La segunda oportunidad de Hernán Peláez

La segunda oportunidad de Hernán Peláez

El hombre que dirigió cerca de dos décadas el programa de radio más escuchado de las tardes, acaba de anunciar que no va más en La Luciernaga. Pero ya ganó su gran batalla, venció un cáncer.

Por:
septiembre 27, 2014
La segunda oportunidad de Hernán Peláez
Crédito foto: Sebastián Jaramillo Matiz

Hernán Peláez Restrepo es un periodista serio, muy humano, sencillo, carismático, “gocetas”, frentero, dueño de una credibilidad a toda prueba y de una memoria excepcional. La forma franca con que Hernán afronta mis inquietudes en este libro, sobre algo tan ingrato como su cáncer, será un ejemplo motivador para quienes han confrontado de cerca la muerte.

Al repasar los pasos que él ha dado por este mundo, descubrí gratamente algunos que coinciden casi “milimétricamente”, con algunos dados por mí. Hernán nació el 29 de enero de 1943, en Cali, 12 días después que yo; terminó sus estudios de Ingeniería, el mismo año que yo los míos, de Administración de Empresas. Como yo, antes de convertirse en periodista, trabajó 10 años con compañías transnacionales; él con la Shell y la Esso, yo con la Continental Can Company y la IBM.

Los dos dejamos un futuro promisorio en esas empresas líderes en su área, cediendo importantes ingresos por el deseo de ser periodistas; y los dos iniciamos en los medios en el campo del deporte, él en Todelar y Caracol, con el fútbol; y yo, en La República y Cromos, con el ciclismo, en razón de mi afición debida a que el primer campeón de la Vuelta a Colombia nació, como yo, en Zipaquirá.

“Peláez, el sello de credibilidad”, tituló el periódico El Espectador, a propósito de la entrega del Premio Deportista del Año, en diciembre de 2013, y dijo: “Sin duda, su presencia como presentador, es garantía de éxito para la ceremonia, no solamente por su credibilidad sino porque siempre pone su toque de genialidad y chispa”.

Hernán, cuenta: “Leí una frase espectacular de Roberto, “ElNegro” Fontanarrosa, humorista gráfico y escritor argentino, quetenía un personaje llamado Inodoro Pereira. Cuando le preguntaban, cómo estás, él contestaba: “Mal, pero acostumbrado”, entonces con

mi cáncer yo dije, voy a contestar así”. Por el cariño y la admiración que le tienen a Hernán, quienes le escuchan diariamente (muchos miles de personas) los deportistas, los periodistas, los amigos y muchos personajes de la vida nacional, se han pronunciado sobre su estado de salud, conformando una verdadera cadena humana.

-Cuénteme una de esas experiencias especiales que hatenido durante su enfermedad.

-Yo tengo por lo menos unas 20 experiencias especiales, de cartas que me envía la gente, de personas cordiales y solidarias; pero una cosa que me impresionó fue cuando me invitaron a

hablar de futbol a Medellín. Un muchacho Carreño, del periódico El Colombiano, me dijo que se trataba de un seminario y bueno, yo fui. Me recibieron en el aeropuerto, llegamos a las instalaciones del periódico, yo veía un galpón allá oscuro… El presentador empezó: el señor tal, que ustedes lo conocen, que escribió tatatatatá…Yo llevo 40 años en esto y me da pena que empiecen a decir cosas de uno; eso no me gusta. Pero la verdad es que ese día me emocionó y además me causó sorpresa en esa oscuridad, ver cuando prendieron las luces y recibir ese emotivo aplauso… Ese día sí quede paralizado.

-Sé lo que tuvo que luchar contra esa enfermedad con coraje y decisión: ¿Cómo se derrota al cáncer?

-Cuando uno lee las crónicas de los que se mueren de cáncer, suelen decir: “Luchó contra el cáncer, pero después de una lucha brava…”. Y casi todos terminan así… Lo que pasa es que hay muchas personas que no luchan, se entregan. Si tienes ánimo y ocupación es más fácil sobrellevarlo. La gran fortuna mía es que yo tenía trabajo. Recuerdo que el médico me dijo: ‘¿Y usted se va a retirar o qué?’. Yo le dije: yo voy a trabajar hasta donde pueda. Él anotó que hay mucha gente que se queda todo el día sin hacer nada, sólo pensando en la enfermedad y termina entregándose a ella y cuando ya tiene mucho dolor dice: “Póngame morfina”. Con la nefróloga me pasó lo siguiente: me mandó a tomar una pastilla y en la siguiente cita me dijo: “¿Cómo le ha ido con la pastilla: ¿no ha tenido depresión? ¿Ha llorado?”. Yo le respondí: no, ¿por qué? Entonces respondió: “Es que esa pastilla…”. Yo le repliqué: doctora yo me la tomo a las 12 y tengo programa a la una, yo no me puedo poner a llorar, porque si no, no hago el programa. A ella le dio risa, pero me dijo: ‘¿Usted me está diciendo eso en serio?’.

