Vuelve el COVID-19 a recalcarle a la humanidad individualista y egocéntrica que no lo pueden vencer individualmente, sino que se necesita revivir uno de los valores que el neoliberalismo enterró hace décadas: la solidaridad.
Después de un confinamiento estricto a principios del 2020, el virus perdió fuerza y se mantuvo como una enfermedad más hasta octubre, cuando la humanidad nuevamente salió a las calles a buscar sustento y de paso retomó las costumbres arrasadoras del consumismo.
En poco tiempo se nos olvidaron las buenas intenciones y las lecciones espirituales que habíamos cultivado durante cuarentena.
Los científicos hicieron lo suyo. En tiempo récord inventaron y probaron exitosamente vacunas contra el nuevo virus. La humanidad reaccionó indiferente. El virus parecía cosa del pasado. Incluso, muchos seres humanos, con arrogancia, despreciaron la vacuna.
Gracias a la inteligencia del ser humano (un don que nos diferencia de los otros animales, pero que no todo el mundo valora) se logró la vacuna y la pelota quedó en manos de los políticos que debían buscar la forma de distribuirla.
Mientras tanto llegó Navidad, una época a la que el consumismo le borró su esencia espiritual. Creyentes o no, en viejas épocas eran unos días de unión, de reflexión y de compartir. Hoy, en cambio, es la ocasión para consumir desaforadamente. Alcohol, ropa, viajes, fiestas y comida chatarra. No hubo tiempo ni siquiera para llorar a los casi dos millones de personas que dejó la pandemia.
Retomando, los políticos tenían la tarea de distribuir la vacuna en toda la humanidad. Pues les quedó grande. Como niños en una piñata, los países más poderosos a empujones acapararon las primeras dosis. Aun así, esta es la hora que ninguno de ellos ha logrado vacunar ni al 5% de sus habitantes.
Pero el virus no descansa. Mientras la humanidad disfrutaba de su festival de estupidez, mutando el COVID-19 lograba versiones más sofisticadas de sí mismo. La cepa británica obligó a su país a volver al confinamiento. Esto sucedía precisamente cuando se preparaban para festejar que se habían separado de Europa. Una lección de humildad a quienes querían demostrar que solos podían más que en grupo.
Al parecer, algunos de los nuevos linajes del virus se han adaptado más a los robustos y sanos cuerpos de los jóvenes que hace un año, desafiando al virus, celebraban fiestas COVID-19, sin importarles las vidas de sus familiares que ponían en peligro. Pues hoy en las UCI hay muchos jóvenes cuando el año pasado solo se veían ancianos.
Si no se detiene la propagación, seguirán apareciendo nuevas cepas. Algunas de estas cepas serán resistentes a las vacunas actuales y entonces la única forma de defendernos sería con cuarentenas. Cuarentenas que acabarían con la economía mundial.
Aún hay tiempo de dejar a un lado la arrogancia y las diferencias para coordinar en el mundo entero la vacunación y de esta forma detener la circulación del virus y su peligrosa evolución.
