Antología de mi primera pandemia (volumen 1)

Antología de mi primera pandemia (volumen 1)

"He fallado en la mayoría de las actividades a las que me he dedicado en este confinamiento, aun así sigo sin darme látigo como si nada pasara"

Por: Silvia Sánchez Saladén
mayo 28, 2020
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Antología de mi primera pandemia (volumen 1)

Tengo 30 años recién cumplidos. Vivo sola en un apartamento en una ciudad intermedia y, como todos los demás, estoy improvisando vivir en medio de la pandemia.

Me puse a hacer ejercicio por medio de una de esas clases online que están haciendo muchos famosos. Andaba feliz y me miraba en el espejo a ver si ya se me notaban las abdominales hechas, pero lo que noté después de cuatro semanas de arduo entrenamiento fue que mis rodillas no daban más. Me hice la loca un par de días, pero al final me tocó conseguir kinesiólogo del dolor tan tenaz. Efectivamente, me había lesionado. Ahora estoy yendo a terapia tres veces a la semana. El remedio más caro que la enfermedad.

Un día hablando con mi mamá, me contó un chisme de una amiga mía, ella lo supo antes que yo, ¿cómo era eso posible? Pues estaba asistiendo por internet a rezar el rosario. Me invitó, por supuesto, y sin mucho por hacer un martes de cuarentena en la noche dije que sí. Y ahí estuve, rezando las oraciones como si fueran un mantra. Todo con tal de ver caras conocidas y enterarme de lo que pasaba en sus vidas encerradas como la mía. Y aquí estoy, ya presidiendo el rosario de vez en cuando. Es de notar que mi amiga hace rato no asiste y que el resto de participantes son igual de viejas que mi mamá.

Teniendo tanto tiempo libre, debía de aprovecharlo y hacer cosas por mi salud emocional. Qué mejor época que esta, para ahora sí, en serio, meditar. Puse en práctica los libros que he leído, los seminarios a los que he asistido y los vídeos que he visto. Todo listo. Me desperté, me lavé la cara y en ayunas empecé. Primera sesión, veinte minutos. Al día de hoy, después de haber revisado los mensajes de la noche anterior, haber entrado a redes sociales un par de minutos, me preparo para meditar: cronómetro en mano, diez minutos, pongo a hervir agua para el café que va después de la meditación. Todo listo. Vuelvo al celular, para cerciorarme que he respondido a todos los mensajes. Empezamos. Inhalo, exhalo, una, dos, cuento hasta cinco. Los siguientes siete minutos son los más difíciles, tratando de no pensar en qué voy a hacer durante todo el largo día. Organizo todo mi día, toda mi semana, toda mi vida. Vuelvo y respiro. Siento que he mejorado en algo. Estoy a punto de lograrlo. El agua del café ya hirvió. Suena la alarma. Salvada por la campana.

Decidí entonces seguir por la onda saludable. Aloe vera para el pelo, miel y avena para la cara, aceite de ricino para las pestañas. Hielo en las noches, hielo en las mañanas. Mascarillas los domingos, y así. Ahora ya no sé qué más embadurnarme, ni que tutorial de YouTube me falta por mirar. Mi piel pide a gritos que la deje en paz, que gracias pero que ya es suficiente.

No contenta con lo anterior, y creyendo que la cocina se me da bien, he hecho y deshecho cuanto libro de recetas tengo. Hoy en día, las cremas siguen sin espesarse, los pudines sin cuajarse, y el pollo sin cocerse. Eso sí, he perfeccionado mis pastas con atún… acompañándolas con un buen vino.

No soy muy de series, prefiero las películas, de las cuales, ya perdí la cuenta de cuántas y cuáles me he visto. Voy por el tercer libro, uno recomendado por una gran lectora, mi mamá, pero del cual estoy altamente decepcionada, creo que es una patética mezcla entre Cincuenta sombras de Grey y Crepúsculo, digo creo porque no me los he leído jamás. Voy en la mitad y esperaré a ver en qué página se pone bueno.

Grupos de chat y conferencias en Zoom a tope. Ya no más de “reinvención”, “renovación”, “restauración”, “reconstrucción”; siempre tuve problemas con la erre. Tapabocas, alcohol y gel antibacterial ya hacen parte de mi canasta básica. Cero mandalas, ni rompecabezas, ni sudokus, no son para mí.

Y así paso mis días, queriendo hacer, probar y sentir; sentir eso que me gusta y eso me mantiene con ganas. Sentir la vida.

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