Ana Teresa Yarce: la abnegada fontanera de las independencias

Ana Teresa Yarce: la abnegada fontanera de las independencias

Este texto recuerda a la activista paisa por cuyo crimen el estado colombiano fue condenado por la corte internacional

Por: Oto Higuita
enero 15, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Ana Teresa Yarce: la abnegada fontanera de las independencias

Ana Teresa Yarce era lideresa comunitaria, cabeza de familia de cinco hijos y a parte de ello desempeñaba otras labores como fiscal de la Junta de Acción Comunal (JAC) y fontanera de la red de “acueductos” del barrio las Independencias, en Medellín.

Su trabajo de fontanera lo desempeñaba con disciplina y responsabilidad, cuentan sus compañeras de la JAC y las amigas que sobrevivieron a la toma de la Comuna 13 entre las fuerzas del Estado y el paramilitarismo, que costó decenas de vidas y desaparecidos y por la cual acaba de ser condenado el Estado colombiano tras el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), por las detenciones ilegales y la falta de protección de cinco defensoras de derechos humanos, durante el desarrollo de la Operación Orión, en el año 2002.

Por aquellos años no existía red de acueductos y alcantarillados en toda la ciudad, ya que los barrios de invasión, como designaba la oficina de orden público de la alcaldía los asentamientos humanos que brotaban dispersos como hongos grises sobre el fondo verde de sus encumbradas montañas, apenas constituían una parte frágil y en construcción de una ciudad que fue creciendo desordenadamente hacia sus laderas.

En su labor como fontanera se encargaba de la instalación, mantenimiento y reparación del “acueducto” del barrio las Independencias, que obtenía el preciado líquido a través de una complicada red de tuberías y mangueras, para el suministro de agua potable y para la evacuación de las aguas residuales.

Sus amigas más cercanas en las luchas de aquellos años la recuerdan desde que fue nombrada fiscal de la JAC: “En algún momento apareció Teresa. Ahí empecé a distinguirla”, cuenta quien fuera presidenta de la JAC, Manuela Núñez, “porque ella ya estaba en el barrio. Realmente fue como en el 98 pero ella ya llevaba como 7 u 8 años de vivir en el barrio, vivía un poco retirada del sector mío, pero igualmente en el sector de Independencias III. Ella vivía con los hijos.

Ana Teresa “en su trabajo de fontanera era la que iba a abrir la llave para que le llegara el agua al sector III. Aquí el agua funciona desde unos tanques que hay para arriba, entonces se cerraba la llave para poder controlarla, entonces se hacía racionamiento; ella iba abría un rato la llave, después lavaban el tanque y así…”

Hasta se la puede imaginar con su típica vestimenta de fontanera, botas de plástico, sudadera o pantalón corto recorriendo los callejones del barrio polvorientos, por el verano, o pantanosos, por las lluvias.

”En ese momento en nuestros barrios se había manejado la fontanería, entonces ella empezó a ser fontanera. Inmediatamente entró a la Junta cogió ese cargo además del de fiscal. Recorría todo ese barrio arreglando esas aguas, aprendió demasiado rápido porque uno de mis hijos, afirma Manuela Nuñez, era fontanero, entonces andaba con él, y le enseñó todo eso y se volvió toda una experta en arreglar esas tuberías. Se encargaba de conectar las aguas para las casas, si los tubos se reventaban entonces los pegaba, si tenían que hacer una conexión para entrar a una casa el agua, la hacía. Se volvió diestra para eso, tiraba tuberías de 12 o 18 metros para entrar a una casa o repartirle a 5 o 6 casas. Le decían: Teresa la fontanera.”

La vida de Ana Teresa, como la de tantas lideresas sociales y comunitarias, implicaba sacrificios y riesgos personales enormes. Expuestas a la presión y la angustia por vivir en barrios donde las condiciones de vida eran bastante precarias. Trabajar y defender los intereses de las comunidades en medio del largo enfrentamiento armado que ha padecido Colombia, además del terror generado por el narcotráfico durante aquellos años, 80s y 90s, implicaba un compromiso humano y político gigantesco.

