Francia Márquez, la representante de un pueblo silenciado

Francia Márquez, la representante de un pueblo silenciado

Tan solo 130 años después de la abolición de la esclavitud nació en Yolombó, Cauca, una mujer negra que llegó a ser la primera vicepresidenta de Colombia

Por: Sandra Liliana Pinto Camacho
diciembre 23, 2022
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Francia Márquez, la representante de un pueblo silenciado

“La historia del mundo no es otra que el progreso de la conciencia de libertad”

— Friedrich Hegel.

La esclavitud pareciera venir embebida en los genes de la humanidad. Antes de que las Américas fueran registradas por los historiadores europeos, ya existían esclavos entre los indígenas: aquellos capturados durante las guerras entre tribus. Tenemos conocimiento sobre ellos gracias a los escritos de los recién llegados cronistas. Por ejemplo, en textos referentes a Atahualpa, el último de los emperadores inca, se lee: “...Estavan sirviendo a los Christianos muchos Yanaconas, hombres por linage obligados a perpetua servidumbre y cautiverio, que en su vestido, tratamiento y servicio eran diferenciados de los hombres libres [sic]" [i].

Con el descubrimiento de Cristóbal Colón en 1492 del magno territorio que llamaría América comenzaría el periodo más violento y sanguinario que hubieran vivido estas tierras. Alimentado por las doctrinas del derecho natural europeo, cuyo principal pilar era la superioridad de los Estados del viejo continente sobre los pueblos nativos, los conquistadores se hicieron a una “causa justa” para arrasar con las culturas milenarias del continente, esclavizando y comercializando a los indígenas capturados a su paso durante las ofensivas.

Aunque la corona expediría en 1512 las Leyes de Burgos[ii]​ u Ordenanzas para el Tratamiento de los Indios, en las que aboliría la esclavitud indígena priorizando la evangelización de los nativos, entre los colonizadores europeos se escuchaba con frecuencia el aforismo “la ley se obedece, pero no se cumple” como justificación para continuar con esta terrible práctica. Ante la imposición de la realidad sobre las leyes, la corona no tuvo más salida que establecer una institución que permitirían a los conquistadores el “uso” de los indígenas manteniendo la apariencia de que realizaban estos trabajos forzados, libremente.

Para lograrlo más rápidamente, el virrey Francisco Álvarez de Toledo[iii] copió una práctica del imperio inca que se acomodó a la apremiante necesidad de mano de obra barata para la explotación de los territorios recién conquistados. La mita, cuya significado originario en lengua quechua era “turno”, se estableció inicialmente en Tahuantinsuyo (Perú), donde no existían los tributos monetarios, por lo que los varones en edad de trabajar cumplían con su obligación para con el Estado Inca mediante el trabajo manual que realizaban cada cierto tiempo y durante un periodo acordado. El trabajo principal era la realización de obras públicas, pero la mita podía tener incluso motivaciones de solidaridad social.

La versión española fue mucho más severa y menos altruista, obligando a la séptima parte de los adultos varones casados de cada pueblo indígena a trabajar un año de cada seis en diferentes trabajos pesados entre los que se cuenta la explotación de las minas de Potosí a Cuzco. La fuerza de trabajo era provista a los propietarios de dichas minas a un costo mínimo aumentando la producción de lo que posteriormente sería enviado a la madre patria [iv]. A medida que las enfermedades (muchas de ellas traídas por los españoles) y la rudeza del trabajo causaban la muerte de los indígenas, el número de trabajadores para poder cumplir con la cuota impuesta por los encomenderos disminuía. Fue así como a aquellos que sobrevivían les exigían tener que trabajar jornadas aún más extensas y penosas que acababan aún más rápido con su aliento, repitiendo un ciclo fatídico que los llevaría poco a poco al exterminio.

Ante la aniquilación indígena, el padre Bartolomé de las Casas, antiguo encomendero quien había decidido no seguir participando de las atrocidades cometidas contra los pueblos indígenas, intercedió ante el rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, para que reemplazará a los indígenas por negros  africanos para el laboreo de las minas, logrando su cometido. El proceso comenzaría con el primer desembarco en 1518, en donde la comercialización y distribución de los negros esclavos se haría a través de un contrato denominado “asiento”, formalizado entre la corona española y un contratista o asentista.

El valor que se pagaba por un esclavo podía variar entre 150 y 250 pesos si se encontraba en buenas condiciones y tenía una edad entre 16 y 18 años, lo cual era bastante si se tiene en cuenta que para la época una “casa de tapia y teja baja con una tienda” se vendía en Santafé en 900 pesos; “luego se procedía a marcarles en la piel con un hierro calentado al fuego al rojo vivo la marquilla, tal y como se hace con el ganado vacuno, usualmente en el pecho con la “R” de la corona real y en la espalda con las iniciales del comprador. Se sabe de algunos, sin embargo, que lo hicieron en el rostro del infortunado [v]”.

Solo sería hasta 1819, tres siglos después de la llegada del primer desembarco de negros africanos, cuando el Libertador Simón Bolívar al instalar el Congreso de Angostura, manifestaría su intención de dar la libertad absoluta a los esclavos lo que se sólo se concretaría en 1851, más de treinta años después, cuando el presidente José Hilario López sancionaría una ley que daría la libertad a “todos los esclavos que existieran en el territorio de la República”.

Para que los antiguos amos no perdieran el dinero invertido, se crearon unas Juntas de Manumisión que expedían certificados de presentación, avalúo y libertad de cada esclavo, que podían cambiar por unos vales de manumisión, cuyo valor iría reconociendo paulatinamente el Estado. La aplicación de la ley, como lo dispone su artículo primero, se daría a partir del 1º de Enero de 1852, cuando los esclavos “...gozarán de los mismos derechos y tendrán las mismas obligaciones que la constitución y las leyes garantizan a los demás granadinos”.

Tan solo 130 años después de la abolición de la esclavitud nació en Yolombó, Cauca, una mujer negra que llegó a ser la primera vicepresidenta de Colombia, Francia Elena Márquez Mina. Pues bien, hace un par de semanas, a sus 41 años, ella fue seleccionada por el prestigioso periódico británico Financial Times como una de las 25 mujeres más influyentes del año [vi]. La lista fue hecha por reconocidas figuras de la opinión pública como Marina Silva, exministra del Medio Ambiente de Brasil, quien escribió el siguiente perfil de la política colombiana que emociona profundamente al recordar la lucha de muchos por la libertad que ahora ella representa:

Abogada, ambientalista, vicepresidenta, Francia Márquez representa a todo el pueblo silenciado durante los cinco siglos en que se escribió con sangre negra e indígena la historia de América. Su presencia en el escenario político le dice al mundo que existimos, tanto como denuncia de la esclavitud que nos ha marcado como semilla de nuestra esperanza de vida abundante en la tierra. Su voz anuncia un futuro soñado por nuestros antepasados, donde todos podamos, con dignidad, saborear los mejores sabores de la vida [vii].

[i] De Herrera, Antonio. Historia General de las Indias Occidentales, Década V, Libro III. Pág. 47

[ii] Fueron firmadas por el rey católico Fernando II el 27 de diciembre de 1512.

[iii] Quinto virrey del Perú. Ocupó dicho cargo desde el 30 de noviembre de 1569 hasta el 1 de mayo de 1581.

[iv] Klein, Herbert. Historia mínima de Bolivia. Colegio de México.

[v] La esclavitud en Colombia: yugo y libertad. Archivo General.

[vi] The Financial Times' 25 Most Influential Women of 2022

[vii] Francia Márquez es una de las 25 mujeres más influyentes de 2022, según Financial Times

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