Jaime Bateman Cayón fue en efecto un loco bastante iluminado y particular que hablaba de política con frases verosímiles y con todo el largo cuerpo como suspendido en el viento, mientras sostenía que la revolución sería posible solo mediante una cadena de afectos.
Era ciertamente un guerrillero, una condición cuestionable por violenta a la luz de hoy; pero un guerrillero decoroso, solidario, encantador, colmado de planteamientos ideológicos lúcidos y coherentes, en un momento de la historia mundial en la que alcanzar el poder por la vía armada era una posibilidad, incluso la única en un país como Colombia en donde cualquier expresión política que no fuese liberal o conservadora había sido desde inicios del siglo XX y seguía siendo duramente sentenciada a muerte, o a exilio en el mejor de los casos.
Desde el comienzo de la insurrección que lideró en el M-19, Bateman planteó la necesidad de llegar a un acuerdo en el que no se diera más la desolación y la suciedad que trae consigo la guerra, un acuerdo que precisamente luego de su muerte se concretó en 1990 con el gobierno de Virgilio Barco, el primer pacto de esta magnitud en América Latina entre un gobierno y una fuerza insurgente.
Armando Benedetti, en esquina diametralmente opuesta, es un político acomodaticio, en todo el sentido de la expresión un politiquero, un mercader de vacío; alguien de cuestionadas hechuras éticas en ámbitos administrativos, que sabe eso sí hacerse pasar por loco, conseguir eficientes abogados, ubicarse bien y, de cuando en vez, cumplir un rol.
De manera que la comparación lanzada por el presidente Petro en el desaguisado Consejo de Ministros televisado antes de ayer, en cuanto a Bateman y Benedetti, acerca de la encantadora locura de uno y la acomodaticia enajenación del otro, es desde todo punto de vista desatinada, más incluso que la propia reunión de ministros que se percibió como una cadena de errores, pero varias verdades y estrategias dejó ver (Un cuadro muestra todo a cualquiera que sea capaz de verlo, afirmaba Milan Kundera).
Lo de Bateman y Benedetti, puntualizando en la comparación, en fin, es dislocado si se le aprecia desde la reflexión de un sectario, como desde la visión del más ecuménico de los comentaristas.
Benedetti, ya lo habíamos dicho el 28 de noviembre pasado en esta columna, venía en cierto modo a desbaratar; terminaba su especie de sabático en la representación diplomática de Colombia en la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Entonces afirmábamos: “Si se suma el costo económico, estratégico y a la postre político, de sus fallidos pasos por las embajadas en Venezuela y en la FAO, lo peor no sea quizá lo acontecido hasta ahora, sino lo que viene. Este personaje, investigado en Colombia por varios asuntos, regresa para seguir actuando, para seguir andando, para seguir haciendo lo suyo”.
"Los favores políticos se pagan, pero el de Benedetti es un costo muy alto"
“Los favores políticos se pagan, pero el de Benedetti es un costo muy alto, un paquete que significa mucho peso y mucho en daño de imagen para el gobierno y el Estado colombiano”.
Y no tardó mucho en quitar la espoleta de la granada. Quizá sea su mejor actuación en estos tiempos, no resultará nada bien en el camino más largo.
