La ciudad con los perros

La ciudad con los perros

Los excrementos de las mascotas se han vuelto un problema. Ya es hora de que los amos tomen responsabilidad

Por: adonais jaramillo cardenas
febrero 08, 2023
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La ciudad con los perros
Foto: Pexels

La ciudad y los perros podría ser el nuevo escenario donde nos instalamos, así Vargas Llosa —que escribió una novela de juventud con este título, narrando los años duros del cuartel— nos diga que los perros son otros.

Sin embargo, los perros que nos han acompañado desde hace diez mil años, cuando nos volvimos agricultores, cubren ahora todos los vacíos sentimentales que esta civilización de ciudad construyó. Y ahora lo justo sería hablar ya de la ciudad con los perros.

Hay un reconocimiento universal de su valor. De hecho, los códigos abrieron las puertas para protegerlos contra las crueldades de las que no escapa ese afán de asimilarlos, sometiéndolos a desgarramientos corporales. Una manera disimulada de dañarlos.

Compañía de casa y de calle a donde hay que sacarlos para que se socialicen y hagan sus necesidades que no sabemos cómo atender, así los mandatos de convivencia tracen derroteros que tampoco se cumplen o malinterpretan.

Las calles de la ciudad están ahora perturbadas a causa de las señales de perro que con el orín corroen la materia viva y muerta, y que algunos vecinos desesperados tratan de conjurar con botellas de agua al lado de sus puertas de latón que se deshacen por esta causa. También los árboles urbanos que humedecen como cualquier chofer apurado se afectan.

No obstante, son los excrementos que se recogen en bolsitas negras de plástico y que anudadas se arrojan en cualquier parte, con los que los tenedores de canes creen estar cumpliendo con la ley, las que ahora representan una grave afectación pública y a lo que no se ha puesto atención; práctica que afecta doblemente, pues el empaque es incompatible con lo orgánico.

El principio de racionalidad que regula el código de convivencia no tolera esta estupidez, pero tampoco se corrige. Hasta el momento no existe campaña alguna que exija llevarlos a la casa y arrojarlos por el inodoro (es claro que sin la bolsa) o disponerlos en pacas digestoras que debieran implementarse en espacios amplios como los parques para que contribuyan a enriquecer los suelos y fortalecer los árboles.

Y este es el escenario en el que operan los amos “responsables”, porque otro muy numeroso ni siquiera los recoge, dejándolos al paso, desatando las iras del afectado, el que no tiene otra reacción que maldecir eternamente al dueño o botar el zapato.

Como los perros no evolucionaron como los gatos que entierran sus excrementos, suplamos nosotros, sus amos agradecidos de su compañía, esta carencia, disponiéndolos de manera adecuada y responsable antes que nos estalle la bolsita en la cara.

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