En 2007, unos días antes de las elecciones a la alcaldía, cayeron en la ciudad de Cartagena una seguidilla de aguaceros que recrudecieron viejos males. La hostilidad de la urbe se acrecentó y la cotidianidad azarosa de siempre convirtió cada instante en una desgracia.
Las elecciones tenían dos contendores: Juan Carlos Gossaín y Judith Pinedo. Gossaín era favorito. Candidato del alcalde de ese momento, Nicolás Curi, cuya historia es tan nefasta como una seguidilla de aguaceros. Su adversaria, Judith Pinedo, quien se presentaba como la renovación, apoyada por la burguesía empresarial y ciertas familias de la más farsa tradición colonial.
El 28 de octubre de aquel año, día de la elección, la lluvia no cesó. Las calles acumulaban aguas alcantarilladas que expelían un aire asfixiante propio de ciudades de leyenda como Coprópolis.
Los huecos en las vías se ensancharon. El transporte (siempre caótico), de aquel entonces, colapsó (se le cree) por los rompimientos del Transcaribe. La oscuridad del cielo daba a la urbe un aspecto fúnebre. El ánimo de los cartageneros, reducido por un paisaje grisáceo, decidió castigar al candidato de “Nicoladas Curi” y votar por Judith Pinedo.
Se escucharon los discursos triunfalistas de Pinedo, y los silencios de Gossaín ante su derrota. Hoy está claro que en aquellos días, la lluvia de varios días fue limpiando alfombras y mostró una ciudad más caótica, más descuidada.
Han pasado ocho años de aquel triunfo de la lluvia, y las primeras aguas caídas sobre Cartagena (esta semana) revelaron los mismos problemas de aquel entonces. Se suman, eso sí, nuevas megaobras que desbancaron a las alcantarillas rebosantes, las concentraciones acuíferas en intersecciones viales, o la poética comparación de la ciudad amurallada con la Venecia de góndolas y castillos medievales, para dar paso a las cascadas (¿filtración?) al interior del recién inaugurado túnel de Crespo, o las piscinas que lo circundaron, como si se tratara de cultivos de ostras, jaibas y camarones a orillas del mar de Marbella (la idea no es mala).
Los voceros del consorcio Vía al Mar que construyó la obra, usan una semántica elaborada propia de ingenieros del lenguaje. En respuesta a los medios, aseguraron que se trata de “imperfecciones en las juntas”, que no hay averías (imperfecciones), ni riesgos estructurales (vaya, vaya…) y se descarta que la obra vaya a colapsar (se descarta). Es decir, el control es omnímodo.
Las “filtraciones” o cascadas que cayeron en su interior,
ocurrieron meses antes de su apertura,
y el consorcio anunció la corrección de los “desperfectos” (la palabra es de ellos).
Las “filtraciones” o cascadas que cayeron en su interior, ocurrieron meses antes de su apertura, y el consorcio anunció la corrección de los “desperfectos” (la palabra es de ellos). ¿Será que son los mismos que van a contratarán para corregir las cascadas?
Esa suma de imperfecciones, excusas y eufemismos de compleja ingeniería civil fueron inaugurados hace una semana por el ´presidente (Santos), lo que avala el compromiso de la Nación con la obra ¿Harán algo? La Agencia Nacional de Infraestructura, ANI, contratante de la obra, conceptúo palabras más palabras menos, que eso no era nada. Bastarán entonces una parchecitos.
Mientras tanto, a los usuarios del túnel les caen cascadas de agua lluvia a su paso, y los autos que transitan por debajo del puente lo hacen atravesando un complejo y turbio sistema cenagoso que es un aporte inédito al paisaje pluvial ya existente en la “La fantástica”.
El túnel, el puente, las nuevas vías y un parque que nadie usa, esperan. Se anuncian nuevas lluvias.
