Así se gestó mi exilio: secretos de cómo salí de Colombia

Así se gestó mi exilio: secretos de cómo salí de Colombia

Juan Mario Sánchez, escritor antioqueño, relata cómo fue su huida del país tras recibir una serie de intimidaciones que dejaban ver que su vida estaba en peligro

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
agosto 06, 2019
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Así se gestó mi exilio: secretos de cómo salí de Colombia

Juro que diré la verdad, claramente la verdad y absolutamente la verdad. Mi exilio y los hechos que lo antecedieron forman una trama tan compleja que los expondré en mi próxima novela. Aún no es el momento de escribirla y los hechos están tan cercanos que debo permitir la perspectiva del tiempo para atar tantos cabos oscuros y complejos. Aquí un pequeño adelanto.

Los difamadores que no faltan aseguran que lo mío es un show mediático, que estoy de turista y a lo Pachá tomando whisky y rodeado de bellas mujeres. La verdad os hará libres, decía el Divino Maestro y ese es mi escudo. En Colombia padecí casi todas las formas de violencia. Y si alguien duda relea lo que publiqué en El Espectador en julio de 2016 en la columna titulada Yo también salgo del clóset, texto que relata los crímenes de 6 seres amados, entre ellos dos hermanos, y también violencia contra mi persona. O vean la entrevista que me hicieron en el Congreso de la República. Aparece así en YouTube: Congreso y Sociedad - escritor Juan Mario Sánchez.

Desde que publiqué esa columna reveladora en El Espectador arreció la intriga. Intentaron meterse muchísimas veces a mi cuenta de correo electrónico. El mismo Hotmail me lo avisaba. Afortunadamente también yo contaba con una de las personas más expertas en Colombia en sistemas. Me enseñó a denegar accesos, etc. Hasta el último día mi celular y mi teléfono fijo estuvieron chuzados. Como ya me había ocurrido en décadas anteriores uno lo percibe por ciertos detalles técnicos que no es del caso enunciar aquí.

Físicamente fui seguido. En varios momentos de mi vida he recibido amenazas de muerte, calumnias, injurias, etc. Todo denunciado ante las autoridades colombianas. Tengo la documentación. A mi vida llegaron espías. Por suerte una de ellas fue una hermosa mujer. En esos momentos no comprendí por qué una mujer tan seductora y atractiva insistía en aproximarse a mi vida: yo no me considero atractivo, soy un hombre de lo más normal y no sobresalgo por atributos físicos. Fuimos amantes. Aunque no lo crean se enamoró de mí y creo que eso arruinó los planes de sus jefes. Meses de placer y dolor... Cuando descubrí su plan fue una experiencia dolorosa, para ambos. Ella no sabía que yo había descubierto quién realmente era ella y con qué fin llegó a mi vida. En Medellín volví a encontrármela varias veces. Huía de mi mirada.

A mi vida también se acercaron agentes del Estado, de la policía. Yo tengo olfato. Permití que fueran mis amigos. Ya puedo decir, estoy lejos de Colombia, que incluso uno de ellos era guardaespaldas de Álvaro Uribe. Nunca tuve miedo. El que nada debe nada teme. Ellos sí me tenían o me tienen miedo por lo que escribo, porque Dios me dio la capacidad de dejarlos al desnudo y de atacar a los corruptos y criminales con la noble arma de la pluma y poniendo siempre como escudo la verdad. Fui sereno.

Ver: Las amenazas que sacaron a Juan Mario Sánchez Cuervo del país

La verdad, hoy deben estar furiosos pues me reí de ellos. Como se dice en Medellín, les mamé gallo y hasta los puse hacer cosas ridículas. Me seguían porque mis columnas de opinión en defensa de la JEP, defendiendo el proceso de paz y confrontando con vehemencia a Uribe los preocupaba. Debían tenerme al alcance. Dios siempre ha estado conmigo, no tanto mi astucia e inteligencia me han librado. Él me ha protegido y me da palabra para ponerlos contra la pared.

