Esta semana ha sido de altas y bajas. Empecé feliz. La decisión de la Liga Nacional de Fútbol, (NFL por sus siglas en inglés) de suspender a uno de sus jugadores estrella por haber golpeado a su esposa hasta dejarla inconsciente, enviaba un mensaje muy claro: Golpear a una mujer es un acto irreparable, genera consecuencias nefastas y no debe ser aceptado por la sociedad.
Comentaba con una amiga que era un mensaje contundente y esencial para los cientos de miles de niños y jóvenes fanáticos del fútbol americano, que con seguridad estuvieron siguiendo el desarrollo de la información para conocer los destinos del famoso Ray Rice.
Un suceso vital que, pensaba yo, estaría contribuyendo a la necesidad de evitar el abuso doméstico y sacarlo a la luz en un país en donde más de 1,3 millones de personas son afectadas por este problema. De ellas 85 % son mujeres.
Pero no me duró mucho la dicha. El martes, solo unas horas después del anuncio de la NFL, Janay Rice, esposa del futbolista, salió en defensa de su marido.
En una rueda de prensa conjunta, y luego que el atleta se disculpara con el equipo, los directores de la liga y sus fans, —y sorprendentemente evitara mencionar a su esposa, la víctima—, Janay pidió perdón por su conducta en el incidente y se refirió a su pareja como un hombre amoroso y responsable. Y como si eso no fuera suficiente, publicó en Instagram un mensaje en el que culpaba a los medios por “robarle a su marido el trabajo y el esfuerzo de años en su carrera profesional”.
El abuso doméstico es una enfermedad y como en el alcoholismo y la drogadicción, no solo se afecta quien consume, si no todos a su alrededor. Las personas mas cercanas se enferman de otros males igualmente difíciles de detectar a menos que no haya una aceptación personal e individual del problema por parte de quienes los sufren. Algo que toma tiempo y mucho dolor físico, emocional y material.
La reacción de la joven hace parte del problema. A las mujeres maltratadas por sus parejas las aquejan una serie de problemas sicológicos que se relacionan con su autoestima, la manera como fueron criadas y los estereotipos y que en la mayoría de los casos logra disculpar al victimario. Es un círculo muy difícil de romper.
Es un mal muy complejo donde intervienen elementos sociales y culturales que solo son propensos al cambio con aceptación y muchas horas de ayuda profesional.
Pero los medios no se detienen en estos detalles más profundos y menos noticiosos. A pesar de que ayudan a resaltar la gravedad del asunto, se focalizan en lo que vende, que por lo general no es la solución del problema.
La NFL está como nunca antes en el paredón, aunque no es el primer caso de violencia doméstica entre sus atletas.
Según últimos reportes, desde el 2000 se han arrestado un total de 713 deportistas y de esos 85 han cometido violencia doméstica. Y en el 2013, según estadísticas, 23 de los 32 equipos de la liga tuvieron jugadores involucrados en problemas de este tipo.
Parecería existir un patrón de comportamiento, un contagio cultural propio de las características de quienes son escogidos para este tipo de actividades. Las condiciones sociales de los atletas, el ego subido de los deportistas y entrenadores, y la cultura puramente machista entre este círculo de personas, permite y de alguna manera acepta estos procederes.
La noticia, como muchas otras similares, pasará pronto.
El problema sin embargo, perdurará mientras no se logre cambiar la cultura, los estereotipos, el machismo y la falta de información que contribuyen al problema mucho más que el propio victimario.
Golpear a una mujer es un acto irreparable, genera consecuencias nefastas y no debe ser aceptado por la sociedad
P. D, En nuestro país en el 2013, y según reportaba recientemente El Colombiano “de acuerdo a estadísticas del Instituto de Medicina Legal, durante el primer semestre 15.640 mujeres fueron víctimas de violencia intrafamiliar y otras 5.545 denunciaron haber sido víctimas de abuso sexual. Se han presentado 514 homicidios y las víctimas fueron mujeres. Valle del Cauca, con 144 casos, es el departamento con mayor índice de muertes. Le siguen Antioquia, Bogotá, Atlántico, Norte de Santander y Cundinamarca”.
