Nunca la elección de un presidente en Estados Unidos había despertado tantas expectativas en el mundo. Donald Trump logró elevar a la enésima potencia el morbo político en todo el planeta. Europa se encontraba paranoica. China tomaba todos los días diazepam. El Oriente Medio alistaba lomotil. Israel cruzaba los dedos. Rusia se preparaba para celebrar. Corea del Norte reía mientras disponía de la fecha para su próxima demostración nuclear. Latinoamérica se comía las uñas.
El republicano ha superado los 68 millones de votos y Biden pasa la barrera de los 71 millones, y tiene asegurados ya, por lo menos, los 270 votos electorales para ser proclamado presidente.
Con un país tan equilibradamente polarizado el panorama no pinta color de rosas. Donald Trump ha demostrado que está dispuesto a todo. Su lenguaje es agresivo y pendenciero como el de cualquier dictador bananero. Con una jerga vulgar y tosca asegura que los demócratas le quieren robar las elecciones y pide recuento de votos en tres estado claves.
Respaldado además por un Partido Republicano cómplice que ha guardado silencio, fortalecido tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes, por los grupos de supremacía blanca, por el KKK, por los evangelistas y grupos religiosos, por la poderosa Asociación Nacional del Rifle y por toda una inmensa extrema derecha concebida, criada y desarrollada durante su gobierno, Trump, seguramente no va a estar dispuesto a pasar a la reserva como tradicionalmente lo han hecho sus antecesores. Jamás reconocerá su derrota, su arrogancia y soberbia acabarán por socavar toda tradición honorable y ética sobre la que descansan los valores de la primera democracia del mundo. El fanatismo político es a menudo el abrebocas para el quiebre institucional del Estado de derecho y Trump está preparado para ser la piedra en el zapato de Biden.
Le deseo la mejor de las suertes al presidente John Biden. Políticamente lo recibe un Senado que hará cuanto esté a su alcance para obstruir su labor. Recibe un país devastado por una pandemia que ha contagiado a casi 10 millones de personas y causado 250.000 muertes, muchos de estos por incapacidad económica para acceder a los costosos sistemas de salud, 40 millones de personas que viven bajo la línea de pobreza y una tasa de desempleo del 10%. Son grandes problemas que tendrá que enfrentar, pero sin lugar a dudas, el mayor de ellos será el de apagar fuegos, apaciguar ánimos y unir de nuevo a todos los norteamericanos, tal como tuvo que hacerlo Andrew Johnson, otro demócrata, tras la guerra de secesión en 1865. La grandeza de América que tanto ha pregonado Trump se ha derrumbado ante los ojos atónitos del mundo.
