Trump anunció el fin de la ingeniería social desde la gestión humana, disolviendo la discriminación positiva o la acción afirmativa, que vinculaba cuotas específicas a los grupos presuntamente subrepresentados, según criterios de género y raza. Convengamos que eso era injusto como inefectivo. Ahora, presuntamente, la selección dependerá del mérito: otro cuento trasnochado.
En el mundo digital se facilitó la difusión de los carteles con el título “se busca”. En general, la persecución en el mercado laboral es permanente y usualmente infructuosa, pues inicia con aspiraciones arribistas, cuyas recompensas se degradan progresivamente o las oportunidades de hallarlas desaparecen súbitamente.
Las empresas piden milagros, porque requieren perfiles que parecen hechos a la medida de los dioses o superhéroes. Después, los desengañados que hayan sido contratados descubren que la cultura organizacional era malhechora, o las tareas que les destinaba la posición podrían suplirlas cualquier persona sin educación.
Adicional a lo anterior, la tendencia empresarial es publicar ofertas absolutamente precarias, que nada corresponden a la inversión de dinero, tiempo y esfuerzo que demanda el nivel de profesionalización que procuran.
Ignorando esa esquizofrenia y bipolaridad del mercado, los medios y los gobiernos se empeñan en anunciar que “trabajo sí hay”. Sin embargo, el desempleo real contiene a gran parte de la población económicamente activa, que incluye a aquella que está buscando empleo; la subcontratación mediante servicios temporales conformó “carteles de la contratación”, y las empresas reforzaron su posición dominante, para someter a los candidatos, haciendo uso de estrategias de negociación intimidatorias y extorsivas.
La mayoría de los empleados terminó acatando condiciones injustas e incluso indignas. Después de un tiempo, superando el trauma de la explotación o del rechazo —quienes no lograban vincularse laboralmente—, terminan escapando hacia el rebusque, donde su situación tampoco promete mejorar, aunque ostenta una presunta independencia.
Cada vez más personas agotadas, caen en la trampa de la desesperanza aprendida y renuncian a la esclavitud laboral o a la posibilidad de ganarse un insuficiente sustento. La paradoja del neoliberalismo, entonces, ha sido demostrar la conveniencia de autoexcluirse del mercado, tras preguntarse si vale la pena seguir buscando o mantener una ocupación en condiciones tan desventajosas.
Desafortunadamente, la ilegalidad emerge como alternativa. En otros casos, las personas resignan sus aspiraciones y se conforman con los subsidios que puedan recibir. Como sea, el trabajo perdió valor como medio para garantizar subsistencia o progreso, y también como medio para afianzar el desarrollo del ser humano, promoviendo su contribución a la sociedad y trascendencia individual.
En los altos cargos del sector público, todo depende de las palancas del nepotismo y el clientelismo. La plutocracia afianzó la compra de votos. La aristocracia erigió a los mejores de algunas academias, aunque no fueran los mejores para la sociedad. Y la meritocracia tampoco define a la democracia, pues los nombramientos apoyados por cazatalentos incluyen a los preseleccionados por el mandamás de turno.
En Bogotá, Galán terminó reclutando a los pésimos funcionarios de los gobiernos de Iván Duque o Claudia López, como Avendaño en el Acueducto u Ortiga en Energía de Bogotá, cuyos antecedentes no los acreditaban para manejar áreas tan especializadas, habiendo compartido cierta experiencia en el manejo de los “contadores” de la DIAN.
Por todo lo antedicho, las Cortes, las “ía” y el BanRepública no le sirven al país sino a ciertos intereses privados. El Congreso del Cambio es tan ausentista como los anteriores, y entregó en promedio 1 condecoración por cada día calendario. Ahora, nuevamente, en Colombia, se busca un/a presidente. Dejemos de perseguir a los malos, como Duque o Petro, y encontremos a alguna/o mejor.
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