Hernán es un hombre optimista, echado para adelante, eso lo saben bien quienes lo conocen y quienes lo siguen; pero uno no adivinaría la serenidad con la que ha tomado esta prueba dura y difícil y tampoco de dónde saca tanto buen humor para hablar de su caso.

“Yo dije esta es mi segunda oportunidad”

-¿Mientras aguantaba “el chaparrón”, cuánto tiempo duró sin venir a trabajar aquí, a los estudios de Caracol?

-Pasaron siete meses, el día que regresé acá, llegué a las 2 de la tarde; había llamado a la asistente que siempre me mandaba con un muchacho en moto el material para los programas, hablábamos todo el día; y en esta ocasión, le dije: Vea, Viviana yo voy a ir hoy allá, pero hágame un favor, no le diga a nadie, usted callada, callada.

Bueno, yo llegué a las 2, estaba el salón lleno y los sorprendí. Entré y les dije: ¿Creyeron que había muerto? ¡Huevones, a trabajar! Es uno el que contagia de entusiasmo a la gente. Aquí yo siempre les digo a ellos: hermanos pueden tener la tragedia más verraca, la recuperación es uno. A la familia no se le puede estar diciendo, me siento mal, aunque uno esté mal, no lo puedes decir porque se te va todo el mundo para abajo. Tú me invitaste para hablar sobre la segunda oportunidad, que es el tema de tu libro y aquí está el asunto: yo viendo las cosas hoy, digo soy muy de buenas porque a todo el que le da eso que tengo yo, en órganos internos, se jode.

Es lo mismo que le pasó al periodista Ignacio Ramírez Pinzón, que se lo llevó. Pues bueno, yo tengo y disfruto de la Segunda Oportunidad, que es esta. Yo firmaba contrato con Caracol cada año, se vencía siempre en enero. La última vez, hace un año, hablé con Ricardo Alarcón, (presidente de Radio Caracol) y le pregunté: ¿Alarcón qué vamos a hacer? Y Ricardo contestó con otra pregunta: “¿Vos querés seguir, no?”. Como diciendo, si estás muy mal dejemos eso así. Yo le contesté, sí, claro que quiero. Entonces él me dijo: “Vea, hagamos una cosa, vamos a hacer un contrato por dos años”, y yo le expresé, bueno, claro, me sirve por dos años, porque es el mundial del 2014. Entonces yo ya tengo claro el objetivo, voy al mundial del 2014… De ahí pa’llá…

Uno no puede esperar despedidas; el día que uno sienta, resuelve: yo me quiero ir, me voy. Sin dramatizaciones. Ese día que hablé con Alarcón, yo dije, esta es mi segunda oportunidad, digamos, en el trabajo. El me daba la Segunda Oportunidad, lo duro es que no creo que haya tercera, es la segunda ¡Falta ver! Y ya en lo que tiene que ver con mi salud, mi otra segunda oportunidad, me la dieron Dios y San Charbel Makhluf.

-¿Cómo han manejado con su esposa los asuntos propios de una situación como la que ha vivido?

-Uno de esos días, yo le dije a mi mujer: sentémonos y veamos qué es lo que tenemos; en qué rollo estamos; a quién le debemos; y vamos a escribir eso y lo ponemos en una caja fuerte. Y a raíz de eso, ella y yo estamos más unidos. Viajamos juntos con el riesgo de que le pase a la pareja algo, pero yo estoy tranquilo. Alguien me decía, eso es muy morboso; pero no, eso me lo enseñó mi mamá, cuando usted viaje deje todo escrito porque yo tuve la experiencia de un familiar que se murió en un accidente y a los dos días habían dejado sin nada a la viuda, la dejaron en la calle. De manera que ese oportunismo en medio del drama que la gente vive, aparece de un momento a otro y dejan a la gente en la calle. Hoy, por ejemplo, leí que se murió don Hernando Trujillo, el señor de los almacenes de ropa y que los hijos acabaron con todo. Fue un tipo que trabajó toda su vida y lo dejaron sin nada.

