Carta abierta de un rector al presidente Iván Duque

Carta abierta de un rector al presidente Iván Duque

Propuesta para redefinir las funciones de los docentes del sector público como medida estratégica para la reducción de coronavirus en Colombia

Por: Jhon Dayron Cárdenas Monsalve
abril 23, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Carta abierta de un rector al presidente Iván Duque

Doctor

Iván Duque Márquez

Presidente de la República

REPÚBLICA DE COLOMBIA

Con copia a Secretaría de Educación de Antioquia.

Asunto: Propuesta para redefinir las funciones de los docentes del sector público como medida estratégica para la reducción de covid -19.        

Señor presidente:

Me dirijo a usted, muy respetuosamente, con el fin de exponerle una propuesta que, desde mi humilde comprensión de las cosas, podría aportar a la solución de esta crisis que vive nuestro amado país y el mundo entero. Me desempeño como rector de la Institución Educativa Rural Buenos Aires del municipio de Cañasgordas, departamento de Antioquia, y es mi ferviente deseo que este capítulo triste de nuestra historia termine pronto, y, de ello estoy seguro, es también su más caro deseo y el de cada uno de los colombianos. Creo, en ese orden de ideas, que es válido y necesario que todos sumemos propuestas para que, así, juntos, hallemos pronto el camino que nos lleve a una feliz resolución de esta situación que nos está sumiendo en el miedo y una angustia indecibles, y en una peligrosa espiral de desesperanza, desempleo y pobreza.

Soy un servidor público más de mi país, que ve como a su institución la golpean los mismos males que aquejan a muchas instituciones rurales de Colombia: carencia de condiciones básicas: infraestructura física y tecnológica y un recurso humano y académico insuficientes, sin todo lo cual nos es tan difícil llevar a buen término nuestra labor de educar. Y luego, ahora, de repente, sin tener esas condiciones suficientes como para desarrollar nuestra labor de manera presencial, la actual crisis nos exige diseñar y ejecutar una nueva estrategia educativa, virtual o a distancia, que nos permita dar continuidad a los procesos académicos del calendario escolar. No es un secreto para nadie que conozca un poco la realidad rural de Colombia, que, si las instituciones no cuentan con la infraestructura tecnológica suficiente, las familias campesinas mucho menos.

Nuestros estudiantes rurales, por otra parte, están diseminados por una topografía nacional de difícil acceso, en sitios donde es una odisea llegar con material pedagógico, incluso a lomo de mula. De modo que, si ya una oferta educativa presencial es compleja, qué se dirá de enfrentar las inmensas dificultades por resolver, para ofrecerles contenidos y estrategias de trabajo virtual o a distancia, en nueve o diez áreas del saber. Y no he mencionado, hasta aquí, la otra limitante: muchos de nuestros docentes tampoco tienen los suficientes recursos para hacerlo. Esta empresa, entonces, requerirá de una logística eficaz y eficiente, pero sobre todo de una extraordinaria creatividad, de la cual hemos hecho gala siempre los docentes de este país, acostumbrados como estamos a trabajar en medio del fuego cruzado de la guerra, en condiciones de difícil acceso, sin los recursos suficientes para hacerlo y, muchas veces, sin el reconocimiento social que sirva de incentivo a nuestra inmensa labor.

Pero esta misiva no pretende convertirse en un memorial de agravios. Le aseguro, señor presidente, que cada una de las instituciones de Colombia enfrentará este reto con toda la altura moral que requiere, con esa creatividad de la que hablo, y consciente de la responsabilidad social que tiene entre manos. Sin embargo, antes de comenzar a enfrentar dicho reto, no sobra proponer nuevos modos de acción, tan pertinentes como el que se nos propone, o quizás con la posibilidad de lograr un impacto más poderoso. Y ese es el propósito de esta carta: exponerle esa propuesta que, desde mi humilde visión, repito, me atrevo a presentarle muy respetuosamente a continuación:

El sistema de salud colombiano ha hecho, actualmente, énfasis en la atención de la pandemia generada por el coronavirus, ralentizando o reduciendo en lo posible la atención en salud general y en lo que tiene que ver con otras dolencias no asociadas a la actual pandemia. Y eso parece lógico e indiscutible. Las empresas también se han visto obligadas, a detenerse muchas, otras a cambiar sus objetivos de producción por otros que le aporten valor a la solución de la crisis. Es así como he escuchado a la Fábrica de Licores de Antioquia proponer que le permitan producir alcohol antiséptico en masa para suplir la falta de este medicamento vital para la asepsia, sin la cual corremos el riesgo de aumentar los contagios.

He escuchado que empresas de confección se están dedicando a la producción de tapabocas e indumentaria médica, y otras industrias ahora se proponen fabricar respiradores para dotar a los hospitales que los requieren urgentemente para la atención de los pacientes más afectados por la enfermedad. Bienvenidas sean todas esas acciones, porque todas sumadas a las disposiciones de su gobierno, van conformando esa gran estrategia nacional para la erradicación del coronavirus y el pronto regreso a la normalidad.

Ahora bien, es evidente que pueden sumarse nuevas ideas, nuevas acciones, no estamos en condición de dejar de pensar, de interpretar y reinterpretar esta realidad agobiante para enfrentarla desde distintos frentes de lucha y hallarle salidas. Es por eso, en mi afán de encontrar soluciones, que invito a pensar en las siguientes preguntas: ¿Si el sector salud y la empresa privada pueden replantear sus funciones, redireccionar sus objetivos para sumarse a la lucha de erradicación de este virus, por qué el sistema educativo no puede hacerlo también? ¿Por qué no cambiamos este año nuestros objetivos curriculares por unos objetivos más pertinentes y útiles? ¿Unos que aporten soluciones en este tiempo especial que nos tocó vivir como sociedad? ¿No es, acaso, la educación, una apuesta por la vida? ¿Cuáles deben ser los contenidos educativos más pertinentes ahora? ¿Cuáles las estrategias? ¿Qué deben aprender, realmente, nuestros estudiantes el día de hoy? ¿Y qué deben aprender sus padres? ¿No es, acaso, lo fundamental ahora, lo más esencial, aprender a preservar la vida y la de nuestra sociedad, aprender a afrontar este desafío con fuerza moral y con espíritu de lucha, con creatividad y generosidad? ¿No es la hora de aprender la solidaridad? ¿No es esta la gran oportunidad de desarrollar los sentimientos de generosidad y reconciliación que nunca antes hemos desarrollado?

Señor presidente, no es la hora de pensar en los resultados del ICFES ni en resultados futuros en pruebas PISA, no es hora de preocuparnos por ese tipo de mediciones internacionales. No es hora de preocuparnos por el rendimiento académico cuando está en juego la vida. Es hora de hacer un alto en el camino y empezar a pensar en cómo formarnos al fin en ciudadanía y valores. La naturaleza fue quien se tomó la palabra y nos habló con su voz fatídica. Nadie que habló antes fue escuchado.

