‘Europa debería complementarse con Rusia, y no con EE.UU’

‘Europa debería complementarse con Rusia, y no con EE.UU’

El país euroasiático cuenta con un poderoso arsenal nuclear, un ejército preparado y eficiente, y grandes reservas naturales de gas y petróleo

Por: Ricardo Angoso
agosto 05, 2015
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‘Europa debería complementarse con Rusia, y no con EE.UU’
Foto: tomada de eldiarioexterior.com

Corren tiempos que recuerdan al pasado, de regreso a la guerra fría y de una nueva rivalidad entre Occidente y Rusia que no se conocía hasta ahora y que pone fin a una suerte de luna miel que el mundo había vivido tras la caída del Muro de Berlín. Para comprender lo que está pasando, en primer lugar, hay que poner sobre la mesa el hecho de que Europa, pero también los Estados Unidos, no pueden  tratar a Rusia como una potencia regional, tal como han hecho hasta ahora desde premisas erróneas.

Rusia es una superpotencia por su territorio -el país más grande del mundo-, por su economía -entre las veinte potencias con mayor Producto Interior Bruto (PIB) total-, por su demografía -noveno del mundo en población- y, finalmente, por su carácter de conexión entre Europa y Asia, entre Oriente Medio y Occidente. Es una superpotencia eurasiática que cuenta con un arsenal nuclear solo comparable al de los Estados Unidos, un ejército eficiente y preparado con más de un millón de soldados, grandes reservas naturales de gas y petróleo y una población con un nivel cultural medio y alto, o quizá más.

El final de la guerra fría, pero más concretamente la disolución de la antigua Unión Soviética, le privó a Rusia de cinco millones de kilómetros cuadrados y casi cien millones de habitantes. Pero el peso estratégico del país, que veía perder su esfera de influencia, no iba a decaer en esa parte del mundo, en parte, sobre todo, por sus ligazones económicas con estas ex repúblicas soviéticas y por la existencia de importantes minorías rusas en los nuevos países emergentes. Se calcula que hay veinte millones de rusos viviendo por fuera, de los cuales más de ocho millones viven en la actual Ucrania.

El asunto de Crimea

Crimea pertenece a Ucrania desde una fecha tan reciente como el año 1954, cuando el líder soviético Nikita Jrushchov se la "regaló" a esta república como obsequio por la eterna amistad ruso-ucraniana. Sin embargo, apenas un 25 % de la población era ucraniana y casi el 60 % pertenecía la comunidad rusa. Una vez que se produce la indepedencia de Ucrania, en 1991, muy pronto aparecieron las tensiones entre las dos comunidades y sobre todo entre las autoridades elegidas democráticamente en Crimea y el poder central ucraniano con sede en Kiev.

Los dirigentes de esta, considerada entonces República Autónoma de Crimea, en su gran mayoría, expresaron siempre su deseo por unirse a Rusia, ya que siempre la consideraron la madre patria y para ellos su identidad cultural, al margen de quien tuviera la soberanía sobre dicho territorio, era la rusa. Imperdonables errores, como tratar de imponer el ucraniano como lengua oficial en las instituciones, escuelas y universidades, crearon una gran frustración y han sido el caldo de cultivo para que, una vez se creara un vacío de poder, en el 2014, la región convocara un referéndum para consultar a la población sobre la cuestión de la independencia.

Evidentemente, el guion ya estaba escrito y la suerte, echada. Bajo la atenta mirada de Moscú, que siempre ansió este territorio donde tiene ubicada Rusia la importante y estratégica Flora del Mar Negro, con sede en el puerto de Sebastopol, el resultado fue mayoritariamente a favor de la independencia -80% de los votos- y, más tarde, las autoridades regionales optaron por la unión con la Federación Rusa. De un solo golpe, certero y rotundo, Ucrania perdía a Crimea, un territorio de 27.000 kilómetros cuadrados y más de dos millones de habitantes.

