Antiguo cementerio de Yopal, donde los fantasmas deambulan en las noches

Antiguo cementerio de Yopal, donde los fantasmas deambulan en las noches

Un relato desde la capital del Casanare

Por: Juan Carlos Niño Niño
junio 16, 2021
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Antiguo cementerio de Yopal, donde los fantasmas deambulan en las noches

A la media noche, los gritos y quejidos de las almas en pena inician como un leve murmullo, hasta convertirse en un ruido ensordecedor, en donde almas en pena se niegan a que su dolor quede en el "olvido que seremos", aun cuando no queda ningún rastro del antiguo Cementerio de Yopal, que se ha convertido ahora en una manzana lúgubre, solitaria y desnuda, que guarda silencio ante el estridente tráfico y la actividad comercial de la carrera 14, lo que evidencia la transformación de un paraje casi rural a finales de la década de los setenta, en uno de los sectores centrales y más estratégicos de la ahora capital departamental.

Ese clamor de los espíritus se explica ante la terminación de tantas y tantas vidas en ese cementerio, en donde la muerte acechó por cientos y cientos de circunstancias, desde el fallecimiento por una penosa enfermedad hasta un inesperado y trágico accidente de tránsito, el suicidio de una adolescente porque su mamá no la dejó salir, y hasta un hombre que fue víctima de una bala perdida, cuando una noche cerca a la extinta Discoteca la Manzana Roja, se comía una empanada mientras presenciaba en la calle una feroz pelea entre dos individuos, quienes a lo largo de los años entre otras cosas fueron visitados por más de treinta prostitutas, que vestidas de negro ingresaban por la puerta principal del cementerio, para adelantar durante dos horas rituales de diversa índole, incluida la temida magia negra y la aterradora profanación de tumbas.

Aunque no todos esos decesos son tan anecdóticos, si tenemos en cuenta que desde la bonanza petrolera de los noventa, fueron incontables los crímenes de lesa humanidad, en donde miles de cadáveres sin identificar se enterraron de manera improvisada, incluso con la escalofriante escena de casi treinta cadáveres diarios esparcidos en suelo a las afueras del cementerio, esperando “turno” para que se les ubicara en algún lado su respectivo “hueco”, sin siquiera tener la esperanza de un ataúd ni mucho menos la ceremonia de un tradicional entierro, lo que evidencia aún más la tragedia de lo que ahora llaman “la época de la violencia” en Yopal, y que los expertos en el conflicto predicen el inminente regreso de esos años de oscuridad y dolor en Casanare.

El lamento de los espíritus a la medianoche no es la única expresión paranormal —algunas veces se les escucha gritar con angustia "no señor, no soy guerrillero, soy campesino, trabajador"—, sino que además es frecuente divisar diminutas luces azules que entran y salen por encima del desaparecido portón, bajan hasta cincuenta centímetros del suelo, levitan un par de segundos y posteriormente se esfuman en la inmensidad.

Una de las luces más conocidas —cuenta John Fredy, hermano de mi gran amigo y camarógrafo Wilfredy Vargas— es la que se atribuye a un niño de tan solo diez años de edad, que se le identifica por salir a las dos de la mañana del cementerio, pero de manera cuidadosa por encima de uno de los desaparecidos arcos de cemento que bordeaba la pared del cementerio, y que al bajar se va formando a su lado una figura blanca transparente, que cae lentamente y antes de desaparecer pernocta unos segundos en el suelo.

A finales de los noventa, John Fredy Vargas era el vigilante del Colegio Jorge Eliecer Gaitán —ubicado en el barrio La Esperanza, sobre la carrera 15, al frente del cementerio— quien relata que una mañana en el descanso de una jornada escolar, unos niños jugaban fútbol de manera entusiasta en el patio del colegio, con tan mala suerte que un fuerte tiro mandó la pelota a las afuera del plantel, hasta caer la misma en el interior del cementerio.

John Fredy le dio permiso a uno de los pequeños para salir a recuperar el balón, quien se apresuró a entrar por el portón principal del cementerio, y al encontrar el mismo se le ocurrió trepar la pared para salir más rápido, con tanto infortunio que al agarrarse de uno de los arcos de cemento —donde ahora se ve la luz azul— ésta terminó con más grietas y posteriormente se desplomó sobre el muchacho, cuando justo este se lanzó y cayó sobre el suelo de la carrera 15, dejándolo ipso facto tendido y sin un hálito de vida, exactamente en el sitio donde ahora se ve pernoctar por segundos a la mencionada figura blanca transparente.

