"A los politiqueros no les conviene que estudiemos humanidades"

"A los politiqueros no les conviene que estudiemos humanidades"

"La vicepresidenta tiene la razón, las humanidades no sirven para hacer dinero, pero a muchos nos ha enseñado a pensar, a no permitir que otros nos tomen por idiotas"

Por: César Arturo Castillo Parra
febrero 19, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Cuando un politiquero, para cazar ingenuos, dice que en su universidad se cuida la biodiversidad porque tiene 5.000 árboles o muchos bombillos ahorradores, al tiempo que expande el concreto modernizador sobre sus áreas verdes, entonces solo los que han aprendido a discernir descubren los embustes.

Por estos días que el aire de nuestras ciudades se ha vuelto irrespirable, los burócratas nos quieren hacer creer que es por culpa de los camiones viejos y por falta de lluvias, sin ir al fondo de los problemas, porque ellos lo que quieren es aferrarse al poder y por eso, tratando de quedar bien, no hacen más que lanzarnos una cantidad de datos estadísticos buscando demostrar que, gracias a ellos, todo marcha a las mil maravillas. Para no distraernos en los juegos de los farsantes y empezar a remediar de verdad el creciente problema de la contaminación, deberíamos practicar la autocrítica con honestidad, mirar las cifras desde otra perspectiva y aprender a sumar.

Respecto de lo primero es bueno recordar que los problemas medioambientales y urbanos son asuntos políticos y quienes han elegido gobernantes corruptos, que solo miran o permiten que el afán de lucro se ponga por encima de los principios de responsabilidad, han sido los colombianos. Pero también en lo cotidiano los ciudadanos deberían evaluar que cada mala decisión, la comodidad individual y la pereza son los que nos están matando. Así, por ejemplo, la moda de los domicilios ha creado la plaga de los motociclistas que están dejando unas consecuencias increíblemente desastrosas en la salud de las personas y sobre la tranquilidad de las ciudades.

Si nos atenemos a los discursos oficiales, la contaminación del aire aparece como un tema menor y pasajero, porque lo importante es que todas las cifras demuestran que vamos progresando, tanto que ya nos miran como un país desarrollado de la OCDE. Bogotá, por ejemplo, en el 2002 tenía 590.939 vehículos particulares matriculados y en el 2015 ya llegaba a 2.017.779. En Cali, en el 2019 se matricularon más de 23.000 nuevos carros.

También se supone que es una excelente noticia que la producción de cemento gris creciera entre el 2018 y 2019 en un 9.3%. La producción petrolera está llegando a los 900.000 barriles por día (un barril equivale a 42 galones). El sector aéreo va muy bien, hoy el aeropuerto El Dorado atiende diariamente 800 vuelos. La venta de motocicletas está disparada, dejando miles de millones de pesos en ganancias. Para las personas ingenuas esos datos son extraordinarios porque se cree que entre más crezca la actividad económica, el PIB, será mejor para todos. Así ese “todos” signifique unos pocos.

Sin embargo, hay que mirar esas mismas cifras desde otro ángulo y hacernos preguntas: si aumenta el número de aviones, carros, camiones y motos, ¿cuántos metros cuadrados de asfalto hay que regar sobre las zonas verdes para ampliar las autopistas y los aeropuertos?, ¿a dónde van a dar las partículas del desgaste de las llantas, de las pastillas de frenos, de la quema de combustible y de todas las otras sustancias que se utilizan para su funcionamiento?, ¿cuáles son las consecuencias de producir y vender miles de toneladas de cemento gris? De los 40.500.000 galones de petróleo que producimos diariamente, ¿cuántos no afectan el medio ambiente?

Ahora bien, para entender lo que está sucediendo con el aire, es necesario sumarle a las emisiones de los camiones, el humo de los restaurantes que usan leña y carbón, las excretas de las mascotas, las chimeneas de las empresas, la producción de metano en la ganadería y los efectos digestivos en los seres humanos. También tendríamos que sumar la desaparición de los bosques, los gases que surgen de las cañerías, el sobre procesamiento de nuestros alimentos y todo lo que significa la fabricación de chucherías que tiramos a la basura después de un día de Halloween o de velitas decembrinas.

La persona que solo para almorzar va del norte a al sur de la ciudad en su carro particular debería sumar toda la energía y recursos que se necesitan para producir y comercializar (publicidad) un automóvil, la gasolina que transforma en CO2, el agua refrigerante, los aditivos específicos, los distintos aceites o grasas que el vehículo va dejando en la vía como el líquido para frenos y las sustancias que se utilizan para el enlucido cada fin de semana. Pero eso no es todo, debe sumar que el vehículo ocupa un espacio, tanto para el parqueo como para su desplazamiento. Un espacio que le vamos quitando a la naturaleza, es decir a las especies que durante millones de años han vivido bajo y sobre la tierra.

En conclusión, si los colombianos continuamos cuestionando únicamente la avaricia de los camioneros, ignorando el fondo real de los problemas, no solucionaremos nada y tendremos que irnos acostumbrando a los tapabocas, o a que nos tapen la boca con cifras amañadas.

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