¿Bogotá puede ser una ciudad incluyente?

¿Bogotá puede ser una ciudad incluyente?

Es tiempo de pensar que tanto se respeta al otro en la ciudad

Por: Nelson Cárdenas
noviembre 11, 2014
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¿Bogotá puede ser una ciudad incluyente?
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En una película de hace unos años, The Help / Historias cruzadas (Tate Taylor, E.U, 2011)  se narraba, como quien cuenta cosas de no creer que ocurriesen alguna vez en el mundo, la relación existente entre la servidumbre negra y sus patronas blancas, con ínfulas de amas.

Ubicada en el estado de Misisipi, casi 100 años después de la abolición definitiva de la esclavitud, la película presentaba en cierto tono de comedia como las cosas han cambiado en forma pero no en fondo para la raza negra: la segregación de la totalidad de los servicios de la sociedad en función del color de la piel se trasladaba también al plano íntimo: la cocinera de la casa, negra, por supuesto, no podía ir al mismo excusado que su patrona, ni sentarse a comer con ella a la mesa, ni dirigirse a su patrona por su nombre sin anteponer el señora al apellido, toda una serie de gestos y detallitos que eran tan solo el rostro más decente de todo un sistema de discriminación.

La gente salía asombrada de la película. Externamente iban diciendo “terrible eso, pobre gente”. Internamente tal vez su conciencia les diría “carajo, eso mismo hacemos en casa con la muchacha de servicio”. Pero siendo realistas, tal vez no. Uno, con sus ojos mirando para afuera (y no como como se hace ahora en las populares “selfis”… aunque no, me corrijo. Los selfis tampoco miran hacia adentro sino que proyectan una autoimagen imaginada) no logra verse así mismo, a lo sumo imaginarse. Y uno ¿cómo no? se imagina bueno, justo, trabajador, progresista y un montón de adjetivos más que brillan en la cabeza de uno hasta que, la vida le pide ponerlos en juego. Y ahí si ya no. Ahí sí, como en el viejo chiste del oficial del partido comunista que interroga a un granjero sobre su fidelidad al partido, preguntándole sucesivamente si, teniendo dos fincas, o dos tractores le daría uno al partido y este responde que sí ambas cosas, pero que dice que no, cuando la pregunta es “¿y si tuviera dos cerdos? ¿le daría uno al partido?”. La perplejidad del funcionario ante la negativa por una hipotética generosidad menor desaparece cuando el campesino le explica “..es que los marranos si los tengo”. Y así solemos ser. “Uno es hasta que le toca ser” reza un dicho de casa que es casi una ecuación de Newton. Describe a la perfección el comportamiento de muchos.
-¿Eres racista?
-¡No¡ ¿cómo se te ocurre?.
-¿Eres clasista?
-¡Claro que no¡ Todos los humanos somos iguales en derecho ¡faltaba más¡

Y así, uno puede hacer el interrogatorio que se le antoje. Y luego, cuando un alcalde terrorista, improvisado y nefasto le da por decir, ¡válgame dios¡ que va a poner unos edificios para desplazados (que hasta nombre socarrón tienen, dizque V.I.P. vivienda de interés prioritario) en medio de unos terrenos de estrato 6, aledaños a sus super casas, ahí si ya no. “El marrano si lo tengo”. Y se llenan de argumentos, unos muy humanitarios, que con esa plata podrían construirles más casas por allá, lejos, dónde pueden vivir con los de su clase, que los van a discriminar, que como van a pagar los servicios cuando les ajusten el “estrato”, que a los hijos les va a quedar lejos el colegio, que van a quedar en un ghetto porque no podrán comprar en nuestros costosos almacenes; otros más sinceros, con esa sinceridad que asusta, tan propia de “los buenos somos más”, lo dicen más claro : se nos va a devaluar la zona, se va llenar de gente mal (hay gente bien y gente mal, obvio), esto se va llenar de basura, de bulla, de peleas, y tiendas de barrio.

