Hace más de 18 meses que Iván Duque ejerce el poder en Colombia, mal o bien es opinión de cada quien, sin embargo, no es esto lo que intento traer a colación. El 17 de junio de 2018, además de estar bajo una polarización desproporcionada, teníamos que tomar la decisión más compleja en la historia política del país. En ese momento Duque y Petro libraban una batalla emocionante por la presidencia. Era una de esas disputas políticas que pocas veces se ven en nuestro país, estaba como para alquilar balcón. Ahí apareció la figura de la discordia, Sergio Fajardo, quien muchos creímos que por su tendencia a la centroizquierda más que por una cuestión partidista iba a apoyar a Petro y con ello lograr el margen de votos para derrotar la maquinaria de Duque-Uribe o viceversa, eso lo dejo a consideración del lector.
Ahora, haciendo un cambio de frente a la actualidad pero sin perder el contexto, se puede ver un panorama del 2022 un poco distinto o quizás muy distinto: Alejandro Char podría llegar a una segunda vuelta con Fajardo, o la otra opción, aunque con uribismo debilitado pero nunca derrotado, sería la pseudoprecandidata Paola Holguín. Gustavo Petro también tendría posibilidades, aunque vale decir que hoy no tiene la misma fuerza que ese 17 de junio.
Como están las cosas, algo seguro es que Fajardo irá a una segunda vuelta con cualquiera de los anteriormente nombrados, aunque las elecciones regionales ya nos den un adelanto de lo que será esa contienda en el 2022. Ahora bien, ¿los que votamos por Petro estaríamos dispuestos a tragarnos el sapo que Fajardo no quiso (esto en el caso de que Petro no supere la primera vuelta)?, ¿estarán dispuestos en la costa a votar a Petro o Fajardo?, ¿seguiremos mostrando una neutralidad que en política es dañina, una centralidad partidista en un momento donde los partidos políticos están completamente deslegitimados?, ¿será que Colombia está destinada a la tibieza?
