Para nadie es un secreto que estamos atravesando una de las peores crisis en la historia de la humanidad y no es de extrañar que la incertidumbre en las personas se acreciente con más velocidad. Es comprensible que esa zozobra acorrale a una gran cantidad de la población y los lleve a buscar respuestas y alternativas a diferentes interrogantes y problemáticas que surgen en el día a día. En una época donde reina la tecnología, lo malo no es precisamente esa curiosidad, sino lo facilista que se ha vuelto el ser humano para buscar soluciones.
Entrando en materia, uno de los sectores más afectados por estas épocas, sin duda alguna es el de la salud. Actualmente, una cadena de WhatsApp y un video en YouTube son evidencia suficiente para desprestigiar todo un gremio con afirmaciones, que en la mayoría de los casos, rayan en lo absurdo; desde el robo de huellas dactilares con los pulsioxímetros, pasando por la pérdida neuronal con el uso de termómetros infrarrojo e implantación de chips con vacunas, hasta llegar a la facturación de cada fallecido por COVID-19. Afirmaciones sin evidencia alguna que surgen de la imaginación de unos cuantos incautos y se dispersan fácilmente por los medios de comunicación masiva. Es un hecho, para crear una teoría conspirativa no son necesarias pruebas confiables, pero para publicar un artículo científico las exigencias son bastante grandes y la evidencia debe estar debidamente documentada. ¿Por qué entonces confiamos más en la teoría conspirativa que en el artículo científico?
Es lamentable que el personal de salud continuamente deba estar justificando su labor, cuando cada segundo invertido en su formación y en el ejercicio de su profesión lo están destinando únicamente al propósito de salvar vidas. Es hora de tomar conciencia como ciudadanos y valorar el esfuerzo que cada uno está realizando por la humanidad, inclusive sacrificando su propia existencia. No es llamarlos héroes ni hacerles reverencias, es permitirles ejercer plenamente su función sin obstáculos, sin amenazas, ni agresiones; y, por qué no, implementar este comportamiento con todos los oficios y profesiones existentes. Entender que no somos chefs por saber cocinar un arroz, no somos abogados por saber interpretar una norma, no somos mecánicos por saber revisar el aceite del carro, ni escribir esta nota ciudadana me convierte en un periodista. Cada profesión es un arte, es una pasión y un complemento de las demás actividades. Como especie no podremos avanzar hasta no comprender que cada persona es extremadamente importante en el cargo que desempeña.