-Hernán ¿Me equivoco al pensar que usted actualmente se goza la vida más que antes, cuando estaba sin problemas de salud?

-Como yo antes era empleado, siempre salía a vacaciones con los días contados, pero como ahora tengo un contrato de prestación de servicios pido licencias no remuneradas y entonces no me pueden decir nada. Por primera vez en la vida estuvimos fuera, no los 3 o 4 días de siempre, sino como 22 o 23; eso para mí fue un récord. Después de que llegamos le dije a Beatriz: nos vamos en la primera semana de enero (de 2014) a la Argentina y volvemos el 13; entonces, mi mujer me dijo: pero ¿otro viaje tan seguido? Y yo le contesté: si no lo hacemos ahora, quién sabe si podamos hacerlo luego.

-¿Ha cambiado un poco su manera de pensar a raíz de haber encontrado su segunda oportunidad?

-Uno cambia, no sólo la manera de pensar, la de ser, la de vivir. En mi caso yo siempre pienso que quisiera disfrutar a mis nietos cuando ya estén de 15 años, que los pudiera ver ya formados, pero hoy en día los disfruto plenamente y eso es lo que vale. El hoy. Yo hoy disfruto más que antes, por eso le digo a San Charbel: ¡Gracias hermano porque me ayudas en todo!

Es la segunda vez que Hernán nombra a San Charbel, pero no le pregunto de quién se trata para no desviarme del tema que adelantamos.

“Los primeros días, esos días siguientes a las quimioterapias uno queda en la cama y no quiere saber de nada; pero ya cuando me di cuenta de que podía trabajar desde mi casa, vi que podía tener una reactivación y entonces le escribí al médico y le dije: vea doctor terminé tal pastilla, ¿ahora qué hago? Pues tómese esta otra. Se trataba era de irle quitando un poco de trascendencia al problema. La gente me decía: ¡Huy, como esta de bien¡ Y yo decía, mire como son las cosas, yo en estas y la gente creyendo que uno está bien”.

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Crédito foto: Alejandro Quintero Sinisterra

-¿Qué consejos puede dar hoy después de su inesperada y dramática experiencia?

-Una de las cosas más importantes que uno puede hacer es estar al día con lo que sustenta nuestra seguridad médica, o sea con los servicios de salud. Yo vivo pendiente de estar al día con la EPS y con la prepagada, mientras tenga eso en orden, estoy tranquilo. Mi mujer suele decir: ‘no les deje a los hijos plata, enséñeles cómo cuidarse, a ser responsables, póngalos a que funcionen porque o si no se los tira’. Y es verdad, aunque en el fondo uno quiere que estén bien y que la vida les sea fácil, hay que hacer que les toque enfrentarla.

-¿Cómo fue que se supo públicamente lo de su enfermedad, lo de su cáncer o el mieloma múltiple?

-Cuando apareció mi enfermedad yo no quería contar nada y nadie se daba cuenta. Pero un día me llamó María Elvira Arango y me dijo: voy a sacar el primer número de la revista Caras, yo quiero hablar contigo de tu carrera. Y eso se dio, iniciamos la entrevista y de pronto, en la mitad de ella me dijo: ¿Hernán, ¿cómo te sientes ahora? Yo le repliqué: ¿de qué? Y ella respondió: bueno de tu enfermedad. ¿Cómo va tu tratamiento? Y entonces le conté algunas cosas. La gente se vino a enterar, precisamente ahí.

Hernán y su devoción por San Charbel Makhluf ¿Cómo aparece en su vida San Charbel Makhluf?

-El primer tratamiento duró como ocho meses, entonces yo me recogí en mi casa, me dedique a leer, a organizar esas cosas que te llegan y nunca las ves. Muchos oyentes empezaron a enviarme las famosas fórmulas: tome limón, tome bicarbonato, tome… Hasta que un día mi mujer llegó de misa y me dijo: “Una señora te mandó un frasquito y esta oración a un santo que se llama San Charbel que fue un monje maronita y cura a la gente”. Ese “man” cura, ese “man” hace milagros. Entonces empecé a buscar y a leer la historia de San Charbel y efectivamente, desde ese día me volví devoto suyo. Y me puse a investigar sobre San Charbel Makhluf, un santo católico maronita, (de San Marón), libanés, del Siglo XIX, muy popular, que sorprendió a muchos sabios, genios y científicos, ya que de su cuerpo “que se ha conservado incorrupto, salía un líquido sanguinolento”, lo cual era inexplicable científicamente, porque si su cuerpo estando vivo tenía unos cinco litros de sangre, después de muerto expedía un promedio de un litro de líquido por año, 50 litros en 50 años ¿De dónde salía el misterioso líquido con el que se producían milagros?

