi cantar solo dos veces en vivo, jamás estreché su mano, no me firmó autógrafos ni recibí ninguno de sus saludos. Reconozco que he estado a punto de llorar al escuchar algunas de sus canciones y al escarbar en su historia. Fue espantapájaros, perdió un ojo, le faltaba un diente, era desafinado al principio, su voz se tornaba ronca en sus primeras grabaciones, y cuando llegó a Valledupar andaba con un par de zapatos viejos y una mochila. Perseguía la fama con tesón. Le rehuían en las parrandas y le escondían el acordeón. En su afán de mostrar su talento, llegaba una hora antes de la cita para que no lo dejaran los del conjunto donde era carga cables. Fue mensajero de radio para que le pusieran sus canciones. Se colaba en las casetas y llevaba cassetes con sus canciones en la mochila. Uno de esos cassettes se lo entregó a Calixto Ochoa, pero Calo jamás lo escuchó. Sobrevivió a enfermedades letales sin perder su voz, estuvo huyendo tres años, fue a la cárcel y superó varios accidentes. Su historia es bárbara, pero mi ídolo vallenato fue Rafael Orozco. Lo sigue siendo.

Diomedes no era un hombre perfecto. Cometió errores y pidió perdón. Su irrupción ayudó a reposicionar el vallenato. Soy sabanero de sangre, de pura cepa y San Jacintero además, una tierra de la que muchos quisieran ser hijos. Un pueblo al que solo le falta tener un presidente de la república, un papa de roma y un gerente de Telecaribe. Mi bello sitio ha tenido de todo. De modo, que cuando abrí los ojos, mis oídos fueron endulzados por el canto del mochuelo y las voces huracanadas de nuestros gaiteros, los hermanos Escobar de Bajo Grande. Ellos me despertaron con voces impetuosas, pero melodiosas. Sin embargo, un día nos colonizó la voz guajira, esa de acento grabe en la garganta. Aparecieron los Ponchos, los Betos y los Oñate y los Díaz. Al principio ese acordeón picado y la voz acentuada nos llegó a patear en el oído, pero vino Rafael Orozco, con un acordeón y estilo parecidos a lo que venía haciendo Alfredo Gutiérrez y William Molina en Sincelejo. El estilo vallenato, cultivado en la sabana por Adriano Salas y Julio Fontalvo nos cautivó. Con vallenato venteado nos terminaron de criar. En ese transcurso las canciones sabaneras de mi paisano Adolfo Pacheco fueron llevadas al estilo vallenato y eso terminó casi por homogenizar la cultura. Todo empezó a denominarse vallenato. Nuestra cultura sabanera corrió el inminente riesgo de desaparecer.

El primer golpe fue la derrota de Andrés Landero en Valledupar a manos de Colacho Mendoza y después de Miguel López, el rey mudo. Nuestro máximo ídolo, igualito a como Gabo se había imaginado a Francisco el Hombre ( tocaba, improvisaba y cantaba, era gallardo) fue pulverizado. Igual cayeron Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza y Ramón Vargas. Los sabaneros, que iban a una aventura desconocida, se estrellaban con una pared, resguardada en el acento guajiro. El dolor para nosotros fue fecundo. Adolfo Pacheco hizo cuatro canciones antológicas de reclamo sabanero y habló de aquella boca de feroz dragón ( la pluma de Consuelo), entre ellas La Hamaca Grande, que se ha convertido por casi 50 años en nuestra expedición eterna al valle. En nuestra hamaca caben todas las culturas y todos los aires, colgada desde el cerro de Maco hasta el pico más alto de la Sierra Nevada de Santa Marta. Nuestra pala de tierra sigue siendo la resistencia sabanera ante el olvido.

Mi primera entrevista como estudiante de periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe, se la hice a Adolfo Pacheco, en mayo de 1981. Eso me marcó. Pacheco se convirtió en mi mejor profesor de periodismo y desde entonces su dolor fue mi dolor. Me convertí en su más fiel militante. Soy adolfista de nacimiento y por convicción. Este sí es mi ídolo sabanero, al lado de los gaiteros y de Andrés Landero. Adolfo es nuestro estandarte, la luz que alumbra la ideología sabanera. Después se sumaron Numas Armando Gil y muchos amigos, cuya única misión ha sido no dejar que muera nuestro folclor “porque si llegase a morir, no nos lo perdonaría Dios” ( Ever Sierra). Nos enredamos en la misión de marcar las diferencias que nos unen.