Por aquella época las comunas vivían un intenso enfrentamiento armado entre milicias populares de izquierda y grupos paramilitares de extrema derecha, apoyados por las fuerzas armadas del Estado. Realmente el mismo dilema histórico, el conflicto armado que también han padecido las comunidades en el campo, lo padecieron los habitantes de las comunas; la ciudadanía invisibilizada y socialmente excluida soportaba el peso y la tragedia humana del conflicto como la criminalización, la cárcel, la persecución, el desplazamiento, la violación y la muerte.

Esa vida abnegada y entregada al trabajo, implicaba que tuviera que estar yendo a dar vuelta al tanque de agua principal, lo que la exponía ante quienes la tenían en la mira para asesinarla.

”El tanque  (de agua) era un tanque surtidor. Pero en la parte alta de Belencito Corazón hay unos tanques grandes que suministran agua para la ciudad. Entonces se hizo una solicitud a E.P.M (Empresas Públicas de Medellín) para tirar esa tubería de allá de esos tanques a estos barrios, con unos contadores comunales para todo el barrio. En las cuentas de servicios se pagaba el agua que entraba (a las casas). Cada casa le pagaba al fontanero el mantenimiento, esa es otra labor de ellos, ir por las casas y cobrar cada mes un mantenimiento. El cobro era de $1.000. Y de eso se sostenía económicamente.”

Debido a sus compromisos con la comunidad y sus necesidades, las lideresas de la Asociación de Mujeres de las Independencias (AMI) se habían convertido en objetivo militar de los grupos paramilitares que empezaron a ejercer control territorial y social en las comunas donde se impusieron.

“En algún momento, cuando nos querían asesinar, reventaban los tubos, entonces ella me llamaba a mí, cuenta Manuela, y yo le decía: pues que se reviente ese tubo, son las 3:00 a.m. y vos no vas a ir porque lo reventaron de gusto. Pero cuando iba, igual pedía que la acompañaran porque era a unas partes estratégicas, pero llegó un momento en que ella no asistía sino que madrugaba a mirar, ya con la luz del día, qué había pasado, porque muchas veces los reventaban para que subiera y así poder asesinarla.”

Así la describe una de sus compañeras de aquellos años: “Me acuerdo mucho de Teresa cuando hacíamos los partidos (de fútbol), los campeonatos con los muchachos, los jóvenes.” Era una mujer callada, ensimismada, afirma Lina María. “Metida en sus problemas, porque además era una mujer sola, no tenia esposo y eso le daba otra condición. La crianza de los hijos es muy diferente de una mujer sola a una mujer con esposo porque ella es la que tiene que luchar y guerrear todos los días, enfrentarse a la vida desde la mañana hasta la noche, pero cuando son dos las cargas se comparten.”

El año de la detención

Ana Teresa fue detenida junto a dos de sus compañeras la tarde del viernes 12 de noviembre del 2002 por agentes del temible Departamento Administrativo de Seguridad, (DAS) la policía, el ejército y la Fiscalía. Por alguna razón, las mujeres de la AMI lo presentían, pues se sabían que durante el gobierno de la seguridad democrática el modelo paramilitar se impondría igualmente en la ciudad una vez se tomaran los barrios y comunas donde antes habían prosperado las milicias populares, imponiendo el control social y territorial. Una vez se estableció dicho dominio, se desató la criminalización contra las organizaciones sociales y comunitarias.

Así recuerda Lina María el traumático día de la detención. “Esa tarde yo tenía que ir a la Casa Amiga pero llegué tarde, entonces llegaron a la casa de Marta y allá la detuvieron. Ella me llamó y me contó. Ahí mismo yo me fui para la casa de ella a ver qué pasaba. Entonces me dijeron que andaban buscando también a una Lina María y me preguntaron mi nombre y empezaron a decirme que por qué estaba con ellas, que si yo era de la Asociación y yo les dije que sí pero no les dije mi nombre. Les pregunté el motivo de la detención y me dijeron que no las habían detenido, sino que estaban retenidas, no detenidas, que aún no tenían orden de captura. Pregunté bajo qué cargos y me dijeron que estaban señaladas de guerrilleras.”

