"El perro sabe, pero no sabe que sabe".
Con una habilidad turbadora y el sigilo propio del avezado cazador, ensarta con su lanza al gozque callejero paralizándolo hasta el estupor —condición clínica veterinaria, esquemática de la reacción animal ante un batacazo— mientras que en cuestión de segundos, su acompañante; (una mujer nativa con sus atavíos y crio cargado en la espalda), bayoneta en mano, asesta un certero y calculado machetazo en la base de la testuz, obteniendo el estado de catalepsia de la presa rápidamente encostalada que de manera ágil y disimulada es cargada desapareciendo del lugar de la escena, en la misma forma que emergieron.
No es el relato imaginario de una acción de cacería en un bosque o lejana selva, es la narración verídica de lo que pocos han observado en plenas calles de cualquier ciudad y que ha acontecido en espasmódicos momentos del día o de la noche, ante transeúntes descuidados, que en el afán dicharachero, no dimensionan la desventura de la redada perruna, ejecutada despreocupadamente por una yunta anónima que se esfuma sin llamar la atención con el botín al hombro.
El coto de caza está en la urbe y los rastreados son los perros callejeros.
¿Cómo se explica hoy que no se tropiecen caninos deambulando por céntricas y concurridas calles citadinas?, ¿de dónde esa pasmosa calma perruna en los sitios de comidas chatarra?
Agrada observar que en ventas populares, al transitar por calles o ciclo-rutas, no se atraviesa el canino, que hace perder los estribos a cualquiera y obliga a vociferar “quítese de ahí perro chandoso”, como si, pasa con los politiqueros que pretenderán ahora deambular y franquear los sitios públicos para notificar al ciudadano de su existencia y candidatura a ser elegidos en el gobierno
Culturalmente, en nuestro medio no se imagina consumir carne de perro, y más al inferir que gastronómicamente se está comiendo a un “amigo”, razón viva para no admitir que la costillita ahumada no es de peor calidad de otras, ni mala para la salud humana, simplemente no consumirla es un gravamen emocional diferente de tutelar pollos o peces como mascotas. Los hindúes que veneran a sus vacas a veces se comen a sus perros, y muchos colombianos nos hemos tragado unos cuantos sapos.
Sabido es que la cocina oriental tiene preferencia por los platos aderezados con carne de perro como ingrediente principal, Corea, China, Japón, Vietnam, Taiwán, Filipinas e Indonesia se deleitan en el guiso perruno y se relamen en la fuerza y virilidad que proporciona cada ración, también se sabe de la habilidad de nuestros nativos para dominar el arte de atrapar la presa sin el barullo y escándalo de la persecución.
Ante realidades de extrema necesidad y otras, sin los remilgos sociales y culturales impuestos, en épocas de guerra y posconflictos, se ha consumido carne de perros y gatos para solventar en parte las amenazas de hambruna, como las del pasado reciente en la misma Europa hoy una norma religiosa de los clérigos islámicos dentro del conflicto sirio, permite a la población consumir carne de perro desde el 2013.
Las condiciones implantadas para la escasez de alimentos están dadas, y vienen caminando desde la maltrecha Venezuela, incluidas en la migración y el desplazamiento de mucha gente desertando aterida de un régimen, que impondrá condiciones peores que las de comer mascotas para soliviar el hambre.
La escasez de perros se avecina y habrá que cuidar del que se tiene en casa.
Por ahora, saborea un buen “perro caliente” y recréate en las calles sin perramenta.