Escribí con rabia y con dolor mi resistencia sabanera en 2003. Se llama EN COFRE DE PLATA ( Música corralera, de la plaza de Majagual a la modernidad), donde planteo que el exitoso conjunto vallenato de hoy, nació con Los Corraleros de Majagual, en 1960, al fusionar espléndidamente, el acordeón con otros instrumentos. Hoy todos los conjuntos usan el formato SABANERO aunque no le den el mismo color.

Cuando surge Valledupar como la meca del vallenato (1968) y se hacen ciertas divisiones, empieza una pugna regional avasallante. La Guajira, que es el núcleo del vallenato, se resiente. El trato dado a Luis Enrique Martínez, el verdadero arquitecto del vallenato y después la derrota de Juacho Rois, son dos banderillas clavadas en el alma Guajira. La centralización generó todo tipo de reacciones.

Comencé a estudiar y hoy reconozco que Andrés Landero fue bien derrotado en Valledupar, porque jamás fue vallenato. Murió siendo rey sabanero, rey de la cumbia, con millones de seguidores en el mundo, donde le han hecho varias estatuas. En USA graban trabajos discográficos que por un lado llevan a Elvis Presley y por el otro a Landero. Joe Strummer, quien ya murió, utilizó la música de Landero para hacer mezclas, además incluyó temas como Martha Cecilia en un disco recopilatorio que hizo al lado de grandes bandas de rock, como Bob Dylan. En Argentina hay un festival que lleva su nombre. El vallenato sigue siendo un fenómeno local que crece a nivel orbital, pero aun no desplaza la cumbia. Las estadísticas no son bien manejadas. Lo mejor que le pasó a Lisandro Meza en Valledupar fue haber sido declarado rey sin corona, pues desde allí buscó sus raíces. No se baja de un avión. Es el único acordeonista que ha sido invitado a todas las ferias de Cali. En el Perú lo secuestraron para que el gobierno arreglara una carretera. Ha ganado varios congos de oro en el Carnaval de Barranquilla. Con algunos reyes vallenatos sencillamente no ha pasado nada. Solo están para figurar en la galería de retratos en la sede del festival. Ramón Vargas, en su humildad, declaró que cuando le dieron el tercer puesto fue inmerecido, porque se le apagó la voz en las finales. La mejor época de Alfredo Gutiérrez, antes de los brincos, fue la que vivió en Sincelejo, al lado de Rubén Darío Salcedo, la de los pase boles y romances vallenatos. ( 1957- 1972)

“En Cofre de Plata” es un libro que hay que reescribirlo. En algunas frases de él soy muy duro con los hermanos vallenatos. Son temas dignos de suavizar, máxime cuando es de los humanos herrar, pero de los caballeros rectificar. Por eso quizás jamás le hice publicidad a esta obra, hasta que cayó en manos del investigador guajiro Abel Medina Sierra, quien lo desmenuzó e hizo un análisis serio del mismo. Lo calificó como como un libro muy bien escrito y el primero de la sabana sobre el asunto, pero concluyó que era “un insulto al vallenato”. Abel espolvoreó el paraco. El avispero revoloteó. Y Abel lo hizo con la secreta intención de buscar un acercamiento con el centro. Divide y reinarás, dice el pensamiento. Eran tiempos en que me dieron la misión de convocar a diez investigadores musicales de la sabana para trabajar en la redacción del Plan de Salvaguarda del Vallenato, que había entrado en crisis. A instancias de Carlos Llanos, nos reunimos en Valledupar en octubre de 2012 y fuimos a promulgar el documento, enriquecido y avalado por la delegación sabanera, en la tierra del pollo Vallenato, Fonseca. Para mí fue mágico estar al frente de la tumba de Luis Enrique Martínez, en Hatico, donde nació y fue sembrado.

En aquella asamblea se aceptó que la sabana también hizo sus grandes aportes al engrandecimiento del vallenato, pero con la salvedad de que “no somos vallenatos sabaneros”. Somos parecidos, usamos casi el mismo instrumental, pero nuestros estilos son diferentes. Son dos grandes escuelas del acordeón, la vallenata y la sabanera.

