¿Jugar ajedrez nos hace más inteligentes?

¿Jugar ajedrez nos hace más inteligentes?

Un grupo de estudiantes de la Universidad Central cuenta su experiencia con este deporte que desafía la mente

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octubre 16, 2014
¿Jugar ajedrez nos hace más inteligentes?

“En el ajedrez se llama Zugzwang cuando la única jugada posible es no mover", decían en la película Mr Nobody, en ese viaje por la mente humana que es esta obra de Jaco Van Dormael"

El legendario juego del ajedrez se ha convertido para muchos bogotanos en una pasión inminente. Para cada aficionado tiene su propio significado y, por lo general, está relacionado con la historia de batallas libradas y con historias personales de cada deportista o aficionado.

El esfuerzo mental que exige esta actividad y la quema de calorías que produce una partida son proporcionales a los de una persona que ha corrido una hora; pues, al igual que los demás deportes, este exige reglas, conocimientos y competencia.

Aunque el desarrollo y el cambio de la ciudad no se pueden controlar, muchos de los jugadores recuerdan sus primeros torneos y lugares que se han desvanecido, gracias al afán de la cotidianidad y a la feroz hambre del asfalto.

Uno de esos lugares que han hecho un pacto con el diablo y con el tiempo es el Club Lasker, una casa para los aficionados a este deporte. Son dos pisos llenos de mesas decoradas con el significativo tablero, relojes antiguos de madera y también electrónicos, fichas que representan el arte de la guerra y, en especial, la agilidad y la disposición de los aficionados.

¡La batalla comienza! Cada rival está en su lugar, a la espera del movimiento adversario, con los ojos fijos sobre el campo de batalla y su cerebro maquinando estrategias para no ser sorprendido con la jugada de su contrincante. El aliento pausado y los pensamientos taciturnos de los espectadores controlan un ambiente de concentración, experiencia y expectativa.

Es el momento del primer movimiento. Una de las blancas arremete con dos pasos firmes y seguros. Esta ficha belicosa e imponente es un peón que, como en las historias de luchas sociales, es la primera figura que sale a batallar, seguida del útil caballo que rebasa a sus adversarios ante la mirada atónita de los espectadores.

El ambiente de una Bogotá antigua y el denso olor amaderado cautivan el ambiente del segundo piso del club. Un constante sonido emitido por las manecillas de un pequeño reloj de madera son interrumpidas bruscamente por el movimiento de uno de los estrategas.

Un personaje moreno, de 1,80 m de estatura, con ojos oscuros, cabello apache y con un acento bastante complejo de descifrar, es el encargado de cobrar y garantizar una óptima atención a sus clientes. Andrés, un apasionado del ajedrez, afirma que se convirtió en el administrador del club por uno de los avatares más alegres de su vida. Aunque parece frío, enseguida deja ver su lado cordial y su compromiso con el club.

La reina es la única evidencia femenina del encuentro, condición que denota la segregación de género, pues se manifiesta de forma literal la relación entre ajedrez, guerra y hombre. Aunque muchos no lo creen y presentan cierta resistencia, una mujer ha llegado a desvirtuar el antropocentrismo del juego.

 

Ajedrez, ajedrez en todas partes

El ajedrez es un deporte que, a pesar de sus grandes beneficios, ha perdido valor a través del tiempo. Las guerras civiles se han dejado a un lado y, lamentablemente, la práctica de este deporte también. En la actualidad, el ajedrez desea ser nombrado, discutido y, sobre todo, jugado. Sin embargo, la ansiedad por este deporte ha llevado a maestros, docentes y estudiantes aficionados de la Universidad Central a frecuentar el Club Lasker, el lugar perfecto para medir sus conocimientos, nivel de competencia y gusto.

La Universidad ha tenido el privilegio de contar con maestros de talla internacional y estudiantes que han dejado el nombre de la institución en alto. Además, esta fue la primera institución universitaria en poseer un ajedrez de gran tamaño con fichas hechas de piedra y cemento.

Las partidas siguen en desarrollo, los triunfos y las derrotas se van acumulando. Una pantalla con un video de Nino Bravo armoniza el lugar. Sin embargo, es notorio que la música pasa a un segundo plano debido a las conversaciones y a los debates de los jugadores. Cada hora de juego tiene un valor de 1.700 pesos, pero este dinero no significa mucho para los jugadores que visitan el club a diario desde su inauguración.

