¡¡Al ministro de Hacienda!!
Opinión

¡¡Al ministro de Hacienda!!

La mejor reforma tributaria, ahora que se vienen con otra, sería la reforma de la decencia que clavara a los culpables de siempre, dueños de grupos económicos y megaempresas que eluden impuestos, pagan coimas…

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marzo 25, 2021
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Sin ningún halo de poeta, más bien poniéndose como ejemplo para defender uno de los más inflexibles modelos de la hacienda pública, se dio el ministro de Hacienda hace unos días a explicar en el diario El Tiempo, por qué el IVA siendo un impuesto indirecto, cuando no se paga en algunos productos (como libros, los huevos o el pan, por igual necesarios para existir, digo yo), termina por ser una excepción que simple e injustamente beneficia a ricos como él.

Está en la base de su observación que, por el contrario, si él, tú, yo y, sin excepción, todas las personas pagáramos IVA sobre una canasta mayor de bienes o servicios, el gobierno y las finanzas públicas dispondrían de mejores ingresos para atender programas sociales, asistencias o subsidios, principalmente dirigidos a poblaciones vulnerables y pobres (poblaciones que en este país son más de medio país, también digo).

Tendríamos así  que el mismo pan o el mismo libro con IVA una vez pagado por todos, los ricos, el propio ministro, o incluso los ciudadanos de menos o ningún recurso a quienes les hiere duro el bolsillo y el estómago al momento de hacer la compra, significaría a la postre  una fuente que provee mayor cantidad de recursos monetarios que en la teoría de la democracia liberal, social y decente, se devolverían de forma eficaz a la misma población necesitada por la vía de líneas de apoyo, subsidio, intervención social o redistribución.

El problema, ministro, o uno de ellos, es que la democracia colombiana, bajo la fórmula que viene consolidándose hace tiempo no es decente, no es social y casi parece no ser democracia, más allá de un calendario de elecciones nominalmente reeditado cada dos años para alimentar la gula del clientelismo político nacional y regional.

El aprieto grave, ministro, es que los dineros de la salud, los de educación, las alimentaciones escolares, la plata de las viviendas de interés social, qué decir de las pensiones, en síntesis, el llamado presupuesto de inversión social en rubros macro o chiquiticos, se lo han venido robando  sin que los ladrones se sacien; ese presupuesto y en general  buena parte de los caudales del funcionamiento y la inversión del Estado han sido sin freno y sin sanción dilapidados en el tiempo y, para coronar, consta la percepción y la evidencia de que si se recauda más, se evapora más en ostentaciones de corruptos con sus cuellos blancos y uniformes burocráticos, en los amigos, cortesanos o los verdaderos patronos de los gobiernos, de este y anteriores.

Lo que hay sobre la tierra, recuerde a Gandhi, da para solucionar el hambre de todos, pero es insuficiente para saciar la ambición de algunos. Así que la mejor reforma tributaria en Colombia, ahora que el presidente y usted se vienen con otra (pese a promesas de no hacerlo),  sería la reforma de la decencia o al menos una reforma judicial que clavara en el profundo hoyo sin contemplaciones a los sospechosos y culpables de siempre que siendo dueños de grupos económicos fuertes, de empresas grandes,  eluden impuestos, pagan coimas, reciben el privilegio de hacer megaobras que dejan a medio camino, se alimentan demandando al Estado por intermedio de sus tribunales de arbitramento y jueces amañados o, que amparados en un amplio espectro de estrategias disfrazadas de legalidad, de verdad desfalcan este Estado que de tanto y con tanta rabia que le han mordido va dejando rastro de sangre, avanza inmutable hacia el desahucio.

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Si los grandes lo hacen con total desvergüenza y con la certeza de que cuanto desvalijen lo remienda el gobierno con una nueva reforma tributaria, los más pequeños por simple balance imitan

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A fin de cuentas, si los grandes lo hacen con total desvergüenza y con la certeza de que cuanto desvalijen lo remienda el gobierno con una nueva reforma tributaria, los más pequeños en la fila por simple balance imitan.

Miguel de Unamuno, aunque no dejó de ser un viejo contradictorio, decía con razón aborrecer a los hombres que hablan como libros y, en cambio, amar a los libros que hablan como hombres.  Aunque es incontrovertible entonces la importancia del agua para una piscina, el abismo entre la práctica y las hipótesis de la democracia redistributiva que usted expone, ministro, pone de manifiesto que el país padece, que se retuerce, entre otras, por una suma de virus, no solo el de ahora literal, sino por otros que se llaman corrupción, impunidad, miseria en extensa área del mapa nacional, criminalidad o politiquería arrasadora.

Mientras eso persevere no aguanta la teoría y pocos querrán o podrán pagar IVA al pan o al libro. Con mayor crudeza, para muchas personas hacerlo puede significar morir de hambre o de ignorancia-

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