De verdad, lo de Álvaro Uribe y Roy Barreras es como para camisa de fuerza, o más bien de rayas en cualquier lugar serio. Sin escarbar mucho, los referendos inevitablemente fracasados y de finalidad electorera como los que proponen, el primero dizque para cambiar la Jurisdicción Especial de Paz, y el otro con la quimera de revocar al presidente, generalmente le cuestan al país cosas infames como menos bibliotecas públicas, peores alimentaciones escolares, un día interminable de hambre para miles, así como varias reformas tributarias amasadas para tapar el hueco y sepultar a los más pobres.
Es que tirarse —y pocas veces más oportuno el término— la fanfarronada de movilizar la maquinaria de un par de referendos para captar alianzas, distraer debates personales o modificar lo indecible, es el colmo de la extravagancia, un disparo al viento en extremo inoportuno y narcisista. Y todo esto sin contabilizar los muertos que el encono político deja regados en el camino.
Naturalmente, el millonario costo económico y social de las consultas diseñadas de polvo por estos dos ejemplares insaciables que exudan politiquería desde su lujosa morada, no lo solventarán ellos sacando plata del bolsillo, ni sus allegados de alianzas clientelistas, ni sus aduladores en el Congreso y el gobierno, pues su pensión, los privilegios conquistados en la vida pública o su salario resultan más que sagrados.
________________________________________________________________________________
Un referendo por baboso o inservible que resulte cuesta muy caro y se cubre con el erario, esa caja registradora alimentada de los impuestos que pagamos
________________________________________________________________________________
En lo que alcancemos a recordar vivencialmente, tal vez este país nunca haya estado tan taciturno, tan deshilachado y equívoco. Sin embargo, de llegar a concretarse semejante disparate de fines perceptiblemente personales, acudiremos a pagarlo todos moneda a moneda; y entre todos los peor librados serán los de siempre, los pobres, los que ya están quebrados, los enfermos, quienes perdieron el trabajo, aquellos que debieron sacar hijos del colegio, o los que se vieron obligados a cerrar empresas o pequeñas tiendas. Dicho rudamente, solventan la cuenta y con intereses los más jodidos, porque un referendo por baboso o inservible que resulte cuesta muy caro y se cubre con el erario, esa caja registradora alimentada de los impuestos que pagamos y que no cesa de ser activamente saqueada de múltiples maneras, incluida esta tan novedosa, por los politiqueros.
No hay derecho: ambos, más que un referendo sobre cosas públicas que saben inmodificables como la JEP o como la permanencia del presidente en un país presidencialista, necesitan revalidar sus egos en forma plebiscitaria; anhelan una especie de “like” al respecto de sus insatisfacciones personales y delirios de presencia, un nuevo monumento erigido con piel de todos para conmemorar su vida política a la que consideran sin ruborizarse la vida misma de la sociedad.
Narciso enamorado de su propia imagen terminó suicidándose. A diferencia, el engreimiento de este par de abusivos terminaría azotando más a un país que hace rato se hunde y pide auxilio.
