Estamos en un mundo hecho para diestros, yo mismo hago parte del 90 % de pobladores del mundo que somos así; por eso las tijeras y los pupitres están hechos para las personas que usamos preferentemente nuestro lado derecho; no es un antojo que sepamos la respuesta a la pregunta: ¿Dónde está el baño? “Al fondo a la derecha”. Esto supone un sufrimiento adaptativo para ese 10 % restante que parece ir contracorriente; no me refiero a posturas políticas de extremos que solo perjudican a la realidad nacional, sino a las personas que como Da Vinci, Miguel Ángel, Marie Curie o Rafael Nadal han tenido que adaptarse a las contrariedades que les presenta su tipo de lateralidad.
Hoy sabemos que no se trata de personas más o menos inteligentes, sino de una construcción al parecer medular y genética que determina su destreza en manos, piernas, oído y ojo izquierdo desde el período prenatal. Esta condición es aceptada en la mayoría de escenarios clínicos, educativos, deportivos y sociales, no obstante, todavía se presentan dificultades al brindar apoyo y acompañamiento a los zurdos, de ahí que sea importante hacer algunas consideraciones sobre el modo en que podemos apoyarlos desde casa y en todos los demás escenarios, pues al fin de cuentas, ellos tienen que escribir en cuadernos argollados, cortar siluetas y manejar mouse para derechos.
La regla de oro en este caso es no contrariar la disposición natural de usar la mano izquierda, incluso pensando que hacemos bien con tal corrección. La verdad es que la intención debe ser la de ayudar al niño o niña a aumentar su capacidad de forma gradual y natural, pretendiendo el desarrollo de habilidades sin mortificar ni resaltar las dificultades que pudieran presentarse. Con la dominancia de la parte izquierda que se define en el uso de las manos y los pies aproximadamente a los 5 o 6 años, se culmina un proceso de construcción que se da mucho antes cuando el niño juega con sus juguetes, o toma un vaso de jugo hacia el segundo año de vida.
Asumiendo que el mundo está construido de acuerdo a los parámetros de la mayoría, ir contracorriente es un aspecto que favorece los procesos psicoeducativos para generar motivación y autonomía en la personalidad que se está construyendo. Por esto la imposición y la obligación al intentar cambiar el patrón de lateralidad puede constituir prácticas que determinen un bajo rendimiento escolar, alteraciones académicas y una falta de interés por las habilidades lectoescriturales. Recordemos que las páginas de un libro en nuestro idioma se pasan de derecha a izquierda.
Educar la lateralidad es una forma de combatir el problema que subyace a un mal proceso formativo en este sentido: el problema de la inseguridad que nace al sentirnos inferiores o incapaces, un verdadero fantasma del aprendizaje. Al usar implementos diferenciales como el lápiz triangular o la regla para zurdos, la consigna debe ser comprensiva y fundada en la capacidad del menor, de tal manera que su dificultad pueda abordarse desde un sistema que anime, genere interés y le otorgue alas para la expresión de sentimientos que conlleven a la dedicación. Ilusionar es una garantía para aquellos que hacen diferente los procesos, en tanto podamos asumir que ellos (los zurdos) deben enfrentar situaciones e incomodidades distintas a las de sus compañeros diestros.
Son zurdos, no siniestros; su acción tan solo se ve al revés para aquel que no comprende la diferencia perceptiva. Ellos pueden hacer muy bien su trabajo si se les enseña cómo hacerlo, es la enorme necesidad de trabajar la motricidad fina a temprana edad para que sean todo aquello que pueden ser.