San Charbel, el santo que impactó a Hernán Peláez Restrepo, vivió como religioso en el convento de Annaya durante 16 años y los últimos 23 como ermitaño.

-¿Fue usted piadoso cuando niño, cuando joven? ¿Fue creyente y católico practicante? ¿Ha tenido fe en Dios?

-Yo me formé con una educación religiosa, con los jesuitas: pero entre los estudiantes y entre los mismos jesuitas había grupos; digamos que nosotros en el colegio teníamos la Congregación Mariana, que tenía unas escuelas especiales. Un buen día, estando ya enfermo, fueron a visitarme unos curas jesuitas que habían estado conmigo. Y fue un cura de otra orden, que por alguna razón llego allá y me dijo algo impactante: “Vea, no vaya a cometer el error de pedir, usted al día no le puede pedir, usted lo que tiene es que darle las gracias porque todo lo que tiene él se lo dio”. Entonces yo cambié la estrategia y siempre digo: San Charbel, gracias por todo lo que me ha dado, hermano, pero ayúdeme en esto.

Uno entiende que se puede morir, que esa es la realidad. Yo hago el programa con Mejía y estamos en una época en que los jugadores que nosotros vimos hace tiempo, se están muriendo. Hay un jugador que fue de la Selección Colombia, Rolando Serrano, el loco es muy simpático; un día me llamó y me dijo: “Ve, se murió fulano de tal” y yo le repliqué: ¡No me digas Serrano! Él reflexionó: “Nos está pegando la pelota en el palo, eso ya va a entrar”.

-Hay un hombre que ha suscitado un fenómeno actual de fe, se llama Francisco, el papa Francisco. Usted estudió con los Jesuitas, ¿qué opina de él?

-Este Papa es de una línea, yo diría liberal; es abierto y frentero, es un tipo que se atreve a consultar que opinan del celibato, eso que era un tema intocable. Ese curita jesuita le está haciendo un gran bien a la Iglesia y va a lograr que mucha gente regrese. Ese señor es progresista, le ha quitado el misterio a muchas cosas y ha puesto a reflexionar a los curas. Mire, si una persona tiene su problema, su odio, su resentimiento y ve que el curita mayor desprecia la pompa y hasta le habla de fútbol, la gente lo ve más familiar. Como de la casa.

Beatriz, su esposa, también tuvo cáncer

-Como supongo que usted ha reflexionado profundamente sobre su vida; que ha repasado mentalmente “su propia película”, ¿qué cosas le han quedado por hacer, de qué se ha perdido?

-No he podido ir a un partido de fútbol en Inglaterra, a una temporada para la vivencia; en sur América ya lo viví, pero no esa vivencia en Inglaterra. Mi mujer ya me preguntó: “¿Cuándo terminan esas temporadas?”. Le respondí: Por ahí en mayo o junio, y ella dijo: “Vámonos en mayo”. Otra cosa, es poder sacar adelante un caso que tenemos con Beatriz sobre un niño que tiene parálisis cerebral desde los 6 meses, pues por un error en una operación lo dejaron sin oxígeno. La familia encontró que en Tailandia hay una clínica que trabaja con esa enfermedad; médicos de la clínica le dijeron al papá, “mire, no le garantizamos nada, usted lo trae, la operación vale 45 mil dólares”. Ese señor abrió una cuenta y estamos tratando de que la gente colabore. Eso me gustaría que se lograra.

Mi mujer hace muchas obras sociales, no me gusta contarlo, pero ella ayuda mucho a las monjas del Calasanz, a las niñas del Chocó y a otras obras y personas. Es muy bonito porque cada año te mandan la foto de las peladitas que estás ayudando. Pero como ella le dedica mucho tiempo a los demás, me parece justo que ahora tenga tiempo para ella, que disfrutemos más la vida, que aprovechemos mientras lo podamos hacer.