El alcalde, que habla en chino con la lengua del “comunismo ateo”, que les ha estado probando la paciencia al crear (siguiendo el mandato constitucional) el mínimo vital de agua para los estratos 1 y 2 , que le quitó el negocio de las basuras a los privados de gran copete e incorporó a los privados de cachucha y tenis, que le dio por peatonalizar el centro, por “sisbenizar” el transporte, ahora si “se les metió al rancho”. Literalmente.

“Y eso no lo vamos a permitir” dicen, mientras reciben la hostia o escuchan la W “aunque ese Julito también anda medio castrochavista, caray”.

“Ya déjese de patillas /venga a remediar su mal / si aquí debajito 'el poncho
no tengo ningún puñal / y si sigue hociconeando /le vamos a expropiar
las pistolas y la lengua / y toíto lo demás” cantaba Víctor Jara hace más de 40 años cuando Allende le dio por cosas parecidas en medio de la inocencia que le daba la limpieza de su conciencia. En Machuca, de Andres Wood (Chile, 2004) http://www.youtube.com/watch?v=BDZowgcMm9o nos hacen un retrato vívido de la complejidad de la situación y , como aquí en Bogotá y en los ecos asustados desde otros lugares del país, de la resistencia de “los buenos somos más”, que cuestionan, con todas sus letras, por qué el cura comunista de la peli, aupado por el gobierno marxista, insiste en combinar peras y manzanas. Porque está bien que nos hagan la comida, limpien la casa, o como en nuestro caso, vayan a la guerra por la bandera de la patria ¡ah, la patria¡, pero mejor que vivan lejos, que no somos tan iguales al fin y al cabo…

Sin embargo, con todas las resistencias, los cambios se han estado dando, tal vez sin la conciencia real de los ciudadanos y un poco como consecuencia del modelo económico que tanto adoran.En Transmilenio, por ejemplo, creado como una necesaria organización del transporte público, ocurren, a pesar de sus propias dificultades, experimentos muy interesantes.

Figúrense uds que Transmilenio llega hasta el aeropuerto El Dorado. Y en él, ante el trancón perpetuo y creciente que vive Bogotá con sus 10.000 carros nuevos por mes y los costos de los parqueaderos en el área, viajan todos: los que van a viajar pagando su tiquete, los que viajamos porque nos lo pagan, los que trabajan en el aeropuerto –haciendo aseo, atendiendo un puesto de dulces o un “counter” de aerolínea-, los que van o vuelven a sus barrio aledaños. Una noche, cuando recién empezaba el servicio vi a un señor, de aspecto distinguido, buzo de cocodrilito y cara de ir a esperar a alguien, que estaba algo intimidado porque ahí, a un metro y sin poder huir de ellos, habían un par de muchachos medio punkeros. De repente, en una parada, se subió una anciana con algo de dificultad. Ante el asombro del señor, uno de los punkeros -esos seres peligrosos- se levantó y le ofreció el puesto. Supongo, por su cara más relajada después, que entendió en ese encuentro fugaz que le permitió la cercanía inevitable de un bus, que atrás de la pinta tan distinta a la de él, atrás de sus prejuicios, había un ser humano tan válido como él. Distinto pero igual. Gente, ni más, ni menos.

Tal vez sea ya tiempo de comenzar a mirarnos sin tanta complacencia, con algo más de realidad. Tal vez sea el tiempo de preguntarnos si lo que hemos hecho está bien y si lo podemos hacer distinto. Tal vez descubramos que no somos tan buenos como hemos creído y que esa imagen idílica en que nos tenemos no se sostiene tan siquiera ante la voz sencilla del dios al que tanto se le reza y que el “ama a tu prójimo” es, con más frecuencia que lo que la decencia pediría, mera letra muerta.

El cambio, dicen, es lo único constante. Y Bogotá está cambiando. Y el país, en donde los nadies son mayoría, mira tratando de entender como es la vuelta. Ya veremos, se los aseguro, como es la vuelta.
@nelsoncardena

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