Jorge Drexler y su "don de fluir" en Colombia

Jorge Drexler y su "don de fluir" en Colombia

Hablamos de las guerras en el mundo, de las FARC, de la fama y hasta de fútbol. Un hombre profundamente humano que supera, incluso, al excepcional músico.

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septiembre 15, 2014
Jorge Drexler y su

“Esta nunca va a ser una entrevista normal, te lo advierto” me dijo antes que yo sacara el dispositivo para grabar.  Desde  los primeros minutos del encuentro,  Drexler demostró ser un curioso crónico: quería hablar de Colombia, donde grabó parte de su último disco seducido por nuestras raíces musicales, de las “cosas buenas que están pasando en el país” y entender más “del conflicto que lo atraviesa”.

“Te voy a llevar a un lugar que no es el más sofisticado pero que trabaja con productos que compran directamente a los campesinos” le expliqué,  “me encanta” dijo con sincera emoción y después de saludar a Esneider el conductor del taxi en que lo recogí y a  Enrique el fotógrafo emprendimos la ruta al restaurante.

Minutos después, en medio del trancón de Bogotá,   habló de otros conflictos que golpean el mundo, mencionó la situación en Irak, en Siria y preguntó mi opinión sobre Gaza y Palestina; lanzó preguntas al aire sobre la guerra y la paz. Cada minuto que pasaba me sorprendía más esa intensa mezcla de curiosidad y sencillez. Comencé a entender entonces las inquietudes que, como lo demuestran sus canciones,  lo han conmovido, durante 10 discos  y decenas de premios internacionales, hasta la más  creadora  inspiración.

El trancón sirvió para que me contara un poco de sus raíces judías- alemanas (por parte de su papá) y de su mamá uruguaya.  Los dos, destacados médicos otorrino-laringólogos. La misma profesión que con éxito comenzó a ejercer Jorge Drexler, si no hubiera decidido irse detrás de Joaquin Sabina a probar suerte con la música. “De mis  primeros discos se vendieron 33 unidades en cassette y 31 eran personas conocidas” dijo entre risas. “Me banqué 10 años antes  de que comenzara a irme bien”

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Crédito foto: Enrique Trheebilcock Olmos

Habló también del agradecimiento infinito que le tiene a Bolivia por haber recibido a su abuelo cuando escapo de la Alemania Nazi en 1939 “cuando otros países de América Latina cerraban la puerta a los judíos”.  Un agradecimiento que le dio el título a su último disco “Bailar en la Cueva” y a una canción dedicada a Bolivia, interpretada con Caetano Veloso.

Pero el disco, que debería ser el centro de la entrevista, salía y entraba a la conversación como si su curiosidad y sensibilidad  por el mundo, lo hubiera convertido en  un pretexto.

Coincidía que Jorge Drexler se ha cuestionado siempre sobre las  guerras y la paz y yo venía de cubrir conflictos. Demostró que “quería hablar de la condición  humana antes que de su última producción”.  “¿Y Libia?, estuviste durante la guerra en Libia?” Le dije sí, y comentó: “hoy es difícil saber si esos pueblos estaban mejor con los dictadores que con la revolución” pero añadió “es una lástima que hayan quedado en manos de extremistas”. Me impactó gratamente saber que observa, siente y habita un mundo más allá de universo de “celebridad”.

Una vez en el restaurante preguntó también sobre los comandantes de las FARC e indagó “si ellos  quieren con sinceridad reintegrarse a la sociedad”. Traté de explicarle que era una pregunta de difícil respuesta pues como dice su canción “la vida es más compleja de lo que parece”

“Podemos hablar de todo”, le dije, “entender tus discos obliga entender tus búsquedas, las cosas que te interrogan, que te conmueven”. Ese fue mi único intento infructuoso por retomar el control de las preguntas,  por traerlo de nuevo a su rol de artista promocionando su última creación. Pero Drexler demostró esa riqueza que tienen sólo los seres que son mucho más que la profesión que ejercen.

El cancionista, actor, músico, que ha cantado junto a Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, Javier Álvarez, Mercedes Sosa, Pablo Milanés, Pedro Guerra y recientemente junto a Bomba Estéreo, Anita Tijoux y Pala entre otros, que ha compuesto para galardonadas películas de cine,  se convirtió en un narrador, parecía un amigo de siempre.

