La historia volvió a escribirse esta tarde en el cielo de Roma. A las 6:07, de la tarde de este 8 de mayo, hora local en el Vaticano, una nube blanca emergió tímida pero firme de la chimenea de la Capilla Sixtina. Durante unos segundos, el mundo contuvo el aliento. Luego, las campanas de San Pedro comenzaron a repicar con una alegría antigua. Habemus Papam.
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Miles de fieles, turistas y curiosos —algunos con rosarios en mano, otros con celulares alzados— estallaron en aplausos mientras la Plaza de San Pedro se llenaba de lágrimas, cánticos y murmullos de incredulidad. Había quienes esperaban este momento desde el amanecer, con termos de café y mantas, bajo el sol caprichoso de la primavera romana. Otros llegaron apenas hace unos minutos, por instinto o esperanza. Todos ahora comparten un instante irrepetible.
Dentro de la Capilla, tras varios días de cónclave, los cardenales llegaron finalmente a un consenso. La decisión —como en cada elección papal— es mucho más que una cuestión religiosa. Es también política, simbólica, emocional. ¿Quién es el nuevo rostro que guiará a más de 1.300 millones de católicos en el mundo? ¿Qué heridas buscará sanar? ¿Qué prioridades marcará?
Aunque aún no se ha revelado el nombre del elegido, el protocolo avanza con solemnidad. El cardenal protodiácono, vestido de blanco y oro, aparecerá en cualquier momento en el balcón central de la basílica para pronunciar la fórmula ancestral: Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam. La frase que, desde el siglo XV, ha sellado la continuidad de la Iglesia Católica.
Mientras tanto, las redes sociales arden. Desde Manila hasta Kinshasa, desde Bogotá hasta Varsovia, millones de creyentes publican oraciones, emojis de paloma y capturas de pantalla del humo blanco. La Iglesia, que a veces parece detenida en el tiempo, vuelve a tocar el corazón digital del siglo XXI.
En minutos se sabrá el nombre, el país, el rostro. Pero por ahora, basta con saber que hay humo blanco. Que hay voz. Que hay Papa.
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