Este acto bochornoso es en parte consecuencia de que en Colombia no se respete el Estado laico y aconfesional.
Era de esperarse. En el país del sagrado corazón, pocas cosas tan vergonzosas como la protesta que un puñado de fanáticos católicos protagonizó el fin de semana por la decisión de convertir el oratorio del aeropuerto El Dorado en uno neutral, abierto a todas las religiones.
Qué pensaría un musulmán o un judío o un hinduista o un budista recién llegado a la terminal aérea, con ganas de agradecer un feliz aterrizaje a su respectivo dios, al toparse con esa ridícula manifestación, en la que energúmenos esgrimían crucifijos cual espadas de cruzados tratando de imponer a la fuerza una religión católica que ingenuamente creen única.
Con qué ojos voltearía a mirar a esos miopes que no ven más allá de sus narices y creen que el mundo empieza y termina no ya en Colombia, donde en realidad hay muchos credos, sino en su limitada cabeza.
Este acto bochornoso a ojos de propios y extraños es en parte consecuencia de que en Colombia no se respete el Estado laico y aconfesional y quieran meter religión a los ciudadanos desde la escuela y hasta en la sopa, en lugar de más ciencia y un conocimiento más razonado del mundo.
A los ojos de los no creyentes, entre los cuales por fortuna me incluyo, ese intento de sabotaje de cruzados contemporáneos es aún más vergonzoso. Dan de verdad ganas de recordar a esos extremistas que su dios ni siquiera existe, que es un invento del hombre nacido más del temor y la superstición que de la razón.
Pero obviamente, en su ignorancia, eso mucho menos lo entenderían.
