La modestia que falta en la mesa de La Habana
Opinión

La modestia que falta en la mesa de La Habana

El sueño de la razón produce monstruos, como lo retrató tan formidablemente Goya. Igual podríamos decir hoy del sueño de la revolución

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mayo 19, 2023
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Los deberes de los guerrilleros de las extintas Farc empezaban con un literal que decía:  ser honesto y veraz con el movimiento, abnegado en la lucha y modesto. Explicarlo en las aulas envolvía dar contenido práctico a sus palabras.   Honesto era mantener un comportamiento correcto, obrar de acuerdo con la decencia, ser honrado y decoroso. Veraz con el movimiento equivalía a nunca mentirle a la organización, ni a sus camaradas, ni a sus superiores.

Abnegado en la lucha se entendía como poner siempre por encima el interés del colectivo. Lo individual, lo personal, siempre estaba en un segundo o tercero o cuarto plano. Además, se le inculcaba al combatiente y a los mandos la obligación de ser modesto, esto es sencillo, sin ínfulas de ninguna clase. La fatuidad, la arrogancia, la ostentación nada tenían que ver con la conducta de un revolucionario. Tampoco con sus ideas, que había que exponerlas siempre con humildad.

En las reuniones de célula que se cumplían en todas las unidades cada quince días se criticaban con dureza las violaciones a esa regla. A los comandantes y guerrilleros de base. La crítica no era otra cosa que el reproche del colectivo, lo cual generaba un sentimiento de vergüenza. El solo temor a la crítica era el mejor aliciente para procurar cumplir los deberes. Claro, ese incumplimiento también podía ocasionar sanciones, a veces duras.

En el universo de verdades que se ha convertido hoy la realidad colombiana, exacto reflejo de las contradicciones de su sociedad, este tipo de hechos se desconocen abiertamente. Incluso con desprecio. Se los considera falsos y hasta cínicos. Cuando no manifestaciones con las que se vuelve a revictimizar a las víctimas de la barbarie guerrillera. Alzar la voz, repetir que hubo principios y reglas sagradas resulta inútil. Siempre surgirán ejemplos para demostrar que no fue así.

Recuerdo que en las primeras charlas que recibí en la guerrilla por parte del mando, éste nos enseñaba que jamás debíamos enfrentar al Ejército en presencia de la población. Así nos llamaran cobardes, lo más recomendable era huir, replegarse. Un revolucionario jamás debía exponer la vida de civiles. Eso me enseñaron, eso aprendí, eso practiqué y eso enseñé siempre a los demás. ¿Entonces por qué Bojayá?, me preguntarán enseguida.

Todos en las Farc nos avergonzamos por ello, un hecho ocurrido en el Chocó, que nos fue imputado a todos. Como luego hemos tenido que avergonzarnos de otra buena cantidad, ocurridos en uno y otro lado de la geografía nacional. Unos en medio de violentas confrontaciones, otros por fuera de ellas. Estoy seguro de que a la inmensa mayoría de los excombatientes nos duele que hubieran ocurrido, y no estamos de acuerdo con sus autores.

Pero ocurrieron, muy a nuestro pesar. Todo lo cual nos enseña, por si no lo supiéramos, que una cosa es lo que se piensa de sí mismo, y otra lo que los demás piensan de uno. Los antiguos guerrilleros de las FARC vivimos en esa dualidad. Estamos en condiciones de explicar por qué ocurrieron muchas cosas, así como también carecemos de argumentos para explicar por qué ocurrieron otras, las que negaban nuestros principios.

Entonces recordamos y entendemos en toda su dimensión la modestia. Los demás tienen pleno derecho de ver las cosas y juzgarnos como quieran verlas y juzgarnos. Razones tienen, tenemos que admitirlo y vivir con eso, pidiendo perdón incluso. El sueño de la razón produce monstruos, como lo retrató tan formidablemente Goya. Igual podríamos decir hoy del sueño de la revolución, erramos en muchas cosas.

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Manuel Marulanda, Alfonso Cano o Timo, hoy Rodrigo Londoño, fueron y son personajes representativos de la modestia, la cualidad que salva a las antiguas Farc, hoy Comunes

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Manuel Marulanda, Alfonso Cano o Timo, hoy Rodrigo Londoño, fueron y son personajes representativos de la modestia, la cualidad que salva a las antiguas Farc, hoy Comunes. Quien recuerde la arrogancia Iván Márquez y Santrich en La Habana, puede entender la razón de su dramática tragedia y fracaso. La indudable grandeza de las Farc merece respeto, pero hay que reconocer que al lado de esta anidaron innumerables miserias.

El ELN, cuyo mejor retrato de sencillez y humildad fue Manuel Pérez, hoy no se le parece nada. Menos el EMC de Mordisco, quien creyó saber más que toda la organización que aprobó por unanimidad el Acuerdo de Paz en su Décima Conferencia. Demasiadas evidencias fácticas e históricas demuestran que el rumbo elegido de guerra infinita es un crimen. También que de una Mesa de Diálogos no emerge una revolución, ni un país perfecto.

Las grandes transformaciones son productos de largos procesos históricos de lucha, que, como siempre, están comenzando y renovándose día a día. El ELN, la Marquetalia de segunda y el presuntuoso EMC no pueden desconocer que tras la cabeza de león que pretenden exhibir, se esconde un cuerpo herido y gangrenado que también cuenta a la hora de pretender un Acuerdo. Eso requiere mucha modestia, de la que hasta ahora han mostrado muy poco.

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