¿Tampoco vamos a escuchar a la naturaleza? Nos está hablando con su sabiduría que, a ojos vista, se nos antoja cruel. ¿Pero, acaso no nos está diciendo que más crueles hemos sido con ella y con nuestra propia especie? ¿Acaso no nos está diciendo que hemos actuado bárbaramente contra nuestro planeta, con nuestro hábitat verde-azul, al que hemos tornado gris con el humo de nuestros autos e industrias, es decir con el humo de nuestra vanidad? ¿Acaso no nos está diciendo que hemos desplazado al murciélago y al pajarillo, al insecto del campo, que hemos talado el bosque, en virtud de nuestra ambición y codicia, y que por la corrupción de nuestro espíritu hemos desplazado a nuestros propios hermanos? A esos vulnerables hermanos que hoy, confinados en sus hogares, ven como el enemigo invisible acecha fuera, mientras adentro, en sus humildes comedores, acecha otra bestia acaso más cruel: el hambre. Nos está preguntado esa naturaleza que hemos confinado a las periferias del planeta, nos está preguntando, qué tan alto es el precio que aún queremos pagar. Nos está diciendo que aún tenemos una oportunidad, a pesar de todo. O que aún la tendrá todo aquel que sobreviva a las consecuencias de este gran error que hemos cometido. Ha llegado la hora de convertirnos en verdaderos ciudadanos del mundo. Ha llegado la hora de enfrentar la vida con sabiduría serena. Ha llegado, al fin, la hora de que merezcamos estar aquí. Así nos lo reclama la tierra, así nos lo reclaman los hombres y mujeres que cada día en el mundo caen como moscas, todos esos muertos que ya hemos puesto y los que aún debemos tristemente poner. Nos lo reclaman los duelos, tantos duelos que lloran hoy a sus muertos, seres que padecen una desolación indecible; así nos lo reclaman la vida, el futuro, nuestros hijos y nietos, que tarde o temprano nos pasarán la cuenta de cobro también, cuando entiendan, horrorizados, cuál fue el país, el planeta que heredaron de nosotros sus extraños mayores.

Es por todo lo anterior, porque quiero hacer algo más que llorar, que le propongo, señor presidente, que estudie con el Ministerio de Educación nacional la posibilidad de modificar el calendario académico o, mejor, de transformarlo, de convertirlo en un calendario social pertinente. Le propongo que nos conviertan a todos los docentes del sector público en agentes estatales que se sumen a esta lucha por nuestra preservación como sociedad. Si nosotros los educadores, con esos mismos escasos medios virtuales, estamos en capacidad de ofrecer contenidos de clases y evaluar aprendizajes a distancia, podemos, entonces, convertirnos también en los líderes comunitarios que tanto necesita Colombia hoy. Líderes comunitarios que siempre hemos sido. Podemos cumplir funciones específicas, de gran ayuda para las familias y de gran ayuda para el sistema de salud y para la fuerza pública. Podemos realizar trabajo pedagógico y de seguimiento en cada hogar, en cada vereda de nuestra patria y, de ese modo, ser verdaderamente útiles en las circunstancias actuales. No es hora de dar clases, lo digo con todo respeto, señor presidente. O, al menos, no es lo único que debemos hacer. Es un tiempo especial, el que estamos viviendo, y no es por un año sin asignaturas que se va a hundir nuestro país o que se van a perder nuestros niños. Si nuestro país se está hundiendo es por nuestro egoísmo ciego. Porque cada quien ha luchado por sus pequeños y mezquinos intereses y no por el bien común, porque cada quien rema hacia la dirección que le señala su individualismo mientras la barca se hunde. Nuestros niños y jóvenes pueden retornar a sus clases presenciales cuando haya remitido la crisis. La escuela seguirá ahí, a la espera de que la risa infantil vuelva un día a adornarla. La escuela nunca se irá. Simplemente esa escuela merece también la oportunidad de arremangarse la camisa y salir a pelear por la vida de cada uno de sus niños, porque anhela que no le falte uno solo cuando llegue ese día, ahora tan anhelado por ella: el día en que una algarabía de niños sanos y salvos conquiste de nuevo sus patios y se tome por derecho sus aulas para aprender de nuevo a sumar la esperanza y a restar el dolor. Por eso es hora de que usted sume a esta gran batalla por la vida a la escuela, es hora de que sume casi medio millón de agentes nuevos a la lucha por derrotar esta pandemia que sólo deja desolación en las calles donde antes ejercíamos nuestro reinado. Es hora de que usted invite al frente de lucha a la escuela. Cada docente de Colombia puede encargarse de hacer una labor educativa, estadística, de control y seguimiento en un número determinado de hogares.