“Te voy a contar una parábola para explicarte mi relación con el baile” me respondió “cuando terminó mi más reciente concierto en Tel Aviv pedí que me llevaran a un lugar que no fuera la típica de Dinzegoff Street. Quería algo distinto. Y me llevaron al Hannah Loulou un bar gay en Yafo donde convergen Israelíes y palestinos”

Mencionó que “Se tiene que ser muy valiente para fundar un bar gay en una ciudad árabe. Con tanto extremista religioso (…)” “de repente estaba en un espacio donde confluyen los gays judíos y árabes, sin duda muchos rechazados por sus propias sociedades, llegan allí y desafían esa marginalidad (…) sucede lo mismo con lugares donde llegan madres árabes y las israelíes a llorar a sus hijos muertos, a entender que más allá de los prejuicios prevalecen el dolor y  la experiencia humana”.

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Crédito foto: Enrique Trheebilcock Olmos

Fue en ese momento cuando me contó su profundo amor por Isarel, “un amor que no está exento de críticas a la política de ocupación” y su acérrima convicción de que “la que paz en el  Medio Oriente y en cualquier lugar del mundo sólo es posible cuando  aceptemos  al otro como igual”.

Volviendo al bar y al baile, dijo, “habían dos Deejay  uno árabe y un isaraelí. La música sonaba en todos los idiomas: Griego, turco, egipcio o isrelí. Mientras bailaba me embriagó una emoción gigante, hasta las lágrimas  y sentí en medio de esos valientes, que estaba en el  futuro, en el mundo que soñamos”.  Añadió  “fue muy conmovedor experimentar cómo el mundo se arregla también en la pista de baile…o en la cama, en la más profunda intimidad de dos personas de pueblos matan entre sí,  son  esos sentimientos, tan humanos, mucho más fuertes que los prejuicios creados, que los odios alimentados”

Hablamos también de futbol. Le gusta jugarlo, “de pequeño iba los fines de semana con mi padre” (…) “lo más bonito es que no tiene clase social los disfrutan todos por igual”.

Sin embargo, mencionó  que  después del último mundial tiene una relación “conflictiva con este deporte”.  Para el último mundial  compuso una canción con su hijo para la selección uruguaya  “pero después que paso lo de Suarez, (jugador que mordió un contendor italiano y fue sancionado por la FIFA), sentí que mi país reaccionó de una manera muy  desafortunada, inclusive Mujica”. Según dice “es una de las pocas veces que discrepé con el Presidente a quien conozco personalmente y admiro de forma sincera” (…)  “Pero me di cuenta que el fútbol se mueve en un entorno supremamente viciado”.

Y hablando de fútbol mencionó su trabajo con Shakira, habló, de algunas letras en las que han colaborado y del Waka Waka, donde persuadió a la artista colombiana para que en esa primera estrofa en español fuera un llamado a la paz “como sucedía en la olimpiada griegas”.  Contó Drexler, que “cuando habían olímpicos las batallas se suspendían para que las delegaciones de deportistas pudieran pasar y dar inicio a los juegos”. Es así como en  la primera cuarteta terminó recitando  “se abren las puertas, caen las murallas,  va a comenzar la única justa de las batallas”.

Volvió a indagar por el conflicto en Colombia. Fue cuando le conté  que una de mis  frases favoritas de sus canciones es  la que dice que “la guerra y la vanidad comen en la misma mesa”.  Hablamos sobre la película documental que actualmente dirijo. Le conté que más allá de emitir juicios de valor, busca tratar de entender las razones y orígenes de la violencia que han generado  todos los bandos del conflicto.

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Crédito foto: Enrique Trheebilcock Olmos

Fue entonces cuando mencionó una canción a la que Pablo, su  hijo de 17 años, le compuso la música. “Esta apenas en proceso” aclaró y paso seguido, tarareó espontáneamente el coro “no hay ningún fin que justifique cualquier medio”. Me ericé. Fue uno de los momentos más bonitos del encuentro.  Le pedí que la cantara en alguno de los conciertos en Colombia. “sólo faltan dos,  el de hoy en Bogotá y el de mañana en Medellín, no sé si alcanzo a tenerla”.