En Valledupar hoy tengo a mis mejores amigos. Para solo mencionar algunos: Félix Carrillo Hinojosa, Rosendo Romero, Santander Duran Escalona, Lolita Acosta, entre otros. Pero sobre todo, a alguien que es como una madre, el profesor y escritor, Jaime Maestre Aponte y Poncho Camargo, etc.

En la asamblea del PES Vallenato, sin pretenderlo, me designaron presidente del comité de investigación, cargo honroso para mí.

Después del viaje a Hatico, donde Rosendo Romero expresó palabras muy sinceras sobre mí, vino el totazo. Abel Medina púbico en internet su análisis sobre mi libro, con un título sugestivo y demoledor: “En Cofre de Plata, un insulto al vallenato”.

No sé si Medina lo hizo deliberadamente, pero eso representó una crisis entre las relaciones vallenato- sabaneras. Yo me reafirmé en algunos de mis criterios soportados en investigaciones permanentes, pero reconocí que debíamos mejorar el lenguaje. Asimismo, en la asamblea del PES se precisó que ha faltado mucho rigor en muchos libros, publicados sin mayor responsabilidad, hiriendo sentimientos regionales. Incluso, se observó algún tipo de ligereza del delegado del Ministerio de Cultura en su área patrimonial, el señor Patrick , al instalar la asamblea, en el sentido de que el documento estaba para la firma del Comité de Patrimonio, antes de escuchar los apuntes de los asistentes. Me dio la impresión de que solo estábamos siendo utilizados como medio para dar la sensación de que toda Colombia había sido consultada sobre la decisión de patrimonializar el vallenato. Firmamos el documento sin ningún tipo de resistencia. Más bien, en Fonseca, alguien del público, en el asomo de un texto de porro y cumbia, grito aireado que “Eso no tiene nada que ver con el vallenato”

Después de la publicación de Medina, El PES Vallenato estuvo dando tumbos. Con las divergencias de los guajiros y la mala prensa “En Cofre de Plata”, se agotó en la tienda Compae Chipuco de Valledupar. Solo nos volvimos a reunir, ya sin tantos ruidos, casi un año después en Ciénaga, Magdalena, donde se continuó el trabajo. Ahora me dicen por ahí que lo han aprobado.

Hecho este recuento no me considero un hombre anti vallenato, como se ha dicho ligeramente en redes sociales, especialmente con la muerte de Diomedes Díaz, a quien solo ahora empiezo estudiar, después de muchas parrandas vividas.

Un señor de nombre Eduardo Escobar, en su columna del periódico El Tiempo, escribió lo siguiente: Coda. No me alegra la partida del llamado cacique de la Junta. Aunque jamás me simpatizó la persona ni me gustó el personaje que encarnaba. Su música me pareció ofensiva siempre, más cerca del aturdimiento que de la gratificación. Nunca entendí que el país lo convirtiera en ídolo. Un país con ídolos así tiene que ser anormal. Diomedes nunca pasó de ser más que un formidable aullador, en los escenarios, y por fuera de los escenarios un canalla, indigno de servir de modelo a las generaciones del futuro. Fue la degradación comercial del vallenato que cantaron los viejos fundadores del género. Hagamos un minuto de silencio sobre su tumba. Devolvámosle con un pequeño bien el mal que tan largo hizo.
Eduardo Escobar.

Lo que hice fue pegar esta frase en mi muro del Facebook, porque me pareció pertinente que se diera un debate al particular, el que hoy ha suscitado más de 300 comentarios, algunos contra mí, pues creyeron que lo hice con intención de no sé qué cosa.

Yo, personalmente, no comparto la posición de Escobar, me parece muy dura y equivocada. Diomedes no degradó el vallenato. Fue su más fiel intérprete y el líder de un estilo, ojalá alejado de su comportamiento como persona.

En estos momentos, en que renace el festival sabanero, es cuando más atentos debemos estar en defensa del patrimonio cultural y unidos entre vallenatos y sabaneos, no vaya a ser que por estar discutiendo, se nos metan en el rancho.

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