Los errores de Europa tras la guerra fría

¿Quién tenía razón? Europa, más concretamente la Unión Europea (UE), ha orientado sus posiciones políticas con respecto a Rusia en función de los lineamientos de la política exterior norteamericana y no teniendo en cuenta sus intereses estratégicos y económicos en esta crisis. Estados Unidos, desde el final de la guerra fría, apostó por extender las fronteras de la OTAN, que no deja ser una organización política y militar que defiende la supremacía norteamericana, hacia el Este de Europa y también hacia los Balcanes y el mar Báltico.

Rusia, mientras se integraban a la OTAN los tres países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia), casi todos los Balcanes y toda la Europa del Este excomunista, asistía sin ser partícipe ni protagonista al nacimiento de un nuevo orden del que quedaba al margen. Pero esta expansión hacia el Este, por parte de la OTAN y también de la UE, tenía sus límites para Moscú. La pretensión de Washington de encuadrar en un futuro en dichas organizaciones a Georgia, Moldavia y Ucrania, donde vivían significativas minorías rusas, pasó las líneas rojas que Rusia no podía ni iba a tolerar.

No olvidemos que, alentada por Estados Unidos, Georgia se lanzó, en el año 2008, a una desafortunada operación militar suicida con el fin de "recuperar" Abjasia y Osetia del Sur. El operativo, como era de prever, concluyó en un contundente fracaso y provocó una acción militar rusa que llegó a las puertas de la capital georgiana, Tiflis. Al día de hoy, de facto, esas dos pequeñas "repúblicas" pertenecen a Rusia y no se espera, al menos en el corto plazo, una solución política al desafió político que implica para Georgia la pérdida de esos dos territorios y padecer la amputación territorial impuesta por Moscú.

Estados Unidos, junto con sus sumisos socios europeos, pero sobre todo Francia y Alemania, pretendía que Ucrania, al margen de lo que pensara Rusia y sin tener en cuenta la heterogeneidad del país, fuera incluido en la Alianza Atlántica y en la UE. Una vez que había instalado en Kiev una administración cercana a sus intereses políticos, tras la salida  de la escena del prorruso Viktor Yanukóvic, los Estados Unidos expresaron su interés en la entrada de Ucrania en la OTAN, pero nunca pensó en que Rusia se opondría a esas pretensiones. Se le impuso a Ucrania el imposible dilema, por razones geográficas, de elegir entre Rusia y Europa. Ya en una fecha tan cercana como 1998, el experto norteamericano en seguridad, Zbigniew Brzezinski, escribía que el único medio de impedir que Rusia se volviera una gran potencia era sustraer a Ucrania de su influencia.

Siguiendo estas premisas e ideas básicas, que no atienden a la larga historia de Rusia como potencia imperial, los europeos cayeron en la trampa ucraniana y se aventuraron a seguir los otros designios imperiales, los de Washington, y los desastrosos resultados a la vista están. Putin en Crimea hizo prevalecer los intereses estratégicos de Rusia en el mar Negro, temiendo, sin duda, que el gobierno ucraniano no respetara el acuerdo de arrendamiento de la base naval de Sebastopol a la Federación Rusa hasta 2042.

La rusofobia mediática desplegada después por los medios europeos no tenía en cuenta los intereses rusos en lo que antaño fue su patio trasero y se atenía, más bien, al guion norteamericano "que descansaba sobre la ignorancia y la incultura cuando se trata de la realidad rusa contemporánea, o bien sobre una construcción ideológica manquea y manipuladora", en palabras del político francés Jean-Pierre Chevènement. Ahora, a Europa, a la UE, le toca elegir: ser un actor independiente en un mundo multipolar o, por el contrario, seguir subordinados a los intereses estratégicos de Washington pese a que esa alianza vaya en detrimento de los nuestros. Nuestra geografía y vecindad con Rusia nunca se podrá cambiar; más lógico sería complementar nuestra agenda con Moscú que embarcarse en una cruzada de inciertos e ignorados resultados.

@ricardoangoso
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guvy

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