-En relación con su enfermedad, hay un antecedente que no quisiera dejar de lado; es el de su esposa Beatriz, de quien supe que también sufrió un cáncer, un cáncer de mama ¿Es correcto?

-Sí, es cierto. En eso ella y yo somos muy calculadores, muy fríos; pero ella es más sentimental que yo; Beatriz fue un ejemplo de fortaleza infinito, es una mujer tierna pero muy valiente. Cuando a ella le hicieron quimioterapia, los primeros días sintió que el pelo se le empezaba a caer y en ese momento pidió el favor de que le raparan la cabeza. Y empezó a usar los sombreros; su mamá, una señora de edad que también había tenido cáncer, nunca se dio cuenta de que mi señora lo padecía, ella siempre le decía: “Hay mijita, tan lindo que te queda ese sombrero”. Su mamá se murió sin saber que Beatriz padecía de cáncer, porque ella quiso que su madre no sufriera.

-Cuántos años de diferencia hay entre los dos casos, el suyo y el de su esposa, entre las dos segundas oportunidades, la de Beatriz y la de Hernán?

-Beatriz tuvo cáncer hace casi 9 años; yo veía cómo sufría los días de quimioterapia, pero nunca se quejó; el entorno de la familia no se cayó, ella siempre mantuvo su sonrisa; en la casa  cuando se sentía mal eso se quedaba entre los tres o cuatro. Cuando a mí me pasó lo mismo, digámoslo en estos términos, yo decía: no puede ser distinto, si ella dio ejemplo, yo no puedo echarme a la pena; ella fue mi punto de referencia, advirtiendo que la quimioterapia es mucho más fuerte en la mujer que en el hombre. Cuando yo estuve en el tratamiento, iba a la Clínica del Country, a la sesión que duraba una hora y media.

Yo veía que de los cubículos adyacentes llegaba gente con bolsas y entonces le pregunté un día a Jaime (el médico) ¿y esta gente qué? Él me dijo, “es que el tratamiento de cáncer de seno es gota a gota, puede durar 5 o 6 horas y la gente que viene se asusta”. Yo decía, lo mío es suave, lo mío era menos duro.

-¿Y cómo reaccionaron en Caracol cuando supieron lo que le estaba pasando?

-Yo llamé a Caracol, a Ricardo Alarcón (presidente de esa empresa) y le dije: Alarcón “quiubo”; él debió pensar lo que yo le iba a decir: te voy a contar una vaina, cómo te parece que tengo mieloma múltiple… Y se quedó como “rebobinando”. Le dije, tranquilo yo voy a trabajar, pero necesito que Caracol me monte en la casa la forma de participar. Yo trabajé 6 meses desde la casa, no salía sino a la quimioterapia. El oncólogo, muy querido, me dijo: “Oiga, ¿cómo le está yendo?”, y le contesté, doctor sabe que el día que me ponen la quimio no me parece nada raro, pero al otro día sí. Entonces me dijo: “¿Qué hacemos?” y yo le respondí: ya le tengo la solución, hacer la quimioterapia los viernes para que el golpe me dure sábado y domingo y el lunes esté otra vez en capacidad de trabajar. Y así me cuadró las citas para el viernes; entonces yo la recibía entre las 9 y las 11 de la mañana; a la una de la tarde hacía el programa, por la tarde hacía la Luciérnaga y ya el sábado, amanecía como si me hubiera pegado Tyson, pero dormía sábado y domingo.

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Crédito foto: El Tiempo

-¿Cómo se enteró de lo que realmente estaba sucediendo con su salud, cómo fue el proceso?

-Resulta que a mí nunca me había dolido la cabeza y me empezó un dolor persistente; mi mujer llamó a Víctor Caicedo, un gran amigo nuestro, cardiólogo de la Clínica Shaio; entonces me hicieron exámenes de sangre y no sé qué más. Caicedo me llamó y me dijo que me esperaba en el consultorio a las 7 y media de la noche. Me tomó la tensión y me dijo “usted está teniendo un problema de corazón, hagamos un cateterismo”. Me realizaron el cateterismo y en la pantalla él me mostró el corazón y me dijo: “Esta parte ya está jodida y ya no se recupera”. Yo exclamé: ¡No me diga! Y él anotó: “Usted es muy de buenas, no tiene nada”. Y yo pensé: bueno, me salvé del corazón. Pero seguí con la tensión alta y por los riñones se dieron cuenta qué era lo que me estaba afectando y ahí me tocó ir donde la nefróloga.