Las manifestaciones paranormales en el cementerio se han extendido al interior del Colegio Jorge Eliécer Gaitán, en donde los miembros de la familia Vargas –que reside hace más de cuarenta años en el sector— se han convertido en testigos de excepción con este fenómeno, como se dio inicialmente con don Cornelio –padre de John y Wilfredy— quien al trabajar como uno de los primeros vigilantes de este plantel educativo, empezó a escuchar en las noches que movían los pupitres, apagaban las luces y cerraban las puertas de las aulas, como también las voces de los profesores y los alumnos en clase, la algarabía del recreo y hasta el golpeteo de la pelota en los juegos de baloncesto y voleibol, por lo que no dudaba en recorrer, con los suficientes cojones y su vieja carabina al cinto, metro a metro, centímetro a centímetro, por si algún “vivo” se había metido al colegio y quería hacer su agosto con el robo de diversos equipos y material logístico del colegio.

Al comprobar la ausencia de cualquier intruso, reacomodaba con nervios de acero los pupitres, apagaba las luces y cerraba las puertas, caminaba unos minutos más por los corredores y regresaba a paso lento a la portería, en donde prendía su viejo radio Sanyo –escuchaba voces del secuestro de Caracol— se servía un café que le preparaba su mujer en un termo y se dedicaba a fumar un cigarrillo sin ningún tipo de sobresalto, y al cabo de unos minutos volvía a escuchar las mismas manifestaciones paranormales, que en ningún momento le causaba temor alguno, ni mucho menos la intención de salir corriendo, sino al contario lo ponía de mal humor, regresaba a las aulas para verificar la situación y disparaba de vez en cuando con su vieja carabina, porque su abuelo en Monguí (Boyacá) le contó alguna vez que el ruido de los disparos ahuyentaba de manera inmediata a los malos espíritus.

A mediados de la década pasada, el portal de noticias www.casanare24horas.com publicó la noticia Jóvenes aseguran haber visto un fantasma, en el cementerio antiguo de Yopal, en donde cuentan que en una madrugada “estábamos entrando a la calle destapada que queda al frente de la extinta puerta principal de cementerio”, cuando vieron que una persona de considerable edad —vestida de blanco transparente— venía por la misma calle al encuentro de estos muchachos, cuando de repente esa persona desapareció y de un momento a otro la vieron caminar de manera rápida, a espaldas de ellos, por el ahora lote del antiguo cementerio, hasta desvanecerse al fondo entre unos osarios que aún quedaba en este lugar, a lo que llama la atención es que dijeron haberlo visto acompañado de una luz azul, la misma que desde hace varias décadas se ve entrar y salir del cementerio, o igual a la luz que acompaña al fantasma del niño que pereció al saltar la pared del cementerio.

La publicación cuenta además que en esa época varios taxistas fueron testigos de avistamientos en ese lugar, cuando al subir o bajar a la medianoche por este tramo de la Carrera 14, veían personas vestidas de blanco transparente —con su respectiva diminuta luz azul— que entraban y salían de este lote, y que incluso algunos de estos espectros les hacían el pare, lo que estuvo a punto de ocasionar un penoso accidente, cuando el conductor a una velocidad considerable perdió el control del vehículo, al percatarse que eran figuras fantasmagóricas quienes intentaban detenerlo.

Coletilla. Un reciente auto de la JEP dictó medidas cautelares para que no se construya ninguna obra civil en el lote del antiguo cementerio de Yopal, hasta tanto no se establezca —técnica y científicamente— que no queda ningún resto humano en el mismo, incluidas aquellas que fueron víctimas del conflicto armado.

Sea este un tiempo para que sectores gubernamentales y diferentes sectores de la sociedad se sienten a reflexionar sobre el destino de este bien inmueble, en el entendido que la legislación internacional —acogido como bloque constitucional, ratificado por el Congreso y desarrollado por la línea jurisprudencial— no permite la construcción de ningún tipo de obra civil, por lo que debe ser convertido en un espacio de homenaje a las víctimas, como una forma de avanzar en la verdad, la justicia, la reparación (simbólica) y la no repetición, como sería un tranquilo parque con un monumento, linderos, árboles, mesas y sillas de lectura.

Sería la única manera para que las diminutas luces azules emprendan camino y descansen en paz para siempre.

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