En 2019, un próspero empresario de apellido Ishii fundó una compañía llamada Family Romance, que se dedica al arriendo de amigos y familiares por horas. Esto es algo que podría parecer jocoso, pero que demuestra el auge del utilitarismo y la cosificación de las relaciones humanas. A cambio de dinero, un desconocido asume el rol de hermano o amigo durante el tiempo necesario, así ya no es necesario esforzarse por estrechar relaciones familiares ni establecer amistades reales.
Aunque hoy tenemos la falsa sensación de estar saturados de amigos en redes y de contar con su compañía, y hasta envidiamos a aquellos que más acumulan seguidores, lo que hacemos cada día en la práctica es labrar nuestra propia soledad. No en vano una de las cosas que más añoramos es estar solos en un cuarto, pero conectados con los miles que están en una situación similar; o sentarnos en un parque a interactuar, pero no con quien camina con nosotros, sino con otros solitarios que están al otro lado del mundo.
Hemos olvidado que, como dice el filósofo italiano Nuccio Ordine, las verdaderas conexiones humanas se establecen con la mirada y fructifican con el lenguaje. Las relaciones sociales y el hecho de forjar una amistad constituyen un proceso gradual y nunca se podrán reducir a un clic. Aun así, en muchos otros espacios es mal visto el que plantea cualquier conversación que obligue a despegar los ojos del teléfono. De hecho, según estudios, los europeos no se alejan más de un metro de su celular en todo el día.
Nosotros no estamos lejos. Cuando nos piden que apaguemos el celular, literalmente lo tomamos como un agravio, pues decimos que es un instrumento indispensable, sin notar que hoy los instrumentos de la tecnología somos nosotros. Toda esta carreta es para exhortar a no dejarse convencer de primera mano de lo que se ve y se aparenta en redes sociales. No entreguemos la confianza al chico o chica chévere que nos adula. Ojalá toda interacción en redes sea a la defensiva con los desconocidos.