Sea elegante, no fume

Sea elegante, no fume

Durante el siglo XX fue signo de elegancia en el cine, la televisión y las costumbres sociales fumar. Hoy no, fumar es signo de ignorancia, descuido personal e irresponsabilidad social

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junio 17, 2019
Sea elegante, no fume

Hubiera querido volver a publicar el siguiente texto (escrito hace unos pocos años para una revista médica con cuidadosas citas bibliográficas) el 30 de mayo pasado cuando se celebró el Día Mundial sin Tabaco, pero se me pasó el día.  Pues de todos los cambios que podemos hacer en nuestro estilo de vida quizás el más importante es dejar de fumar.  Es difícil pero tremendamente importante.

A pesar de la insistencia médica en esa medida preventiva una proporción significativa de la población mundial sigue fumando.  Y los gastos que esa minoría de ciudadanos producen se traspasan a toda la sociedad a través del sistema de salud. Hace varias décadas podía parecer elegante fumar pero ese costoso hábito parece prevalecer en poblaciones pobres con mala educación de diversos países.  En los EEUU. por ejemplo el fumar es más frecuente en los llamados cruelmente White Trash, “Basura Blanca” o norteamericanos pobres sin educación superior de los estados del sur.  Y quienes, hay que decirlo, votaron mayoritariamente por Trump. No sé si en nuestro país se han hecho estudios similares de prevalencia del tabaquismo en ciertas minorías sociales pero, en todo caso, sea elegante: ¡no fume!  Dicho esto aquí va el artículo publicado hace unos años que repasa la historia de este abominable y peligroso hábito:

Hace algo más de cinco años una sobrina mía quien vive en New Jersey nos llevó con mi esposa a los Jardines Duke cerca de la universidad de Princeton. Yo no soy aficionado a los jardines ni a la horticultura pero no he conocido un sitio más bello.  Me alegra haberlos visitado porque en 2008 fueron cerrados y desmontados. Ellos fueron creados por la célebre heredera Doris Duke, tercera esposa de Porfirio Rubirosa el emblemático “latin lover”, en honor de su padre James Buchanan Duke. Este último caballero fue el causante de 100 millones de muertos durante el siglo XX (1) sobrepasando a Hitler o Stalin como el asesino más grande de la pasada centuria.  Los mencionados jardines demuestran, quizás trivialmente, lo que afirmó el filósofo Walter Benjamín: “nunca hubo un monumento de cultura que no fuese también un monumento de barbarie”.

 “Buck” Duke, padre de Doris, es el inventor del cigarrillo moderno.  A finales del siglo XIX este astuto fabricante entró al mercado del tabaco preparado para fumar instantáneamente (sin tener que enrollar en papelillos o cortar las puntas del cigarro) con la producción automatizada de cigarrillos.  Si una cigarrera como Carmen la de la ópera de Bizet enrollaba como máximo 200 al día, la máquina que él perfeccionó producía 120,000 “cigarritos” en el mismo tiempo.

Se llegó entonces a una sobreoferta que había que vender creando demanda para ella.  La solución fue el mercadeo y propaganda de cigarrillos. Se colocaron en restaurantes, bares y cigarrerías de todos los barrios haciéndolos así parte importante del período de descanso y comida del trabajador.

Y aunque en principio fueron asociados a la mujer de moral libre (“Fumar es un placer genial, sensual. Fumando espero al hombre que yo quiero…” cantaría luego Sarita Montiel) en un golpe de publicidad se transformaron sutilmente en símbolos de liberación femenina.  A finales de los años veinte ya se contrataban mujeres jóvenes que marchaban en desfiles empuñando sus antorchas de la libertad, los cigarrillos.

Durante las dos guerras mundiales se repartieron a cientos de miles de soldados cigarrillos como parte de la ración diaria de alimentación.  En la inmediata post-guerra los paquetes de Camel y Lucky Strike eran la moneda de intercambio más usada en Europa. Con todas estas maniobras de publicidad el señor Duke y sus socios han causado como dijimos arriba más de 100 millones de muertos en el mundo.

 ¿Cómo llegó al tabaco a dominar de tal forma la mente humana?.  El 15 de octubre de 1492 se le ofreció a Cristóbal Colón por parte de aborígenes americanos un atado de hojas secas de tabaco.  Un mes más tarde dos de sus marineros reportaron haber visto en el interior de Cuba habitantes de esa isla aspirando el humo de esas hojas.  Como parte del intercambio colombino (2) Europa se enteró del supuesto poder medicinal y uso por chamanes del tabaco. Tras múltiples menciones de cronistas el embajador francés en Lisboa, Nicot, envió a la reina Catalina de Francia hojas de la planta.  De ahí viene el nombre nicotina y alguno sugirió que podría haberse llamado “medicina” por Catalina de Médicis, lo que sería más apropiado a su uso original. A finales del siglo XVI ya los chinos habían introducido el tabaco en Mongolia y Siberia Oriental dando éste la vuelta al mundo en menos de un siglo.  Pero podríamos interrogarnos sobre el porqué de la popularización del tabaco comparado con la coca que también ocupaba un nicho similar en la farmacopea del Nuevo Mundo.

Goodman, un historiador del tabaco (3) ofrece diversas respuestas.  El uso del tabaco era más amplio geográficamente (todo el continente americano) que el de la coca (básicamente el imperio incaico).  Además el tabaco produce una moderada excitabilidad seguida de sentimientos de relajación y la coca lleva a euforia y disforia más acentuadas.  Pero hay una razón que nos lleva de vuelta a la estrategia mercantil de Duke. El tabaco se introdujo en Europa de corte en corte por médicos y eruditos.  La cocaína no. Su uso entonces se extendió a la masa de la población desde las clases ricas como un artículo de moda y lujo. La coca por el contrario se asoció siempre a indios pobres del altiplano quienes la usaban para disminuir hambre, sed y cansancio.  Desde el comienzo entonces el tabaco fue bien mercadeado, como se dice ahora.

En estos esfuerzos propagandísticos participamos los profesionales de la medicina.  En el siglo XVI se presentó el tabaco como una panacea. En el siglo XX se ofreció a veces como cura para el asma.  Con cierta dificultad fuimos reconociendo sus efectos deletéreos para la salud. Apenas en los años sesenta del siglo pasado se reconoció su asociación con el cáncer pulmonar.  Aunque ya el científico inglés Hariot, predecesor de Galileo en la observación de la luna a través del telescopio, quien acompañó en 1585 los primeros colonos ingleses a América del Norte, se volvió adicto al tabaco y murió de cáncer de labios y nasofaringe.  Hoy todavía se encuentran médicos fumadores lo que ejemplifica escandalosa ceguera histórica. Entonces, en conclusión, “Buck” Duke, el homenajeado en los jardines, no es el único culpable de esos cien millones de muertos durante el último siglo. Los hombres de ciencia no advertimos a la sociedad del peligro.  De ahí que hoy apoyemos el día, y la vida, mundial sin tabaco el 30 de mayo.

  1. Smoker in Chief.  Magazine de BBC News Service (13 de noviembre, 2012)
  2. Alfred W. Crosby Jr. The Columbian Exchange: Biological and Cultural Consequences of 1492, 30th Anniversary Edition (Praeger, Wesport and London, 2003)
  3. Jordan Goodman.  Tobacco in History, The cultures of dependence.  (Routledge, London and New York, 1993)
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