Incidencia de la TV en la mala imagen del país
Opinión

Incidencia de la TV en la mala imagen del país

Por:
julio 20, 2014
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La mala imagen del país empezó a crecer en los medios estadounidenses en los años 70, cuando las mafias de las drogas, orquestadas por Gricelda Blanco, se enfrentaban a tiros en los centros comerciales de Miami. Luego, cuando Pablo Escobar irrumpió con fuerza en el mercado de la cocaína de La Florida y los Rodríguez Orejuela en los de Nueva York, Colombia empezó a tener fama de país de narcotraficantes. Hasta entonces, la televisión mostraba Topo Gigio, las aventuras de Rin TinTín, la comedia Yo y Tú y Animalandia con Pacheco.

A finales de los años 80, Pablo Escobar hizo explotar más de 200 carros bomba en todo el país, como parte de su guerra contra la extradición de colombianos a Estados Unidos. Para entonces la televisión mostraba la serie Dejémonos de Vainas, las novelas Topacio, Los ricos también lloran y Esmeralda y el humorístico Sábados Felices.

Entre 1984 y 1988, en Colombia fueron asesinados dos ministros de Justicia (Rodrigo Lara Bonilla y Enrique Low Murtra) mientras otro (Enrique  Parejo González) fue abaleado por sicarios del cartel de Medellín en Budapest, Hungría, uno de los países de la llamada Cortina de Hierro. También fueron asesinados un Procurador General de la Nación (Carlos Mauro Hoyos), la hija de un expresidente (Diana Turbay), la hermana del secretario de la Presidencia (Marina Montoya) y secuestrado un exalcalde de Bogotá (Andrés Pastrana). Miles de titulares con estos atentados inundaron los medios de todo el planeta. Para entonces los colombianos veíamos en la televisión la serie Don Chinche, las novelas La Marquesa de Yolombó y María de nuestro Jorge Isaacs y el programa de humor Sábados Felices.

Entre 1986 y 1995, en Colombia fueron asesinados cinco candidatos presidenciales con gran repercusión en los medios de comunicación de todo el mundo: Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Álvaro Gómez Hurtado. En ese periodo la televisión mostraba, Los pecados de Inés de Hinojosa, Las aguas mansas, El show de Jimmy.  Para entonces nuestra fama de país narcotraficante y violento se reafirmaba en todos los periódicos del mundo. Fama que se sustentaba en cifras: 25.000 muertes violentas al año.

La fama creció en 1994 cuando la prensa mundial dio cuenta de un candidato presidencial (Ernesto Samper) elegido con dineros sucios del cartel de Cali. Un presidente al que Estados Unidos le canceló la visa americana. La televisión programaba, En cuerpo ajeno de Julio Jiménez y  Compre la orquesta con el eterno Pacheco, y el infalible Sábados Felices.

Luego, entre 1995 y 2005 grupos paramilitares y guerrilleros cometieron más de 4.000 masacres sangrientas con saldo de 200.000 muertos y 5 millones de desplazados. La fama de país más violento de la tierra creció en todo el planeta. Nuestros índices de violencia tocaban cifras escandalosas: 30.000 muertes violentas y más de 2.000 secuestros al año. Medellín Y Cali estaban entre las cinco ciudades más peligrosas de la Tierra. Y la televisión ahí, inofensiva como siempre. Mostraba para la época las novelas Las aguas mansas, Café con aroma de mujer, Betty la fea y el musical Quiere cacao.

Hasta aquí, nadie puede culpar a la televisión de la mala imagen del país y mucho menos de crear comportamientos criminales entre los actores violentos del país. Basta con observar el tipo de televisión con la que crecieron Pablo Escobar, Gacha, los Rodríguez Orejuela y los miembros de los grandes carteles con sus miles de sicarios a su servicio.

Para 2006, año en que escribí la serie Sin tetas no hay paraíso, la primera que tocaba el tema narco, ya habían muerto en Colombia más de 500.000 personas y habían sido secuestradas más de 30.000. La mayoría de los 4.000 sicarios del cartel de Medellín ya estaban bajo tierra o extraditados, salvo Popeye, único sobreviviente preso en la cárcel de Cómbita. La imagen del país ya estaba por el suelo.

Entre 2006 y 2014, período en el que se han mostrado más de 12  “narcoseries” los secuestros casi se extinguieron y las muertes violentas han caído en un 50 %. No por culpa de las narcoseries sino porque el país se saturó de violencia y empezó a caminar hacia la reconciliación y la pacificación. La terapia de choque funciona.

Entonces, por qué la creencia de que la televisión es la culpable de la violencia y la mala imagen del país. Ese análisis falso y ligero conviene a los verdaderos culpables de nuestra debacle. Claro, exonera a los verdaderos culpables: los políticos corruptos que, incapaces de pacificar el país, incapaces de brindar oportunidades de educación y empleo a los colombianos, incapaces de frenar la corrupción que se roba los recursos de los pobres, propiciaron el nacimiento de miles de guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares y delincuentes comunes que azotaron y aún azotan a nuestra nación.

No quiero defender el género. Respeto profundamente a quienes denigran de él, pero quería dejarles este recorderis, sustentado en la realidad, para que dejen de hacerle el juego a quienes por incapacidad, culpa u omisión, se cagaron en este país. Pueden decir que les gustan o no las series sobre narcos, es algo subjetivo, pero no pueden seguir diciendo mentiras. La televisión no produjo la mala fama del país y menos influyó en el comportamiento de los violentos. La mala fama son los 5.000 colombianos presos en Estados Unidos y los 3.500 que pagan condenas en España. La mala fama son los desmanes de nuestros presidentes. La mala fama son los 500.000 muertos y los 5 millones de desplazados que ha dejado la violencia. Una violencia que empezó en 1948, seis años antes de que a nuestro país llegara la televisión.

No por entrar a un restaurante paisa sale un comensal escribiendo con mala ortografía. No por ver la crucifixión de Jesucristo cada Semana Santa la gente sale a crucificarse. No por conocer la historia de nuestros narcotraficantes salimos a traficar. Esa lectura falaz hace más daño que la misma serie. Ya en 30 o 40 años, cuando hayamos superado estos flagelos habrá quienes agradezcan estos testimonios de nuestro tiempo.

Los escritores no robamos ni matamos, solo contamos las historias de nuestra época. Algunos se inclinan por la ficción, por la Cenicienta o el Patito feo, otros por el realismo trágico, que fue el que nos tocó vivir.

 

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