Alberto Fernández, el regreso del peronismo a la Casa Rosada

Alberto Fernández, el regreso del peronismo a la Casa Rosada

La jugada política de Cristina Kirchner de irse en fórmula vicepresidencial le resultó y retoma el poder con el nuevo presidente en Argentina

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octubre 27, 2019
Alberto Fernández, el regreso del peronismo a la Casa Rosada
Foto: La Nación

En cinco meses, Argentina y la vida de un político que solo había ganado una elección cambiaron radicalmente. Alberto Fernández, el arquitecto de los consensos en política, llegó a la Casa Rosada con el 48 % de los votos. El hoy presidente se presentó como candidato con Cristina Fernández de Kirchner como vicepresidenta. Fue la fórmula kirchnerista para regresar al poder sin el riesgo judicial que arrastran las investigaciones por corrupción que tiene la expresidenta argentina a cuestas. La estrategia resultó ganadora.

Contra todo pronóstico, en las elecciones internas del 11 de agosto -que los argentinos abrevian Paso- aventajó al presidente Mauricio Macri en 15 puntos con casi 48 % de los votos. El resultado dejó estupefactos a quienes en el círculo presidencial hicieron burlas sobre el candidato del Frente de Todos y pronosticaron que la reelección era “pan comido”. El triunfo en primera vuelta, el regreso del peronismo al poder, estaban a 77 días de distancia.

Alberto Fernández, casi desconocido fuera de Argentina, es un peronista de muchos quilates y “de siempre”. Comenzó militando en un pequeño partido de derecha tras haber sido líder estudiantil en el Colegio Mariano Moreno, siguió en cargos menores con Raúl Alfonsín, el ícono del radicalismo, la socialdemocracia argentina; continuó con Carlos Menem, la figura neoliberal populista del peronismo; y terminó con Néstor y Cristina Kirchner, el ala populista de izquierda en el mismo partido. En el intermedio estuvo con Domingo Cavallo, la quintaescencia del neoliberalismo argentino, el controvertido padre de la convertibilidad y, según se dice, quien les hizo les hizo creer a sus compatriotas durante una década que un peso equivalía a un dólar. Fernández no es un dogmático.

Con Néstor fue el artífice del kirchnerismo dentro del peronismo. Su habilidad para tender puentes consiguió para el político de Santa Cruz el apoyo del entonces presidente Duhalde, y lo llevó a la segunda vuelta de unas elecciones en las que había comenzado con 23 % de reconocimiento y 2,3 % de intención de voto. El retiro de Menem hizo presidente electo a Néstor Kirchner con el 22,5% de los votos. Un porcentaje exiguo para gobernar. Fernández fue entonces la punta de lanza para la construcción del poder siguiendo la línea del pensamiento que en 2001 había expuesto en el diario Clarín sobre la necesidad de una manera distinta de hacer política donde se encuentren militantes y dirigentes de diversos orígenes. Un nuevo peronismo. Kirchner no dudó en hacerlo su jefe de gabinete.

 

Fernández fue el jefe de gabinete de Kirchner todo su mandato y con él hizo el kirchnerismo

En ese 2003 el país estaba en default, el desempleo en 25 %, la pobreza en 50 % las reservas no iban más allá de 8.000 millones de dólares, la deuda externa representaba el 150% del PIB. Dos años después el país había salido del pozo, existía una relación normal con el FMI y la banca multilateral, y había empezado un proceso de memoria de verdad con el juicio a los genocidas. No es un secreto que la fórmula de cinco puntos que Kirchner uso en ese momento está en la mente de Fernández en el 2019.

En primera línea del poder durante el largo mandato de Néstor Kirchner, la historia con Cristina Fernández es propia de telenovela. De ser aliados durante la gestión de Néstor la relación se rompió al año de iniciarse la primera administración de Cristina. Las diferencias de criterio precipitaron una ruptura que llegó a lo personal. El 23 de julio de 2008, después de 1883 días en el cargo de jefe de gabinete, presentó su renuncia. El día que asumió Sergio Massa en su reemplazo fue la última vez que vio a Cristina.

La reconciliación en diciembre de 2017 llevó a Fernández al círculo más cercano de consejeros de la expresidenta y después a ser la pieza clave de su estrategia: pasar ella a un segundo plano, colocándolo como mascarón de proa del kirchnerismo. Una jugada maestra política de Cristina K, que no comprendieron en la Casa Rosada y en algunos sitios más. Porque la misión de Alberto -como suelen llamar los argentinos - más que tratar de ganar votos era reunificar el peronismo, aplacar el talante divisionista de Cristina y servir de contrapeso a su imagen de corrupción sustentada en 13 procesos y 7 pedidos de prisión preventiva. Fernández era el hombre en quien podían confiar los gobernadores justicialistas renuentes a la expresidenta, dirigentes moderados como Sergio Massa, y alguien que podría llegar, incluso, a los grandes grupos financieros y a líderes mediáticos, como Héctor Magnetto, el hombre fuerte del poderoso Grupo Clarín, históricamente enfrentado al kirchnerismo.

Fernández no dudó en aceptar el reto de Cristina. Solo dos días le tomó la decisión de cambiar su vida. A sus 60 años, tenía cinco como pareja de la periodista y actriz Fabiola Yáñez, de 38; vivía en el lujoso apartamento de Puerto Madero, daba clases de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, tocaba guitarra (muy bien), paseaba diariamente a su perro Dylan, y tenía una buena relación con Estanislao, su hijo de 24 años, que desde su perfil de Twitter se promociona como drag queen.

Ahora su mente está centrada en la muy dura transición. Fernández no es Cristina Kirchner, tampoco un nuevo Macri “neoliberal”. A  lo largo de su carrera ha demostrado ser un hombre de centro que rechaza las políticas populistas por las que rompió con Cristina, no es partidario de los duros ajustes y shocks económicos inspirados por el FMI que lideró Macri entre 2018 y 2019. Es un ortodoxo -recordar que comenzó con Cavallo-  dentro de parámetros gradualistas. Él se autodenomina “liberal progresista”. Por eso algunos sostienen que sus herramientas para salir del atolladero son la renegociación de la deuda con el FMI para tener acceso a financiación y un acuerdo con sindicatos y empresarios para controlar precios e inflación.

En el plano político el meollo es cómo será la convivencia con la vicepresidenta y sobre todo entre el movimiento kirchnerista, situado muy a la izquierda, y el “albertismo” más centrista y moderado. Es también cómo formará su propia base de poder con los gobernadores que en su mayoría le son afectos, y líderes políticos como Sergio Massa.

Y, para empezar, un llamado a la esperanza. “En 2003 había un éxodo de argentinos que pensaban que no había futuro. Entonces pusimos un cartel en Ezeiza: “No te vayas que llega Néstor”.
Yo les pido lo mismo ahora: no se vayan y resistan, que venimos nosotros. Vamos a construir entre todos la Argentina que soñamos”. (Trino del 8 de agosto, 2019)

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