A continuación, sugiero actividades concretas que, eventualmente, puede realizar cada educador desde la seguridad de su hogar. Obviamente están abiertas a la discusión y podrían sumarse otras; al fin que es este sólo un primer intento de visibilizar más la propuesta que hoy le expongo. He aquí la lista tentativa:

  1. Labores pedagógicas de prevención del coronavirus.
  2. Labores pedagógicas de prevención de violencia intrafamiliar y abuso infantil.
  3. Labores estadísticas que le permitan tener información verídica del estado de salud y mortalidad de los integrantes de esos hogares.
  4. Identificación de factores de riesgo en las comunidades, asociados al coronavirus.
  5. Comunicación permanente con autoridades y con el sistema de salud para el reporte de esos factores de riesgo.
  6. Acompañamiento y motivación permanente a las familias.
  7. Promoción de los valores familiares.
  8. Identificación de la situación socio-económica de cada uno de los hogares para que las ayudas del Estado lleguen de un modo más eficaz y transparente a quienes verdaderamente las necesitan.
  9. Labores de información y educación continua a las familias en relación con la pandemia.
  10. Implementación de actividades académicas y formativas para los estudiantes, que no hagan parte de las asignaturas tradicionales, pero sí que promuevan los valores familiares, la lectura, el arte, la lúdica, la resolución de problemas y la representación estética y crítica de la realidad.
  11. Promoción de valores de liderazgo entre los estudiantes: pueden diseñarse con ellos proyectos que los induzcan a asumir protagonismo en las familias y en las comunidades y sumarlos así a la lucha de prevención y resolución de la crisis.
  12. Asesoría permanente a las familias sobre los canales de comunicación que el Estado ha determinado para la atención en la crisis, y orientación sobre las rutas de atención en caso de infección, de algún tipo de violencia o abuso.
  13. Detección, con la capacitación adecuada, de posibles casos de contagio para que los agentes de la salud realicen las pruebas respectivas.

¿Quién conoce más que un docente los hogares de nuestro país? ¿A quién pregunta siempre el Estado por la condición socio-económica de sus habitantes? ¿No es acaso al educador? ¿No son las escuelas quienes proveen al Estado de información fidedigna para la toma de decisiones a la hora de ejercer su labor social? ¿Quién sabe más que un docente de las necesidades de la anciana de cada vereda, de los sueños del campesino, de las carencias de cada niño, hasta de la enfermedad del caballo del señor que lleva a su niño a la escuela?

Cada institución podría hacer una repartición, entre los docentes, de las familias a atender, atendiendo a criterios de equidad, de número de estudiantes y número de docentes. En mi institución tenemos matriculados, a la fecha, unos quinientos estudiantes. Repartidos entre veinticinco docentes, cada uno de estos estaría a cargo de veinte estudiantes, veinte familias para atender y orientar y asesorar y apoyar. Veinte familias a las cuales haría seguimiento exhaustivo durante la pandemia, a las que enseñaría a protegerse y a enfrentar con resiliencia estos tiempos difíciles. Ese docente se convertiría en un puente entre el Estado y las familias. Las autoridades de la salud, la fuerza pública podrían aprovecharlo para las labores de prevención, control y seguimiento, las familias tendrían un orientador calificado y, de esta manera, gracias a su aporte, causarían mayor impacto todas las disposiciones gubernamentales para la superación de la crisis.  Los aproximadamente quinientos mil docentes públicos colombianos podemos focalizar y atender a los aproximadamente diez millones de estudiantes. O sea, a diez millones de familias. Siempre lo hemos hecho.

