¿Atlético Nacional o la fábula de lo aburrido?

¿Atlético Nacional o la fábula de lo aburrido?

Un equipo de fútbol que desde antes de jugar su primer partido ya es favorito, cabalga el campeonato y gana sin objeción es sinónimo de que el juego (...) ha caído en el tedio"

Por: JOSÉ PASTOR PÉREZ CASTRO
junio 23, 2017
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¿Atlético Nacional o la fábula de lo aburrido?
Foto: Publimetro

Contaba el fallecido escritor rosarino Roberto Fontanarrosa en alguna de sus tiras cómicas de Boogie el aceitoso,  que un boxeador muy  certero y  fuerte, famoso por derribar por nocaut a sus adversarios en el primer asalto, fue conminado a dejar de pie al otro púgil hasta el  cuarto asalto. Era obvio que se preguntara si era la mafia de las apuestas quien hiciera la petición. Sin  embargo, le aclararon que no, que  eran los productores de televisión quienes lo exigían puesto que acabar la pelea tan pronto aburriría al público y acabaría con la pauta  comercial. Era obvio que el argentino aludía al controvertido Mike Tyson quien de admirado pasó a temido, de temido a odiado y de odiado  a olvidado. Un producto más del marketing deportivo.

Algo muy parecido está pasando en el mundo del fútbol actual. Un Atlético Nacional que nos hizo vibrar con la Copa Libertadores del 89 y cuyos jugadores de la época fueron la base de las recordadas selecciones de Colombia en los mundiales de Italia 90 y USA 94 vuelve a coronarse campeón del fútbol profesional colombiano, pero aburre. No hablo de su sistema de juego, ni de su plantilla. Hablo de lo predecible que se está volviendo el fútbol en Colombia y en el mundo.

Un  equipo de  fútbol que  desde  antes  de  jugar  su  primer  partido  ya  es  favorito,  cabalga  el  campeonato y  gana sin  objeción  es  sinónimo  de  que el  juego,  esa  batalla  simbólica  que  mencionaba el  filósofo  holandés Johan  Huizinga, ha  dejado  de ser  juego y  ha  caído en  el  tedio, la abulia, el hastío porque pierde  la  emoción, el  riesgo  y  la  aventura.  Pero  seamos  justos: lo  mismo  pasa  en  Italia  con  la Juventus, en  España  con  el  Real  Madrid  o  en  Alemania  con  el  Bayern  Munich.

No  quiero  con  esto  restar  méritos  a  clubes  que  con  esfuerzo,  dedicación y  buena  administración  han  merecido  tener  lugares  de  hegemonía  en  sus  países.  Al  contrario,  pienso  que  Atlético  Nacional  que  es  cabeza  de  león  en  Colombia  pero  cola  de  ratón  en  el  mundo, debe  empezar  a  ganarse  un  lugar  en  este  más  allá  de  los  reconocimientos  esporádicos de periodistas  deportivos  lisonjeros  que  concurren al  vaivén  de  los  acontecimientos  de  los  clubes.

En  concreto, Atlético  Nacional  debería  proponerse  tres  cosas. El  reto  de  tener  un  estadio propio, como  el actual subcampeón Deportivo  Cali,  en  vez  de  estar  arrendando  el  del  municipio; el  segundo, quedar  campeón  en una  Copa  Intercontinental  de  clubes  para ser  de  verdad  un  “rey  de copas”  y el  tercero  y  más  difícil,  en  tanto  que  Nacional  hoy  en  día  más  que  un  club  es un  simple  negocio, dejar  de  ser  parte  del  conglomerado  Ardila  Lulle  y  empezar  a  tener  un  club  democrático  con verdaderos  socios para dejar  de  tener  hinchas  rasos  que   le  llenan  los  bolsillos  a  una  sola  persona.

Pero  volviendo  a  aquello  que  comentaba  de  lo  impredecible,  nadie  recuerda  lo  repetitivo  por  monótono.  En  cambio,  como  aficionado  al  fútbol,  tengo  plena  memoria  de  aquellos  momentos  en  que  David  derribó  a  Goliat. ¿Cómo  olvidar  sin  haberlo  visto  el  día  que  Uruguay  derrotó  a  Brasil  2  por  1  en  el  Maracaná?  Es  una  leyenda  pura.  Es  lo  inesperado, el  giro  de  los  acontecimientos  desconcertante.  Así  mismo  existe  una  colección  de  acontecimientos  que  rayan  en  lo  impensado  y  le  dan  al  juego  su  carácter  creativo  y  espontáneo. En  Chile  nadie  olvida  el  día    que  un  equipo  de  fútbol humilde  animado  por  mineros  del  desierto  ganó  el  campeonato  local.  Era  el  Cobresal,  hoy  descendido  a  la  B. En Inglaterra  los  hinchas  del  Leicester  jamás  olvidarán  el  2  de  Mayo  de  2016,  día  en  que  fueron  campeones  de  la  liga  premier.

Los  momentos  inolvidables  del  fútbol  son  marcados  por  la  imaginación  y  la  destreza. La  mano  de Dios  de  Maradona, el  penalti  a  tres  toques  cobrado  por  Cruyff, el  pase  de  gol  a  la  ciega  de  Pelé  a  Carlos  Alberto,  el  impredecible  gesto  de Bruno  Alves  quien  en  un  tiro de  esquina  se  come  una  banana  que  le  tira  un  hincha  racista,  o  la  famosa  tapada  del  “escorpión”  de  René  Higuita,  baluarte  de  Atlético Nacional,  considerada  la  mejor  jugada de  la  historia  del  fútbol  son  prueba  de  ello.

Es por  eso que  reitero  que  no  hay  algo  que  genere  más  expectativa  y  rating  que  una  competencia  en  la  que  o  no  hay  favoritos  o  todos  son  favoritos.  Recuerdo  un  tour de  Francia  en  el  que  había  poco  más  de  diez  candidatos  al  título. En  cambio,  hoy  en  día  confieso  que  ciertos  campeonatos  los  veo  solo  cuando  empiezan  los  octavos  de  final y  que  en el  partido  de  final de  Champions  League   de   Juventus  y  Real  Madrid  tuve  que  cambiar  de  canal  por  la  abulia  que  producía  ver  suceder lo  predecible. Era  como  cuando  uno  sabía  en  la  telenovela  que  a  la  protagonista  la  iban a  dejar   ciega  en  el  capítulo cien  y  amnésica  en  el  capítulo  doscientos.

En  un  mundo  en  el  que  hemos  empezado  a dejar  de  ser  consumidores  pasivos  y  hemos  empezado  a  ser  prosumidores,  es  decir  consumidores  con  cierto  criterio,  una  ficción  como  el  fútbol  no  puede  dejarse  en  manos  del  marketing  televisivo porque  apagar  la  tele  o  cambiar  de  canal  cada  vez  más  es  una  opción. Vale  decir  aquí  que  mi  hijo   fue  quien  dijo  la  lapidaria  frase “¿Para  qué  ves  ese  partido? Va  a  ganar  Nacional. Eso  ya  está  arreglado” . Un  escalofrío me  corrió  por  la  espalda  porque  la  frase  inevitablemente  me  recordó  a  Germán  Vargas  Lleras.  Luego tomó  el control,  puso  Netflix  y  acto  seguido  nos  pusimos  a  ver  documentales.

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