“Nadie me hablaba de cáncer”

“Ni yo sabía, ni nadie me hablaba en ese momento de cáncer, sino de riñones; y yo decía: ahora me tocará diálisis, ¡imposible que me toque eso! Me mandaron unos exámenes y en la última hoja de los resultados salió algo que se llama “cadenas libres”. El médico me ordenó una biopsia. Yo le pregunté: ¿una biopsia de qué? Me respondió: “Tranquilo, que eso no le va a doler nada”. Al otro día fue como si me metieran un punzón en el hueso, un bolígrafo… ¡Ay, qué dolor! Él me dijo: “En 8 días nos vemos”.

-¿Qué pasó desde esa semana, que supongo fue interminable, hasta el día cuando regresó donde el médico?

-Sí, fue interminable. Yo seguía pensando en los riñones, me tomaba las pastillas, me tomaba la tensión, pero no me pasó por la cabeza que tuviera algo grave. Cuando regresé donde el médico, éste sacó una gráfica en colores, con los resultados de la tal biopsia. Me dijo: “Oiga, usted lo que tiene es cáncer, mieloma múltiple”. Y eso qué le pregunté. “No, ¡pues cáncer!”. ¿Y qué hacemos? Él dijo: “Quimioterapia. Empecemos el martes”. Cuando le conté a mi mujer, ella me dijo: “Te van a poner a dieta, te van a quitar una cantidad de cosas, la sal, por ejemplo”. Empecé la quimioterapia y me chequeaba. Le pregunté al doctor: ¿Y eso, se cura? Dijo “no, eso no se cura, el cáncer se duerme, nosotros lo vamos a dormir. A no ser que usted tenga localizado un tumor encapsulado”; yo le pregunté: ¿tengo eso?, Me dijo: “No, no. pero le tengo que quitar el dulce, porque es el que alimenta todos esos animales”. Y le pregunté: doctor ¿ymel traguito, qué? Me respondió: “Pues se puede tomar uno de,vez en cuando; pero no exagere”.

Hernán Peláez Restrepo se ganó el respeto y el concepto positivo que sus oyentes y sus colegas tienen de él. Su trayectoria en la radio, la televisión y los medios escritos, le han dado un sitial de honor. Ha escrito 4 libros; lleva 46 años en la radio, donde inició su carrera a los 21 años.

-Hernán: ¿se imaginó usted alguna vez que llegara a recibir tantas muestras de aprecio, cariño y solidaridad, como la que le han expresado en esta dura etapa de su vida?

-Yo sabía que era mucha gente la que lo oía a uno, pero no tanta; nosotros nos encerramos aquí y uno no sabe nada. Hoy hacen mediciones, pero a mí me sorprenden, por ejemplo, cuando estuve en lo del gol Caracol. Esa noche había unos exjugadores: Iguarán, Harold Lozano… Todos llegaron y apenas me veían, me abrazaban y entonces un nieto le dijo a mi hija: “Mami mi abuelo sí es muy famoso”. Yo hacía esta reflexión: no es que sea famoso, es que cuando uno ha estado hablando más de 40 y pico de años en los medios, la gente se acostumbra.

-¿Según usted, cuál es el tratamiento que le ha dado a sus oyentes para que lo quieran tanto?

-¡Hay que ser sencillo en el lenguaje! Eso lo aprendí de Renato Cesarini, un señor de fútbol que me concedió hace muchos años una entrevista. Le pregunté por el matrimonio: “El matrimonio es una lotería, se la gana uno solo y otros la perdemos”; y me dijo: “¿Sabe cuál es el éxito de un hombre? Que si se sienta con obreros, con diplomáticos, con políticos, mientras sea igual con todo el mundo, ellos manejarán un leguaje casi coloquial”. Y yo manejo eso, un lenguaje universal y respetuoso con la gente. Yo, por ejemplo, me acuerdo mucho de jugadores que ya dejaron el fútbol y la ingratitud que los rodea. A mí me llaman jugadores que ya no tienen nada que ver y sé que necesitan a alguien para hablar, entonces yo digo: un tipo que es futbolista y a los 36 años quedó jubilado, no sabe qué hacer. Por eso nosotros hacemos una tertulia los lunes, yo siempre los invito al  restaurante La Estancia y los jugadores van. En estos días llevé a Pedro González. Yo entiendo que es para ellos como sentarse en el café a hablar”.