Es innegable que los actos de indisciplina que se han vivido en nuestro país con ocasión de la cuarentena: actos de violación de los protocolos; de compra exagerada de productos de la canasta familiar, lo cual ha generado escasez y ha puesto así en riesgo a gran parte de la ciudadanía que se ha visto privada de ellos; actos de ataque y discriminación a nuestros profesionales de la salud o a personas declaradas portadoras del virus; actos de desalojo de sus residencias a personas que se han quedado sin sus ingresos, etc., todos esos actos tienen su origen en la falta de una pedagogía personalizada, que al Estado le queda muy difícil implementar a través de los medios y redes, los cuales muchas veces solo buscan o logran desinformar, desorientar, o generar pánico. Esa pedagogía personalizada es una labor propia de un docente. Es el docente la persona más calificada en nuestro país para hacerla. Por su conocimiento de la psicología de las familias, por el trato cercano y amigable que, durante años, ha tenido con ellas. Por la credibilidad que, con su trabajo comunitario, se ha ganado.

Podríamos, los docentes, con instrumentos creados por el Estado, con capacitación que nos ofrezcan para actuar más eficazmente, identificar factores de riesgo, síntomas de contagio, casos de mortalidad, pacientes que requieren realizarse la prueba de covid–19, además de que promoveríamos el cumplimiento de los protocolos de seguridad, les haríamos seguimiento, fomentaríamos la paz y la convivencia en los hogares, el respeto por los derechos de los niños, que, incluso, en sus hogares pueden ser más vulnerables, e implementaríamos con las familias acciones que nos permitan a todos comprender más esta difícil situación, para superarla muy pronto y reinventar nuestras vidas.

Considero que pueden orientarse también labores específicamente académicas durante este tiempo extraordinario, pero que debemos inducir a nuestros estudiantes a desarrollarlas más desde la motivación, desde el deseo de aprender, que desde la obligatoriedad de una decena de asignaturas que irrumpirán con sus contenidos en los hogares, agobiando a las familias que ya tienen suficiente con el drama de esta pandemia y con las consecuencias del necesario confinamiento. Debemos ser muy cuidadosos a la hora de introducir la escuela en los hogares. Es muy fácil fracasar en las actuales circunstancias, si llegamos con esa larga lista de asignaturas a pretender que nuestros estudiantes estudien prácticamente solos, como si fueran adultos con la suficiente capacidad crítica y las habilidades intelectuales y los recursos necesarios para enfrentar la educación a distancia o virtual. Nuestros estudiantes, no podemos olvidarlo, además de no tener suficientes recursos, están en una etapa de aprestamiento, de consolidación de su psiquis y de sus capacidades cognitivas, además de que viven también la zozobra y la angustia de estos días. Y una estrategia errada podría resultar contraproducente. No veo viable, en estas circunstancias, la evaluación que persigue la asignación de una nota o calificación. Razonable sería una evaluación que sirva más a los intereses de aprendizaje, que permita la retroalimentación y la búsqueda de crecimiento. Y la integración de las áreas del conocimiento en la búsqueda de comprensión de la realidad actual, de resignificación de un proyecto de vida me parecería lo más acertado. Con una propuesta de exploración intelectual desde las ciencias sociales y humanas, podrían pensarse propuestas curriculares para estos tiempos, siempre y cuando no apunten al aprendizaje de contenidos, más que a la asunción de una postura crítica y propositiva frente a la realidad. También serviría, apoyados en las ciencias naturales, llevar a los niños y jóvenes a la exploración del comportamiento de los microorganismos, de las causas que los traen a nuestras vidas y de las acciones que debemos realizar para asegurarnos de preservar nuestro hábitat y el de las otras especies, y convivir con ellas de modo respetuoso y enriquecedor. También es la oportunidad para que cada niño explore su pequeño hábitat, su casa, su finca, con una actitud científica y transformadora. Que vuelva objeto de problematización matemática el presupuesto familiar, que haga una expedición botánica de su patio, de su pedazo de bosque, que convierta en expresión literaria, musical o pictórica su esperanza o su angustia, que escriba cartas a sus compañeros o a Dios, y qué imagine de qué tamaño quiere sus sueños cuando al fin llegue a puerto seguro su barco.

