Las últimas semanas han sido, en término noticiosos, explosivas. El país político ha sido estremecido con escándalos de proporciones desconocidas hasta ahora en una campaña presidencial.
Los hechos deben ser ya bien conocidos por los lectores de esta página, por lo que enumerarlos es innecesario. Si hiciera falta contextualizarse, invito a quien lea esta nota a que lea los diarios nacionales y las revistas y portales de opinión.
Siendo, como digo, conocidos los hechos, viene entonces una breve reflexión.
Es increíble, es lamentable, es desconsolador el panorama político actual. La sed de poder y las rencillas personales han opacado la campaña presidencial. No se están escuchando y sopesando iniciativas, no se están debatiendo públicamente las necesidades del país, no se está construyendo un proyecto nacional. Lo único que se ha escuchado desde hace ya mucho tiempo es un sinfín de ataques personales, cuyo posible resultado será la victoria del candidato menos perjudicado y no la del que presente un mejor programa de gobierno.
Ni el presidente-candidato ni su –teóricamente- rival más cercano han presentado propuestas concretas, sino que se han dedicado a lanzar promesas rimbombantes, ensalzar sus propios logros y atacar a su contrario. Colombia parece estar condenada a que gobierne los próximos cuatro años alguien a quien no se le ocurrió que habemos millones de ciudadanos esperando soluciones a tantos y tan graves problemas, y que no hemos tenido una oportunidad real de escuchar propuestas para votar con sensatez.
Los otros candidatos no han podido hacer mucho tampoco porque la absurda batalla de egos que se está librando entre los supuestamente más opcionados, no les ha dejado espacio para exponer y debatir sus programas –llamativos algunos, además- y les toca quedarse ahí, en la sombra, trabajando con las uñas.
Es verdaderamente indignante que el debate de los terribles problemas que tiene Colombia esté opacado por disputas personales en las que, como se ha visto, parece que cualquier cosa vale.
Las campañas de los “pequeños” son realmente interesantes, y si el presidente-candidato y el candidato del Centro Democrático no estuvieran ahí estorbando (porque eso es lo que, al fin de cuentas, están haciendo), habría un debate muy llamativo y seguramente se daría un cambio drástico y positivo en el rumbo del país.
Las mujeres de la campaña, Clara López Obregón y Marta Lucía Ramírez, han sido unas verdaderas damas. Ambas, desde su orilla ideológica, han procurado enfocarse en presentar un programa de gobierno, soluciones, ideas, un proyecto de país. Ellas, por la decencia con que se han mantenido al margen de las peleas y los escándalos, por las dificultades que han tenido que superar en su campaña, por sus trayectorias políticas impecables, incluso hasta por ser dos mujeres con verdadero talante de Presidentas, deberían ser quienes se disputen la Presidencia de la República.
El otro candidato, Enrique Peñalosa, tendría también sobrados méritos para estar en la pelea con verdaderas opciones, más allá de que sus ambigüedades ideológicas susciten polémica. Él, como Clara López y Marta Lucía Ramírez, se ha enfocado en presentar una propuesta evitando las peloteras personales.
A ellos tres hay que reconocerles, además, que han sido originales, que no han utilizado sus méritos para atacar a nadie, que han trabajado sin descanso a pesar de que las dos “presuntas” campañas con más opciones acaparen los espacios publicitarios.
Esta nota, con lo poco que pueda influir desde este portal, es un llamado a la reflexión. Es un llamado a la cordura. Es un grito de auxilio. La campaña presidencial no puede seguir enfrascada en peleas y escándalos, desconociendo los verdaderos problemas. Si de ideologías se tratara, entre las tres verdaderas campañas presidenciales hay para todos las posturas. Pero tenemos que sacudirnos, tarde o temprano, y mirar otras opciones. No podemos asumir que estamos condenados a que las cosas no cambien.
Ya basta de este letargo, afuera Colombia no aguanta más.