Le pregunté sobre el poder que da la fama. Sobre los caminos por él explorados para “mantener la sencillez y los pies en la tierra”.  Me contó que en Madrid lleva una vida simple, anda en bicicleta, que rehúsa encerrarse en las salas VIP de bares y restaurantes “pues me gusta estar donde está la gente de verdad”. Prefiere tener admiradores de su trabajo que fans “pues al mundo le han hecho mucho daño los fanatismos” y que cree más en el reconocimiento que  en el éxito.

Toqué el tema de sus premios. Más allá del famoso Oscar de la Academia yo no había logrado memorizar todos los reconocimientos que ha obtenido. Los confundí torpemente. Poco le importó. Procedió a hacer una reflexión profunda sobre “el éxito” “los peligros de la fama” y el sentido del poder.

“Cuando sucede un cataclismo mediático como sucedió con el Oscar, se impregnan todas esas esferas de la existencia”. Drexler define su mundo en cuatro círculos concéntricos  “El mundo mediático, el círculo laboral, el circulo artístico, (‘pues las canciones para mí son una disciplina en la que busco la excelencia’) y el mundo personal y familiar” (...) “Pero depende de ti utilizar ese poder a favor de tu carrera o de tu entorno”. “Como médico, cuando hacía turnos de urgencias,  vi con claridad  las posibilidades del poder” (…) “He visto colegas usarlo con arrogancia o con  compasión.  Y he visto la grandeza que hay en utilizarlo con honestidad a favor de los otros”.

Habían pasado casi cuatro horas me había hablado con evidente admiración  de su esposa, Leonor Watling, actriz y cantante del grupo Marlango y con mucho más orgullo que con el que exhibió el Oscar,  me había mostrado en su Iphone fotos de sus tres hijos: Pablo Luca y Leah.

Me di cuenta que habíamos hablado poco de los que veríamos  en el concierto. Le dije la verdad: “No conozco tu último trabajo, entiendo que te veremos explorar el cuerpo y bailar.  Y te confieso que  lo que a muchos nos seducía de Drexler, el artista, era esa mezcla perfecta de sencillez y  misterio que hay  en la serenidad y la quietud cuando se combina con talento”.  Para eclipsar el escenario, era  suficiente “tu guitarra y tu  voz”, le dije.

“Las trampas del ego son siempre nuevas" respondió.  "Lo que un momento era una especie de innovación personal se vuelve una costumbre con el paso del tiempo”. Fue enfático al afirmar: “soy un enemigo del piloto automático. Ese que viste en concierto hace cinco años, muy íntimo, con su guitarra, una lamparita y con un aire intelectual, cambió.  Aún soy algo de eso, pero soy también otras cosas que voy descubriendo con el paso del tiempo. Los seres humanos somos entes dinámicos, entidades cambiantes y volverse rígido es ir contra la misma naturaleza de la vida” (…) sentí ganas de bailar, y hay veces bailo mal. Siempre con alegría.  Me cuesta hacerlo en el escenario, pero el baile me saca de mi zona de confort  y eso me gusta, nada te enseña más que el cambio”.

Llego la hora del concierto y yo, como dice su canción  “solo quería verlo bailar”. Drexler y sus músicos inundaron, desde la primera canción, el espacio de poesía ritmo y movimiento. El fabuloso conversador de la tarde se transformó en un derroche de arte y talento. Hizo cantar, bailar y conmovió al público.  Un showman inigualable que puso a navegar a sus seguidores en una multiplicidad de sentimientos.

De pronto un silencio y la canción que le  había pedido dedicarle a los armados legales e ilegales en Colombia.  “el fin y el medio” fue el regalo de la noche. El silencio fue interrumpido por emotivos aplausos.

En el maravilloso concierto Drexler demostró “que todo se transforma”

Él no es la excepción.  Llegó la última canción del repertorio con el que el público lo acompaño a gritos  “Me haces bien”. Los asistentes estaban eufóricamente felices.  “Gracias Bogotá”  dijo y al partir sólo quedaba una frase en el ambiente: fuiste tú, Jorge Drexler, “quien nos hizo tanto bien”.

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