Este relato es un lugar demasiado común en la historia reciente del país, tanto que casi ni sentimientos de repudio, ni cuestionamiento, ni rechazo, ni indignación produce. La gente en general está bastante anestesiada por el miedo paralizante, el silencio soterrado y la indiferencia del sálvese quien pueda, de esa especie de memoria exprés o amnesia prolongada que produce el terror.

Con voz melancólica, Manuela Muñoz recuerda “cuando a nosotras nos detienen nos acusan de los (crímenes) más grandes de Colombia, que son terrorismo, concierto para delinquir y rebelión. Y nos buscaron porque en la Junta de Acción Comunal, a la gente que le ganamos ese puesto, un señor Castañeda, lo buscan para que nos señale a nosotras de todo esto. Nos iban a detener a todas, Yuliet Restrepo, Marta Sánchez, Teresa Yarce y yo. Marta estaba en mi casa cuando llega un niño camuflado (vestido con traje militar) como a las dos o tres de la tarde y señala a Marta y dice: Vea, es ella, entonces yo dije: No, yo soy Marta Sánchez, y el pelado: ¡no, es ella, es ella! Entonces a Marta se la llevan el Ejército y la Policía… yo me voy detrás y dicen: faltan las otras dos, ¿Usted es Manuela?, y yo les dije que si. Entonces ellos dijeron que necesitaban a Teresa y les dije, ¡yo se las llamo, pero hay un problema, nosotras no le debemos nada a nadie! Entonces llamo a Teresa, ella baja y ahí nos llevan.”

Este es el angustiante relato contado con lujo de detalles por una de las protagonistas de aquel aterrador momento, donde el verdugo juega al gato y al ratón con sus víctimas. “Nos atraviesan morro arriba y van diciendo: - Dígale a los primos que ya vamos con ellas, entonces Marta voltea y me dice: -¿Cuáles primos? Y yo, los paramilitares, porque así le dicen los soldados a ellos. Entonces Marta empieza a llorar y va diciendo: ¡Nos van a matar! Pero antes de eso entra a la casa y llama al Instituto Popular de Capacitación (IPC), y la llamada la ponen en el altavoz en Bogotá, donde había una asamblea.”

El escalofriante trance entre espera y pánico continúa en la Casa Orión donde son conducidas. Allí son encerradas en un cuarto donde un encapuchado las identifica. Les piden que firmen un documento en el que se habla de los buenos tratos a que fueron sometidas. Se niegan a firmarlo por recomendación de Lina María, quien las acompañó hasta el último minuto, salvándose que la llevaran retenida porque no quiso decirles cómo se llamaba, ella era la cuarta “guerrillera” que buscaban.

