Señor presidente:
Los pueblos mineros también merecen respeto. Y ya va siendo hora de que les devuelvan la dignidad que les han quitado. Por eso quiero hacerle unas preguntas y espero que tenga el valor de responderlas. No tanto por mí, sino por esos pueblos estigmatizados, que hoy están al borde de la desesperación, a causa del hambre que ya empieza a apretarles el cuello a cientos de familias, cuya única forma de sortear los avatares de la indiferencia estatal es escarbando tierra en un socavón, y donde lo más seguro que pueden encontrarse es el oro rutilante de la muerte.
¿No le parece vergonzoso que mucha gente vaya a mercar a Medellín?, ¿usted sabe qué significa la desesperación del hambre?, ¿podrá saber y sentir la miseria ajena quien no la ha padecido en carne propia? Aparte de la represión, ¿qué otra solución piensa darles a las familias de niños, jóvenes y ancianos que están al margen de la confrontación con el Estado y que están llevando la peor parte por el desabastecimiento de víveres?, ¿no le parece el colmo que a causa del paro minero muchas empresas no les vayan a pagar su salario a los mismos empleados que están explotando? Si Usted piensa acabar con la minería ilegal, ¿por qué no empieza por las multinacionales?, ¿el medio ambiente distingue entre minería legal e ilegal?
Y para no hacer larga esta retahíla de preguntas, termino con la siguiente: ¿usted piensa borrar de un bolillazo (perdón por el eufemismo) casi quinientos años de historia minera, en unos pueblos que han visto cómo llega el Estado con sus maquinarias y sus armas, y los otros que no son el Estado, pero al fin y al cabo, también con sus maquinarias y sus armas, y se llevan sus riquezas?