Jaime Castro es vendedor de artículos de ajedrez. El dinámico señor arroja numerosos datos sobre este juego, junto a otros observadores, desde conocimientos técnicos como el número de escaques (nombre otorgado a las casillas del tablero) o los movimientos de cada ficha, hasta eventos y maestros que han logrado hacer eco en la historia del ajedrez, como Bobby Fischer, quien es considerado "el chico malo" del juego ciencia. El silencio de la ignorancia sobre estos temas es la muestra mínima de respeto por la pasión que muestran estos particulares señores que parecen extraídos de una historia "cachaca" de los años setenta. En ningún momento hay muestra alguna de irrespeto o ego en sus argumentos; al contrario, demuestran una complicidad digna de una amistad.

El club, sin duda, emana una complicidad intelectual y de gran experiencia que es muy difícil de superar. Para estos clientes, que se convierten en camaradas, el ajedrez resulta un juego y un pasatiempo que no los abandona y que, por el contrario, está siempre disponible para que abran su mente, su capacidad de elegir y de razonar.

Son las tres de la tarde y cada vez llegan más personas, pues los sábados y domingos se reúnen grandes figuras del ajedrez, amateurs (principiantes), estudiantes y hasta maestros (título obtenido por reconocimiento internacional) para enfrentarse por el primer lugar. La inscripción al torneo tiene un valor de 8.000 pesos, directamente en el club. Se inscriben 80 personas y el nivel de juego es bastante alto, en especial los sábados.

Otro personaje aún más característico y con el que todos parecen tener contacto es Miguel Santamaría, el organizador del torneo. Con gran orgullo en su mirada, divulga que el club cumple diez años realizando estos torneos; es decir, 500 certámenes, pues se realizan 50 por año. Este señor ha dedicado su vida a entrenar niños en el municipio de Soacha y resulta muy explicativo al aclarar que en los torneos solo se anotan triunfos y empates (tablas, en el argot de este deporte). El nivel de los jugadores se mide por puntaje y luego de las cuatro horas de juego se conoce el ganador. Además, siempre se juega según las reglas mundiales de la FIDE (Worl Chess Federation).

Son las cuatro de la tarde y, como todos los sábados, el torneo está a punto de comenzar. El tercer piso del club Lasker se llena de repente; muchas conversaciones y un alto grado de concentración fluye en el ambiente.

Esta práctica sintetiza la vida misma, que reúne las mil y una posibilidades de afrontar un camino, pues, como afirma Emmanuel Lasker, ajedrecista al cual el club le debe su nombre, "en el tablero de ajedrez luchan personas y no figuras"

Del café a la academia

En la Universidad Central, el ajedrez es algo más que un juego. Allí, sus estudiantes se apoderan de las tablas y convierten esta tradición en un estilo de vida para jóvenes, lejos de ese imaginario de que es un deporte exclusivo de mayores y eruditos. Practicar el ajedrez es rescatar todo lo que la costumbre ajedrecista implica. Como lo expresa el maestro Sergio González Ochoa, los cafés dejaron de ser un escondrijo para los amantes del ajedrez, para buscar nuevos lugares en donde practicarlo y relacionarse con quienes comparten la pasión por los peones y caballos.

Es así como la Universidad Central se viste de cuadros negros y blancos para incentivar este deporte en su comunidad. De acuerdo con González Ochoa, practicar el ajedrez es fundamental para desarrollar competencias analíticas, críticas y competitivas que son fundamentales para un buen desempeño académico. Por ejemplo, sería clave en una educación para niños hiperactivos y para el proceso de enseñanza en general, porque estimula la capacidad de reflexión y el fin de esta es hacer de la sociedad un mundo mejor por medio del análisis y la trascendencia. Saberse mover con destreza por los escaques del tablero es una habilidad que puede aportar mucho a todas las carreras que ofrece la universidad.

Dichos esfuerzos por incentivar la cultura ajedrecista han rendido frutos. Miguel Cuéllar Gacharná, quien estuvo vinculado a la Central, fue un maestro de referencia para el ajedrez en Colombia. En las instalaciones de la Sede Centro se ha generado el mejor ambiente para los aficionados al tablero de cuadros: en una sala especial, equipada con todo lo necesario para rondas profesionales, se baten a duelo los jóvenes más destacados en el ajedrez.

La comunidad unicentralista se está preparando cada vez más para llevar el ajedrez a otro nivel. Es importante que en el país se adelante este tipo de iniciativas con deportes alternativos, ya que la cultura deportiva en Colombia no va más allá del fútbol. Realmente, la Universidad Central vive la experiencia del ajedrez desde la A hasta la Z.

 

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