A Manuela no hay quien la detenga en su relato a pesar del tiempo transcurrido. Lo que pasó el día que se encontró de cerca con la muerte lo ha guardado celosamente en su memoria y fluye sin parar como si lo estuviera viviendo en este momento. Hay un tono angustioso en su voz, sus palabras van dibujando lo que sintieron ante la presencia de la Parca de negro con la temible hoz: “Nos meten en una tanqueta y nos dejan ahí; en algún momento me bajan a mi (y) me dicen que me puedo ir, entonces digo que no voy a dejar a mis compañeras solas y Lina María estaba conmigo. Entonces voy a buscar agua cuando veo que dos tipos me siguen, entonces digo: No, lo que estos quieren es que yo me vaya para matarme quién sabe dónde. Entonces me devuelvo y me quedo ahí discutiendo porque, a pesar de que yo casi no hablaba, conocía mucho de la ley y no me iba a dejar involucrar tan fácilmente en todas esas cosas. Llega el momento en que nos bajan y nos dejan en la acera y al otro lado de la calle hay un carro blindado con los vidrios opacos y no se veía quien había dentro. Entonces me dicen que mire para allá y yo les digo que no me da la gana, que no voy a mirar para ningún lado. Y ellos contestan: ¡que vieja tan grosera! Yo no miré, pero claro, allá había alguien que nos estaba señalando. Luego nos entran para la Casa Orión y nos meten a una pieza y un hombre nos dice cosas, le dice a Marta: Vos has mandado matar mucha gente. A Teresa le dice: -Vos estás muy quemada. Y a mí ni me acuerdo qué me dice, pero yo ni lo miraba, cuando de pronto nos entran para otra pieza y ahí está un hombre encapuchado, ya no el niño sino un hombre, y le dice a Marta: -Vos mandaste matar a mucha gente. A mí, que trabajaba con las FARC. A Teresa yo no sé qué le dice. Luego llegan con un papel para que lo firmemos y Lina María dice que no firmemos nada y ninguna firma el papel. Luego yo sentí que me iba a morir cuando nos ponen esos números y nos toman fotos, y yo dije: -¿Qué pasó acá?, si yo no le debo nada a nadie. Pero entonces empieza a llegar toda mi familia a la Casa Orión y la familia de Marta que tenia carro y esta niña (se refiere a su hija quien no la desampara mientras narra con detalles minuciosos aquellos trágicos momentos) se estuvo ahí toda la noche.”

La detención de las lideresas de la AMI empieza a complicarles las cosas a los verdugos. En las instalaciones de la policía secreta F2 se niegan a recibirlas. Las trae el ejército. El encargado de los calabozos le dice al militar, “no, yo no las voy a recibir, esas mujeres no tienen orden de captura” Y éste le replica: “¡recíbamelas, recíbamelas un rato!”. Hay un plan para desaparecerlas, pero el tiempo juega a favor de ellas. Finalmente se las llevan a otro lugar.

“Luego vuelven y nos sacan y nos montan a un carro y cuando eso pasa las familias de nosotras se van detrás. Eran como las 10 de la noche. Entonces, cuando la patrulla que nos llevaba ve que el carro los va siguiendo, se devuelven y nos meten al calabozo. Hicieron tres intentos de sacarnos sin que nadie se diera cuenta, a lo último ven que no pueden y que la cosa ya es en grande y ya están llamando a Bogotá y a todas partes. Entonces ya no nos pueden desaparecer, porque para eso era todo: para desaparecernos. Entonces ya nos reciben en el F2 y nos dejan en el calabozo.”

El día que asesinaron a Ana Teresa

Después de quedar en libertad, Ana Teresa y sus compañeras volvieron al barrio. Marta y Lina tuvieron que irse de allí. Lina a partir de ese momento pasó a ser objeto de persecución, acusaciones y amenazas. Las que se quedan en Las Independencias retoman su trabajo y compromiso comunitario en un proyecto con EPM. Era un proceso con jóvenes que habían hecho parte de las milicias izquierdistas que luego de la toma militar de la Comuna 13 por el Estado y el paramilitarismo, se pasaron a trabajar para ellos. Las cosas se agravan cuando algunos de éstos jóvenes acusan a las lideresas de AMI de ser colaboradoras de las milicias. Ese señalamiento fue como el dedo en el gatillo ya que puso en riesgo sus vidas. La misma Policía las señalaba de guerrilleras. Ese fue el ambiente creado por los asesinos, cuando dan la orden de matarlas.