La escuela, hoy más que nunca, debe ser transformadora de la realidad en que se proyecta. Que no caigamos en el error de desdibujar su función en aras de unos resultados desde todo punto de vista inciertos, y por la pretensión de cumplir con unos objetivos propuestos al comienzo del año, cuando el mundo era otro, cuando vivíamos un paradigma que para siempre ha pasado a la historia. Así como podíamos exigirle a la escuela el año pasado que no se pareciera a la escuela del siglo XX o del siglo XIX, tampoco podemos decirle a la escuela de abril que se parezca a la escuela de enero o del año pasado. Antes, la historia era una ciencia que estudiaba los acontecimientos de los siglos ya idos. Pero nosotros mismos aceleramos el mundo, de modo que ahora estudiar la historia es estudiar los acontecimientos de la semana pasada. Yo mismo me asombro ahora, cuando, al buscar información estadística de esta pandemia, me encuentro con que los datos de la semana pasada ya son obsoletos, ya parecen pertenecer a un mundo lejano. Así de rápido marcha la historia ahora. Y que no se quede la escuela, una vez más, rezagada. Los objetivos de la escuela del año pasado no pueden ya ser los objetivos de la escuela de este año. Por si la escuela no lo sabía, ahora el mundo ha cambiado. Y quien así no lo entienda no sobrevivirá, o en el mejor de lo casos estará abocado al fracaso.

No se trata, ahora, de correr alocados, en la búsqueda de un sinfín de contenidos y aplicaciones para agobiarnos nosotros mismos y agobiar a las familias y a los estudiantes. El Estado mismo parece habernos metido en esa carrera de obstáculos, bombardeándonos a través de las redes con una serie inacabable de contenidos virtuales, muy ingeniosos, por cierto, pero que, en su mayoría, no podrán llegar a nuestros estudiantes. Parece, esta loca carrera, el vano intento de hacer en unas semanas lo que no hemos hecho en la larga y sangrienta historia de nuestra travesía nacional. ¿A quién queremos quedarle bien? ¿A nuestra historia? Hace tiempos que le quedamos mal. ¿A nuestro futuro? ¿Y será que haciendo las cosas igual que ayer tendremos futuro? Si estamos como estamos fue porque las hicimos muy mal. No vamos a remediar nuestros errores ni vamos a suplir nuestras omisiones llenando de contenidos a nuestros niños, niños que miran azorados como sus padres tienen miedo, niños que ahora sólo reclaman acompañamiento amoroso y sereno de sus educadores, y cuyos padres lo que requieren es asesoría y orientación.

Mi invitación es la misma que me hace a mí la naturaleza. La misma que nos hace a todos: que es hora de parar, de ir con calma, de detenernos y empezar a pensar y a actuar con sabiduría, y que el mejor modo de empezar es el de generar acciones que brinden seguridad, esperanza, deseo de luchar por una causa común, que es nuestra propia supervivencia, de hacernos mejores para merecer la vida.

Señor presidente, de esta manera estaríamos aportando, desde el sistema educativo, a la solución de esta gran crisis nacional. Hago pública esta propuesta, porque nace de mi deseo sincero de aportar a la pronta solución de este mal público que pone en riesgo mi vida y la de mis seres amados, y la de cada uno de mis hermanos colombianos, la de cada hermano del mundo que en la noche reposa en la almohada su cabeza llena de angustia y de miedo, y cada amanecer despierta preguntándose si ya habrá, al menos, alguna esperanza. Comunicar mis puntos de vista me ha exigido hacer acopio de valor, me ha exigido pensar, pero es realmente maravilloso sentir como a mi corazón lo embarga ese valor, y a mi mente el deseo de pensar en soluciones, cuando, últimamente, he temblado y he visto a mis semejantes temblar de miedo.

Que la educación en Colombia, durante este año, cumpla su verdadera función de articularse con la realidad a la que se debe. Es un momento crucial en la historia, señor presidente, la escuela no puede ser ajena a la vida. Que nunca lo sea.

Con sentimientos de cordialidad, consideración y respeto,

Jhon Dayron Cárdenas Monsalve

Rector

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