Durante décadas los colombianos han sido pisoteados por administraciones políticas y oligarquías que no han hecho otra cosa que desangrar al país. Sin embargo, parece que al pueblo colombiano se le ha implantado en su memoria colectiva un chip del olvido que hace que continuemos legitimando democráticamente los atropellos económicos y sociales de los cuales somos víctimas.
Y es que no basta con enumerar el abandono estatal, la pobreza, la represión o el desplazamiento que han sufrido las minorías, campesinos y comunidades indígenas, pues a esto ahora debemos sumarle que al gobierno nacional se le ha vuelto una costumbre imponer arbitrariamente constantes reformas que están terminando por destruir la economía y el sustento de millones de familias y pequeños empresarios colombianos. ¿Pero por qué si esto no es algo nuevo, seguimos permitiendo que nos dirijan los mismos que nos han pisoteado durante años?
Se nos ha olvidado por ejemplo que durante los últimos 20 años hemos sido gobernados por una mafia que se ha apoderado del congreso y desde allí de los recursos económicos del país llevando hasta las cuerdas a los más pobres para favorecer a los grandes terratenientes y empresarios.
Por supuesto que es imposible no señalar que nuestra decadencia económica se ha orquestado en manos de figuras salvadoras y caudillos acaudalados que se han mostrado como la solución a problemas que ellos mismos han creado. O por ejemplo que nos han vendido la idea de quitar algún impuesto para meternos por detrás uno mucho más elevado.
Por ejemplo, los pronunciamientos de gremios azucareros y del comercio indican que los efectos de gravar con IVA de 19 % productos como la sal, el chocolate, las pastas, la harina de maíz y el azúcar, entre otros alimentos impactaría al 94 % de los colombianos, con especial incidencia en los de menores ingresos.
Por lo tanto, no podemos decir por ejemplo que el gobierno de Iván Duque corrió con la mala fortuna de haber administrado al país en una pandemia, y mucho menos pensar que la nueva reforma tributaria es la solución a nuestras deficiencias presupuestales. Por el contrario, hemos sido víctimas nuevamente de un plan demagógico organizado y ejecutado desde las mismas filas políticas que nos han venido imponiendo más impuestos y menos salarios.
Ahora bien, cómo en Colombia suele pasar, probablemente como pueblo indignado saldremos a marchar y mostraremos el inconformismo y la desaprobación ante semejante atropello por parte del gobierno. Pero también es cierto que como la mayoría de luchas colectivas en Colombia nuestro compromiso se irá diluyendo, quizá porque nuestro ego y nuestra falta de empatía no nos deja aceptar que nos hemos equivocado, que siempre hemos elegido mal o tal vez porque en el fondo nuestra memoria se ha impregnado de esa "astucia política" que nos lleva a terminar aceptando que vivimos bajo la sombra de una administración corrupta.
Tal vez, la crisis que se avecina nos terminará llevando al caos y la barbarie que tanto hemos negado o quizá el tiempo nos dirá si en algún momento podremos cambiar cómo país, y verdaderamente nuestra memoria hará que dejemos simplemente de maldecir a esos mismos personajes grotescos que nos quitan los recursos, y que se roban el patrimonio. O, por el contrario, la historia será siendo la misma y de manera cómica seguiremos votando por ellos cada cuatro años.