La mañana que asesinaron a Teresa, el miércoles 6 de octubre del 2004, su amiga Manuela amaneció muy triste. “Yo estaba en el barrio y mis hijos y Teresa estaban bajando la basura. Yo manejaba un depósito de materiales de un contrato que nosotras teníamos. Entonces (voy) hasta donde está Teresa y me bajan el desayuno. Yo estaba muy triste y no quería, entonces se lo doy a Teresa. Luego empiezo a lavar el sitio donde recogieron toda la basura, el carro de la basura se va y yo me quedo mucho rato lavando para que quedara muy limpiecito, luego le entregan el desayuno a Teresa, ella se baja a desayunar y se sienta en la acera.”

Aquel día la taciturna fontanera tenía puestas botas de plástico, pantaloneta y una blusita normal. Así vestía la mañana que un verdugo del Estado disparó contra la nobleza de Ana Teresa, mientras encendía un cigarrillo sentada en una acera, después de tomar el desayuno que la amiga triste de aquel día, le había ofrecido.

“Yo me senté con ella a hacerle compañía, para que desayunara, entonces llega la hija que venía de donde el médico y nos ponemos a charlar. Yo empiezo a hacerle bromas y le digo: - Ah, ésta tan pinchada. Estábamos ahí en esa conversación riendo, ella sentada, detrás la hija parada y yo estaba diagonal. Termina ella de desayunar y prende el cigarrillo. Cuando ella lo prende yo le hago una broma y nos reímos, ahí mismo llega el individuo y dispara.”

Cloto se había pasado hilando la vida de Ana Teresa durante 45 años, Láquesis envolviéndola los últimos en Las Independencias, y Átropos, la encargada de  cortar el hilo de la vida, lo acababa de romper.

Con voz afligida, continua Manuela: “Yo no le quito la mirada, yo no miro ni a Teresa, ni lo miro a él, sino al revolver. Siento unos cuatro tiros y él me mira a mí, porque aunque yo estoy sostenida casi detrás de un palo, él se choca con la mirada mía y luego sale para abajo. Yo brinco, llamo a Teresa y la hija empieza a gritar. Entonces mis dos hijos, que estaban trabajando en la obra, bajan, paramos un taxi y aunque yo sé que ella ya está muerta, digo: - Aquí no la voy a dejar! Entonces la montamos al carro y yo ya tengo ese sentimiento de dolor, de miedo, de angustia. Se la llevan al Centro de Salud, cuando yo llego allá la tienen por allá en una camilla, muerta, porque los tiros fueron totalmente en la cabeza. ¿Sabe qué me impresionó a mi? (Mira y baja con delicadeza su cabeza) Que ella no cae abruptamente, porque ella está sentadita, el hombre le da dos tiros y ella se va doblando. O sea, esa fortaleza que yo le vi con la que recibió esos impactos y no caerse de una. Esas dos cosas me quedaron marcadas: que el individuo le dispara y me mira a mí y yo la miro a ella cuando se va doblando lentamente.”

¿Habrá un final a la tragedia humana en Medellín? ¿De quién depende?

Después de la Operación Orión (16 y 17 octubre 2002), cuentan sus amigas, Ana Teresa salvó muchas vidas. La de 14 jóvenes entre los 14 y 16 años que habían sido retenidos por los paramilitares y amarrados los llevaban rumbo a la Escombrera. Sin pensarlo dos veces buscó al ejército y subió con ellos y fue tal el escándalo y la reacción y protesta que generó su intrépida acción en la comunidad, que los verdugos los tuvieron que dejar libres.

El paramilitar que los llevaba traía un bate amarrado con un alambre de púas, pero la temeraria intervención de Ana Teresa la Fontanera los salvó de la muerte...de la que no escaparía ella a sangre fría, ni dos de sus hijos años después.

Ana Teresa gustaba mucho de jugar parqués, podía quedarse toda una noche sentaba jugando ese juego de pacíficos contrincantes que tanta falta hace practicar en la vida real en Colombia. También le jalaba al Tute, juego de cartas. Tenía una tiendita y uno llegaba y la veía jugando con varios hombres, cuenta una de sus amigas a quien la guerra le ha arrebatado un hijo y un nieto, como a Marta, a quien recientemente se le llevaron otro.

 

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