Dignidad e indignidad, decencia e indecencia

Dignidad e indignidad, decencia e indecencia

"El mundo está cada vez más loco. Y encuentro más dignidad y decencia en la gente sencilla. Y cada vez menos respeto y misericordia en los que se sienten poderosos"

Por: Eduardo Prada Serrano
marzo 12, 2018
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Dignidad e indignidad, decencia e indecencia

He visto, en estos tiempos recientes, mucha diferencia entre quienes no tienen, pero actúan con dignidad y decencia, y entre los poderosos, algunos de ellos con actuaciones indignas e indecentes.

He estado ahora más cerca del rebusque, de la necesidad de ahorrar, de encontrar productos que nos hagan más llevadera la vida, pero alejado de las marcas, de las etiquetas y obvio, de los sobreprecios por comprar en luminosos locales dentro de finos y exclusivos centros comerciales.

He tratado con mucha gente, más que antes, menos fina y menos estudiada, pero a veces más digna y más decente. Negocian contigo, te miran a los ojos, te explican los precios, llegan a acuerdos. Y uno se va con la sensación de que compró más barato o de que fue caro, pero sin sobre pagar los precios de las élites comerciales. Y cuando uno usa el producto, tiene la claridad de que presta un servicio igual o similar al que habría comprado con mayores precios. Como dice mi hermana, dos huevos revueltos dentro de una cacerola son iguales, cualquiera que sea el precio de compra del cartón en un comercio modesto o con una marca extra fina en un almacén de cadena.

He visto también, recientemente, un montón de gente elegante y distinguida haciendo “cola” para entrar en un restaurante de precio excesivo y fama sin igual. Con temas de conversación que van desde la última corbata “Hermés” que se compraron, o cómo están mejorando el “swing” en el golf, o las experiencias gastronómicas del último viaje al exterior. ¡Bah! Banalidades. “Vanidad de vanidades. Todo es vanidad”. Eso sí, a la hora de pagar la cuenta, regatean la propina y la bajan a su mínima expresión. Piden un plato de precio excesivo y miran al personal del restaurante como si ellos fueran los dioses o reyes merecedores de venias y atenciones. Creen que su dinero les da poder para todo lo que deseen.

En medio de todo, el dueño del restaurante reparte la propina entre los empleados, a su acomodo y sin dar explicaciones. ¿Será que se queda en su bolsillo con parte de lo entregado por los clientes con destino no a él sino para su equipo de trabajo?

El mundo está cada vez más loco. Y encuentro más dignidad y decencia en la gente sencilla. Y cada vez menos respeto y misericordia en los que se sienten poderosos y en la nube. Así empezaron otros países. Hasta que se convirtieron en no viables dentro de la sociedad capitalista y la gente, en su desespero, abrazó a la izquierda como si fueran los salvadores del mundo moderno. La historia se repite. Las sociedades se equivocan.

Ricos y poderosos. Algunos de ustedes leen estos textos: ¿qué están haciendo, auténticamente, para mejorar la situación de los menos favorecidos? ¿Van a esperar la hecatombe solo para volar a otro planeta a seguir disfrutando de sus fortunas algunas bien habidas pero otras no? Reflexionemos. Cambiemos. Actuemos.

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