En el mundo disfuncional y enrevesado que hemos construido los humanos, lo cual se hace evidente, por ejemplo, en el alto grado de depredación de la Tierra (nuestro único hogar) y sus recursos, premiamos lo que no se debe premiar. Y el mejor ejemplo de ello es que en la mayoría de países de América Latina, incluida Colombia, las iglesias no pagan impuestos.
Es decir, además de que les permitimos seguir enajenando a miles de personas al predicar la supuesta existencia en un dios o un más allá, en lugar de que la gente se acerque más a la ciencia, que explica el mundo mucho mejor, las premiamos con la exención de impuestos. Esto explica por qué en años recientes a muchos pseudo-pastores les ha dado por crear iglesias de todo tipo, dado que es tremendo negocio del cual únicamente buscan lucrarse engañando a incautos e ignorantes.
Y esto es doblemente peligroso porque los líderes de muchas de estas iglesias de garaje han tomado partido por diferentes organizaciones políticas afines a sus creencias e incluso invitado abiertamente a sus seguidores (que no feligreses) a votar por tal o cual candidato. Esto ocurre descaradamente en Colombia, pero en Brasil, por ejemplo, también ha permitido que un tipo tan nefasto como Bolsonaro, un verdadero fanático que está alentando la destrucción del Amazonas, haya llegado al poder.
De modo que, si queremos tener democracias más sólidas y sensatas, las iglesias –tanto las grandes como las de garaje– deben empezar a pagar impuestos como una forma de desalentar los fanatismos, y destinar esos recursos a impulsar más y mejores políticas educativas y de divulgación de la ciencia, que tanta falta nos hacen en nuestros subdesarrollados países.
Ya basta de alcahuetear tributariamente a las iglesias y la enajenación que fomentan.
Premiamos lo que no se debe premiar, los fanatismos, en lugar de impulsar más y mejores políticas educativas y de divulgación de la ciencia.