Si yo no planeo mi salida de Colombia, me hubieran sacado del camino. Mi denuncia y reivindicación de mi amado hermano José Abad Sánchez Cuervo, crimen de lesa humanidad, los sacó de quicio. Yo olfateaba el peligro, soy un buen sabueso. Mi lema es: "más vale perro vivo que león muerto". Yo debía vivir para contar las atrocidades de un Estado criminal y las fechorías de un tal Uribe, hasta llevarlo, si Dios lo permite, a la Corte Penal Internacional.

Hay gente miedosa e ingenua que cree que yo estoy en la ilegalidad. Ya lo he dicho, soy más legal que cualquier autoridad corrupta. Y para los que no lo saben soy funcionario público y trabajador del mismo Estado... 20 años de hoja de vida intachable. Si, amigo lector, usted no sabe quién soy yo, jajajaja, es un chiste, pero sí soy servidor público. Quiero justicia, clamo justicia, y todo aquel que sea indiferente y guarde silencio cómplice es también culpable.

Hubo un equipo de trabajo alrededor de mi salida de Colombia. Entre ellos mi extraordinario abogado, por mencionar a alguien. Pero también un médico y una psicóloga. ¿Por qué? Tenía que demostrarse que no era paranoia sino una amenaza evidente y un riesgo absoluto. Todo el equipo concluyó lo que yo mismo me negaba a aceptar: debía salir cuanto antes de mi país, me iban a matar. Es más, hubo gente cercana a mí que me lo decía y yo me negaba a creerlo, pues tenía tranquila mi consciencia y practico la ética y una vida transparente y honesta. Pero en Colombia la honestidad y la sinceridad son castigadas.

Mis últimos días en Colombia fueron un juego de los gatos contra el ratón. Mis pertenencias las vendí por una baratija. Políticos poderosos en Colombia de la oposición fueron indiferentes con mi caso, no respondían mis mensajes. Me dejaron solo y todavía estoy solo. Los políticos miran a las personas como votos en potencia, no como seres humanos. Es triste y lamentable, y es la cruda realidad.

Lo de mi salida, vuelos, y últimos días fueron de máxima tensión. Me alojé en la casa de una tía caritativa por 4 o 5 días. Ella en ningún momento supo que quizás nunca más nos volveríamos a ver. El vuelo hacia Panamá fue una pesadilla. Sobrevoló 50 minutos de tiempo extra porque había un incidente en el aeropuerto. A mí no me estresaba estar en el aire, siendo testigo de la angustiosa espera de los tripulantes de una señal de la torre de control con la buena nueva de un espacio para aterrizar. Me angustiaba mi vuelo de conexión a un lejano país.

La maratón desde que salí de la nave fue terrible. Yo llevaba la gran maleta en una mano, la maleta mediana en la otra y un bolso terciado a la espalda. Tenía 15 minutos para abordar mi siguiente vuelo. El aeropuerto de Panamá es enorme. Mi vuelo me había dejado en la puerta 5 y yo tenía que correr hasta la doscientos y pico. Me salvó la campana. Uno de los tripulantes hizo algo inusual: me vio tan agitado y nervioso que una vez crucé la puerta de acceso me ofreció un refresco. Increíble.

Tras muchas horas de vuelo llegué a mi ciudad de destino, donde iniciaría la experiencia del exilio, una experiencia de la muerte. Pero decía Nietzsche: solo donde hay sepulcros hay resurrecciones. Lo primero que hice al llegar a mi nuevo país fue bendecirlo y abrazarlo. Hice una oración de gratitud. Ya empecé a amar este país. Empecé no, realmente lo amo. Me han tratado con amor y con un sentido de humanidad hermoso.

Posdata: se me olvidaba decir que el aterrizaje en mi nuevo hogar fue accidentado. Estaba lloviendo. Yo he volado muchas veces. Los despegues y los aterrizajes son momentos de expectativa. Cuando el avión tocó tierra hubo una sacudida tremenda. El grito de los pasajeros fue a una sola voz. Después del susto vino el aplauso y las risas nerviosas.

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