-¿Hoy a qué dedica esos momentos de tiempo libre?

-Cuando dejé el Campin, mi mujer quedó convencida de que yo iba a estar más disponible para los paseos, pero resulta que hoy en día veo más fútbol. Ahora que estuvimos en Europa hice cosas que nunca hacía, como ir a teatro o escuchar un concierto de Mozart en la iglesia Saint-Germain-des-Prés, uno de los lugares más destacados de la vida intelectual y cultural de París. Lo que sí hacemos es ver mucho cine. Y leer, hoy mucho más que antes. El ejemplo más brillante se llama Gabriel Muñoz López, ese señor tiene 83 años y sigue siendo un profesional; él llega a grabar con una cosa que ya no se ve, escribe los libretos en una vieja máquina Remington; entonces, señala: ¨Locutor” y luego, pone, “Rueda canción”. Él es una estrella en esto de la música, sabe todos los cuentos. Yo digo: mire lo que es la disciplina en un profesional. Él no habla, si no tiene ese libreto y si no le pasan copia al operador. Claro, todo sale perfecto.

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-¿Cómo ha sido su vida musical, que es una característica conocida por muchos colombianos?

-Para responderle debo regresar a mi vida en Cali; yo crecí con la música de Cuba de los 50, o sea para mí la Sonora Matancera, Bienvenido Granda, Celia Cruz, Los Matamoros y por otra parte, los tangos, por influencia de mi papá, y claro la salsa, por otra parte, han sido, digamos, mi debilidad. Recuerdo que en Cali había un café en una esquina, se llamaba Siglo XX. Ahí fue donde yo aprendí a oír la música de Cuba, porque en esa radiola las “coperas” (meseras de los cafés) la ponían a todo volumen. Un día conocí a un señor que se llama Libardo. Nos identificamos con el gusto musical y ahora hacemos media hora de determinado cantante.

-Hernán, sé que usted es coleccionista de música, ¿cuántos discos tiene?

-Una cosa es la música de mi casa y otra la de Caracol. Cuando a mí me entregaron La Luciérnaga, no había música porque a Yamid (Amat), entre sus locuras le dio por hacerla noticiosa y entonces cuando yo entré no había la música que me gustaba. Yo prestaba discos en Radio Reloj que tenía la música más o menos vieja, entonces yo dije, como quienes nos oyen son supuestamente gente grande, digamos de 40 años para arriba, voy a poner música. Hoy tengo unos 32 mil y pico de temas.

Fabio Echeverry Correa y Daniel Santos

“Le cuento una anécdota para recordarle lo que es la música: Fabio Echeverry estaba en el apogeo en la era Uribe y un día yo encontré en el teléfono como cuatro llamadas suyas, pensé, ¡en que lío nos habremos metido! Lo llamé: Doctor Fabio, cómo le va… “Quiubo pues hombre”.... ¿Qué pasó?, le dije. Y respondió: “Nooo hombre, lo llamé para pedirle un favor, que me preste la canción de Daniel Santos que usted pasó a las 6 de la tarde, es que yo no la tengo”. Se trataba del tema que se llama “Panamá”; él tiene un computador en su finca con música; después me invitó allá. Imagínese un personaje del alto gobierno llamándome a pedirme una canción.

El país sabe sobre la importancia que tiene el fútbol para Hernán Peláez Restrepo, y sus oyentes conocen la irrepetible memoria suya para todo cuanto tenga que ver con su afición, mejor, con su pasión futbolística.

-¿Cuándo y cómo nació su “fiebre” por el fútbol?

-Mi afición deportiva fue siempre el fútbol. Yo estudié en el Colegio Belmas, con los Jesuitas; antes estudiaba en el colegio del Sagrado Corazón, que era filial de aquel. En esa época los peladitos pasábamos al Belmas y después del Belmas me vine a Bogotá y estudié en el San Bartolomé, también con los Jesuitas y allá y acá, la afición de nosotros era el fútbol. En esa época no había una distracción diferente a jugar fútbol en la calle y en el colegio, y oír radio, fue mi principal entretención. Recuerdo que un día mi padre me dijo que escuchara un programa en RCN que se llamaba El Circo Mejoral, lo presentaba Otto Greiffenstein y lo pasaban como a las 7 de la noche. Recuerdo que un carpintero que era muy hábil manualmente, me hizo una réplica de un circo que era mi entretención, le echaba aserrín y yo me divertía mucho. En1967 estando ya más o menos organizado en la radio, en la primera feria de Cali, me acuerdo (por ahí tenía una foto) la emisora la manejaba Carlos Pinzón, estaban Carlos Alberto Rueda y Germán Castro Caycedo, que era el comentarista, esa fue la primera, digamos oportunidad de entrar a un sitio, en que lo recibieran a uno sin comprar boleta.

