Admoniciones de una pandemia

Admoniciones de una pandemia

"Hemos renunciado poco a poco a la libertad y a la vida, preocupados precisamente por la subsistencia de lo económico"

Por: DIEGO MARIO ZULUAGA OSORIO
febrero 02, 2021
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Admoniciones de una pandemia
Foto: Leonel Cordero

Inicio este artículo trayendo a colación la definición de admonición. Degún el diccionario de la RAE: “Del lat. admonitio, -ōnis. Amonestación. Reconvención”. Aunque también podría decirse que es un “discurso con que se hace ver un mal y se invita a corregirse”. De ahí entonces que la pandemia que llevamos viviendo algo más de un año, siendo este el tiempo conocido y desconociéndose verdaderamente su origen y permanencia en el tiempo y espacio, es un mal conocido que se explota a través del posmodernismo.

Parafraseando a Alejandro Gaviria: “La peligrosidad del ser humano parece venir más de ciertas ideas que de sus instintos”. En efecto, esa admonición es producida por la actividad del ser humano, frente a la evolución de los fenómenos sociales, al igual que del avance de la tecnología científica, ello para indicar que cualquier invento o creación que perjudique al ser humano proviene precisamente de esa admonición viral en que se ha convertido el COVID-19. Y entonces cuál es ese gran escape de la humanidad (Deaton), si la economía mundial y el sostenimiento de los gobiernos se deben al hambre, la ignorancia, las enfermedades y hasta la pobreza, y es allí en donde deviene esa presunta aparición del coronavirus, unos países le echan la culpa a otros, unos aseguran que es una medida económica para acabar con las personas de avanzada edad (en su gran mayoría pensionados), mientras que otros aseguran que es un arma biológica para contrarrestar los ataques de las naciones poderosas y los más incrédulos el originario de una crisis mundial que nunca se había visto, pues este virus tocó la globalidad en su esplendor, dinero, política, salud, educación etc.

Nos preguntamos si la relación entre población y los recursos también fue el origen natural o no de esto que ha cambiado la faz de la tierra, si el virus fue una respuesta natural a esa debacle medioambiental que se tiene y se avecina, o si por el contrario es un arma biológica de la naturaleza misma, para hacerle comprender al ser humano que esa admonición que se viene citando, permitirá comprender los efectos a corto y mediano plazo en la sociedad, o si “debemos aceptar que muchos eventos de nuestra vida no son simplemente fortuitos, sino pruebas  deliberadas de inteligencia y carácter” (A. Huxley).

Tenemos que darnos cuenta de que estamos destinados a la independencia y el quedarnos adheridos a la patria, a las personas o a cualquier corriente limita ese libre pensamiento del individuo, pues así lo advertía la filósofa Hannah Arendt: “no hay pensamientos peligrosos, el pensamiento es peligroso”, cuando observamos que el continuar creyendo en explicaciones superfluas, maquilladas de verdad hacen que ese principio de incertidumbre se esté arraigando en este momento en la gran mayoría de las personas, nótese el aumento de suicidios, los síndromes depresivos y otros fenómenos sociales han exorcizado esa crisis que no deja separar, analizar y decidir; surge en consecuencia el amor a la pregunta y el amor a la respuesta (Eduardo Infante), haciendo alusión a la reflexión que nos obliga a un juicio y a una elección. La realidad y la normalidad como la conocíamos está rompiendo al viejo mundo, a América Latina, haciendo porosa la estabilidad del edificio interior del hombre.

Esa admonición nos quitó el “cuidado del alma” (Sócrates) como exhortación a ser mejores, a indagar cuáles son los bienes espirituales que requiere el ser humano para subsistir en razón a esa pandemia, y ese desprecio al cuerpo y a las ideas que nos aquejan, son suficientes como para entender ese rechazo desigual al virus y a su experimento social, si la emotividad que manejamos es acorde como vivimos y ellos nos conmueve a identificar lo bueno y lo malo, pues el solo hecho de no protegernos medianamente (tapabocas), evitar contagios (lavada de manos), es significado de ese libre albedrío que tenemos y precisamente el desconocer los mandatos y las normas nos devuelve a la barbarie que algún día sufrimos en especial en la edad media y sus consecuencias, el surgimiento de pandemias de épocas pasadas.

Hemos renunciado poco a poco a la libertad y a la vida, preocupados precisamente por la subsistencia de lo económico, desdibujando esa admonición esa advertencia o reconvención y por ello “el planeta nos está recordando nuestra insignificancia y nuestro vulnerable entrelazamiento con el mundo” (R. Macfarlane). Además, notamos el desmantelamiento de las instituciones cívicas, pues estamos en una época individualista y por eso los proyectos comunitarios han desaparecido, nos encontramos más centrados en el “Yo” que  en el “ellos”, pareciera que vivimos en el medio oeste, en donde la ley del más fuerte es la regla general, y razón tenía Charles Darwin al hablar de la selección natural, solo toca esperar qué sucederá cuando lleguen las vacunas y si la rapiña burocrática por un lado y la económica por el otro, dejarán llegar a quienes si la necesitan.

Ese microorganismo se convirtió en la mano negra que mueve el destino de la humanidad, y ese término nos lleva a interrogarnos acerca de la acción o la omisión de la sociedad por el incremento en su contagio, si el mismo puede continuar regulando la vida o cuál es nuestro esfuerzo para construir o reconstruir el futuro, o nos implique a anticiparnos  y adivinar el cómo enfrentarlo para que en ese futuro cercano podamos prepararnos psicológicamente para asumir el daño y el perjuicio, al igual comprender esa circunstancia vital de oportunidad para aprender y aprovechar aquello que se desperdicia para confrontar desde la perspectiva de esa nueva realidad el encuentro de los elementos que eviten ese peligro inminente en el que estamos.

“Lo más alejado de un estúpido es un sabio, y el que se esfuerza cada día por alejarse de la estupidez, un filósofo” (E. Infante).

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