¿A qué huelen los pobres?

¿A qué huelen los pobres?

"Desprenden un olor desagradable, según el film Parásitos, puede ser al sudor de un pasajero del metro y ese olor se impregna en su camisa usada varios días"

Por: John Jairo León Muñoz
febrero 04, 2020
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¿A qué huelen los pobres?
Foto: Cine Colombia

¿A qué huelen los pobres? Es una de las preguntas, de tantas que deja la película Parasite. A humedad, quizás. A coliflor, tal vez. Los ricos deben oler a lavanda, a Iseey Miyake ¿a qué huelen los ricos? Los pobres desprenden un olor no muy agradable, según la película Parasite, puede ser del sudor de un pasajero del metro o del bus que ha salido muy temprano al ritmo cotidiano del trabajo en una oficina o en una plaza de mercado y que ese olor del sudor se impregna en su camisa usada varios días y se mezcla con la multiplicidad de olores que viajan en los servicios públicos. Los pobres huelen al hambre, que de aguantarla en jornadas extensas de trabajo va provocando el estrés de los órganos internos que emanan un olor por los poros a manera de protesta.  Ricos y pobres y sus necesidades, unos pensando en cubrir el cuerpo, los otros por la necesidad –igual- solo que se instalan sobre las prendas que usan, las marcas de prestigio que dan estatus económico sobre ciertos círculos sociales. Las necesidades en el mundo, tantas, tan básicas unas, tan escasas siempre, tan olvidadas otras.

La película Parasite del director sur coreano Bong Joon-ho nos hace preguntas sobre la miseria humana. Sobre el capitalismo y el vacío existencial de las familias que no tienen tiempo para sus hijos. Corren a las empresas que les hacen creer que son importantes, que son la pieza clave para un engranaje perfecto. A los ricos las empresas multinacionales no les da tiempo para sus apuestas personales, lo que si les da es dinero para pagar criadas, choferes, profesores que enseñen a sus hijos a pintar y a que aprendan otro idioma. A los pobres les da falsas esperanzas de progreso y de ascensos y la posibilidad de resolver las necesidades básicas: la renta, la comida, las goteras del techo. El consumo y el valor de las cosas y la pelea por conseguirlas, una trampa para que continúe este sistema mezquino, arbitrario, usurpador.

La película Parasite, a través de dos familias nos narra sobre la pérdida de humanidad y cómo ha ido logrando espacio, cada vez más, con más contundencia, el sin sentido. Nos desnuda el pseudo-conocimiento que puede adquirirse en internet, sobre psicología, arte, tecnología y, cómo en ese conocimiento no hay quien filtre ni del aval si corresponde a fuentes confiables ni se distinga lo verdadero de lo falso. También nos hace preguntas sobre el peligro que puede ser la información que circula en redes sociales y que logra ser grabada por medio de un vídeo o puede ser una fotografía o un audio y que a su vez devele la vida íntima de los otros y que puede causar el efecto de destrucción que provocaría un misil, si se comparte sobre una sociedad, y cómo esa amenaza de la intimidad de los otros es un poder del nivel de destrucción bélica y que esa comparación no es más que la degradación social que se genera hoy con los impactos mediáticos. Nos describe la incomunicación en el ser humano y ese agite y perturbación que le dan los celulares apagados al sentir que no hay comunicación con el afuera, con el espacio virtual o se genera en las personas que no tienen datos para acceder a internet y que velan una red wifi gratis para poder mostrar en redes sociales que se es feliz en este mundo de consumo y humo.

Parasite, su argumento en su inicio, nos instala en una familia pobre que viven de empleos casuales, temporales, a los que se les dedica mucho tiempo y de los que se obtienen pocas utilidades. La vida económica les cambia a padres e hijos cuando Ki-woo (el hijo) acepta hacerse pasar por profesor de inglés de Da-hye, la hija de la adinerada pareja Park. Y Ki-jeong (la hija) falsifica diplomas para poder dar clases de arte al otro hijo de los Park, Da-song. Esta manera es el camino para que el padre y la madre de Ki-woo y Ki-jeong entren a trabajar a punta de engaños como chofer y como empleada de servicio a la misma casa de los Park, así la familia Klim y los Park cohabitan el mismo espacio.

Ambas familias, la rica y la pobre, luchan por alcanzar esos objetivos de progreso en los que nos envolvió el capitalismo. La guerra entre dos bandos: el rico y el pobre; el que posee el conocimiento y el que lo necesita; el que confía en los otros y su palabra y el que traiciona su palabra; la guerra y la paz; los empleadores y el empleado; los que lo tienen todo y los que carecen de cosas. Con un manejo de fotografía impecable construye un trabajo de arte que hace viajar al espectador a esa Corea del Sur para arrojar preguntas sobre los afectos, la familia, los cambios climáticos, el conocimiento, las nuevas tecnologías, el aislamiento, la locura, la manera de resolver conflictos, la mentira como camino de supervivencia. Un director que va tejiendo un hilo conductor con actuaciones sencillas, creíbles, con diálogos simples que van provocando conexión con la historia que involucra a protagonistas asfixiados, inundados en preguntas existenciales aún no resueltas. Un drama con suspenso que nos sorprende en los giros maravillosos que va dando y donde nos encontramos en las escenas con un espejo de todo lo macabro que como especie somos capaces de hacer.

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