 

-Una de las épocas que uno más recuerda es esa en la que siendo niño, ayuda a los que haceres en la casa, en la que demuestra que puede y que simultáneamente es tenido en cuenta. ¿Hay algún recuerdo especial que encaje en esto?

-Yo viví una niñez feliz, nos faltaban muchas cosas, pero no las esenciales; yo desde niño tuve el sentido del trabajo; mi mamá hacía costuras y me volví experto en comprarle lo que necesitaba. Yo tenía que salir a pie del barrio al centro a comprarle botones, ganchos, reatas, sabía sobre esas cosas que ella necesitaba y me iba a un almacén que se llamaba la ‘flecha roja’. Hasta forré botones, hacía todo lo que ella necesitaba. Además, era un poco hiperactivo, como todavía lo soy ahora, pero vivía muy dedicado a ayudar a mi mamá porque ella trabajaba duro. Mi papá tenía un taller hermoso de carpintería de madera fina, con maquinaria alemana, pero en la tremenda explosión de Cali todo eso se acabó. En 1956 nos cambió la vida y eso nos hizo venir a Bogotá, cuando yo tenía 13 años”.

Esta explosión de la que habla Hernán, fue uno de los capítulos trágicos que más me impactó en mi niñez. Se trató de la terrible explosión del 7 de agosto de 1956 en Cali, cuando una caravana de camiones del Ejército Nacional, (llegados desde Buenaventura con una carga de más de 1.000 cajas de dinamita que iban para Bogotá), fueron estacionados cerca de un batalló militar. La catástrofe causó más de 1.300 muertos, dejó como 4.000 heridos, y destruyó muchas manzanas.

-¿Qué sueños tenía el niño Hernán Peláez Restrepo?

-Yo quería ser ingeniero químico, porque tenía un tío ingeniero y también un primo ingeniero químico que vive en Antioquia; tuve la fortuna de estudiar esa carrera y de trabajar diez años en varias compañías. Trabajé en la Shell, en productos químicos Esso y después en Carboquímica. En la Shell me tocó, ahí sí como se dice, empezar desde abajo, en el laboratorio, lavando vasos de precipitación; yo controlaba la planta de insecticidas, recibía las bases de lubricantes y preparaba la gasolina extra; todo eso fue una gran experiencia. Un día en la Shell le dije al jefe mío, hombre, yo llegué a la “ye” del camino, o echo para allá, a los medios, al fútbol, o echo para acá y me quedo trabajando aquí. Entonces me dijo: eso si lo decide usted. Y dije me salgo para allá, pero guardo un grato recuerdo de esos 10 años de trabajo como ingeniero. Entonces empecé. Viajé en 1969 con Carlos Arturo Rueda a transmitir un partido de Colombia en la eliminatoria para el mundial del 70 y vea que no pude ir a ese mundial por estar en Venezuela”.

Hernán ha cubierto ocho campeonatos mundiales de fútbol, lo cual es un verdadero récord que nadie ha igualado en Colombia.

-¿Cuál es para usted la anécdota que le haya dejado un recuerdo amable y positivo cuando se iniciaba como periodista deportivo?

-En una feria de Cali tuve una curiosidad sobre un cuadrangular de fútbol internacional; yo había entrevistado a un general en la Embajada de Uruguay, y por alguna casualidad hablé con ese militar: era un hombre de fútbol. Pues me lo encontré en el Hotel Aristi de Cali y me dijo: “¿Va a ir a fútbol?”. Me dio pena y dije: No, es que… Él entendió e inmediatamente, me dijo: “No se preocupe, usted entra con la delegación del Uruguay” y efectivamente llegamos al torno de la puerta. Lo saludaron: “Señor Embajador, pase; señor Secretario, bien pueda”; y el Embajador me señaló y dijo, él es mi ‘attache’ (agregado, asistente, ayudante) y entonces me hicieron seguir y mire usted hasta donde llegué.

*Este capítulo hace parte del libro Su segunda oportunidad, escrito por Gustavo Castro Caycedo y editado por  Ediciones B

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