Qué espectáculo el de ayer en el Senado de la República. El mismo que estará en función hasta que se hunda la JEP. Un despliegue de socarronería, hipocresía, chantaje, pillaje, embustería y cochinada, del cual seguramente se sienten orgullosos, hoy 9 de noviembre, todos los uribistas más redomados y purasangres, los conservadores más añejos que Galat y los lagartos más curtidos que Galán (hijo).
Ansioso y esperando un milagro, orando que la última gota de mermelada se esparciera con afán pero con éxito, me dispuse a ver la plenaria del senado. La JEP en debate. Los h.p. (honorables parlamentarios) asistentes entran —raro en ellos— con pereza y aun vacilantes de qué hacen allí (aunque lo saben perfectamente). Es claro el ambiente de complot. Desde el primer momento se replica lo más elemental: un minuto de silencio por los desaparecidos. Esto no pinta bien y se ve al final la mano negra del Centro Democrático.
Uno tras otro el desfile de padres de la patria que sin agotamiento insisten en desangrar esta nación a la cual sin duda odian.
Pero cuando todo se ha dicho de José Obdulio, aparece en cámaras sin gafas. Sorprende que este viejito sin lentes ternura inspire inusualmente. Parece llorar arrepentido. Sube el rating. Sin embargo, todo vuelve a la normalidad y con su cinismo y marrullería defiende la centena de proposiciones que tramposamente interpone. El mismo sicario de siempre haciéndole honor a sus raíces familiares.
Y a su partido político, que dispuesto en el lugar más putrefacto del putrefacto congreso, protege en la mitad al cojón de oro. El mismo que dirige esta vergüenza de espectáculo del día y del año, el maestre de la corrupción en Colombia en los últimos 30 años. Esperar que en unos cuantos se haga homenaje a sus porquerías y su fotografía aparezca como definición de asesino y corrupto en el diccionario.
Luego de 4 horas de la mejor política rastrera de sanguijuela colombiana vista en años, y luego del griterío que terminó despertando a Gerlein, que despistaba mientras las ratas se perdían por los pasillos, el debate se levantó por falta de quorum. El cojón de oro, seguido por sus sicofantes, se dispone a descansar con la conciencia tranquilamente sucia: ha conseguido un día más de guerra, odio y muerte a los colombianos.
Pero todos saben, aquí y allá, que este acto de honrosa cobardía —algunos le llaman democracia— demuestra que si alguna vez las tuvo de oro, ahora las tiene de peluche. Todo el mundo sabe que le tiemblan, porque la JEP busca la verdad. Y en ella nunca entrará el autor intelectual de la masacre del Aro, de los falsos positivos —delitos de lesa humanidad—, o el autor material de Tomas y Jerónimo —delito de lesa naturaleza—. En ella no hay espacio para la impunidad, no a la que está acostumbrado en el país del sagrado corazón.
¿Que él no es así? Entonces que, de cara al país, Álvaro Uribe renuncie a su fuero presidencial que impide prosperen las investigaciones en su contra. Que permita se finalicen la centena de procesos que tiene pendientes, que demuestre ser el grancolombiano de todos los tiempos, el mejor presidente que Colombia jamás tenido. Que demuestre que realmente las tiene de oro o que al menos las tiene.
Ni hablar de Juan Ma, que al ver que nunca las tuvo, parece ya haber terminado extraoficialmente su gobierno. Ya espera con ansiedad sus vacaciones offshore.
