El edificio Mónaco, de Pablo Escobar, se va al suelo

Medellín cuenta con vos

El edificio Mónaco, de Pablo Escobar, se va al suelo

Este forma parte del narco tour, pero Federico Gutiérrez lo demolerá para convertirlo en un parque, homenaje a los que cayeron en la demencial guerra del narco

Por:
febrero 26, 2018
El edificio Mónaco, de Pablo Escobar, se va al suelo

Las rejas están oxidadas. La basura se acumula en la entrada de sus ocho pisos. Adentro ya no queda nada en el penthouse de 1.600 metros cuadrados donde vivió por cortos periodos de tiempo el Capo. Los enchapes de oro de los baños, las mesas de billar con el que sus guardaespaldas, jóvenes sicarios de las comunas de Medellín, mataban el tedio de la tarde, la colección de 70 autos viejos, los cuatrimotos con los que Juan Pablo, el hijo del capo, desesperaba todas las tardes a los vecinos del sector, todo eso se lo han llevado 30 años después de que el Cartel de Cali decidiera poner un carro bomba con 80 kilos de dinamita frente al edificio Mónaco.

Treinta años después los vecinos de Santa María de los Angeles deben seguir soportando el estigma de compartir cuadra con Pablo Escobar. Es que todos los días llegan a la estructura abandonada más de veinte vehículos, entre taxis y busetas, atestados de extranjeros que han pagado USD $ 750 para los narcotours que sacian su morbosa curiosidad por saberlo todo sobre el capo. Hasta figuras de la música mundial como el rapero Whiz Khalifa, han ido hasta este sector del Poblado a tomarse fotos con el edificio Mónaco de fondo.

La historia del Edificio Mónaco empieza en 1986. Por esa época Pablo Escobar vivía un periodo de relativa calma después de la cacería de la que fue objeto entre marzo de 1984 y enero de 1986, luego de que decidiera mandar asesinar al Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, Escobar incluso se resguardó en Panamá en donde su aliado, el dictador Manuel Antonio Noriega, le brindaba todo el apoyo a él y a sus hombres de confianza del cartel de Medellín. En 1986 regresa al país y decidió  ubicar a la familia en el tranquilo sector de Santa María de los Ángeles. Compró  dos mansiones representativas y ante el asombro de los vecinos las derribo para levantar en tiempo record de cinco meses, un edificio de ocho pisos en donde viviría él, su familia y sus guardaespaldas de confianza.

Desde ese momento la vida de los vecinos del lugar cambiaría para siempre. Las caravanas que protegían a Erminda Gaviria, mamá del capo, y a María Victoria, su esposa, hacía que el tráfico en la cuadra fuera imposible. El ruido que se escuchaba desde adentro era ensordecedor. Debajo del Mónaco se abre una infinidad de túneles como si fuera un inmenso queso gruyere. Eran los surcos de fuga que había preparado el capo para cualquier eventualidad. Las canchas de tenis que mandó a construir era el escenario en donde diferentes orquestas nacionales amenizaban las cada vez más comunes fiestas familiares que ensordecían el barrio. Cuando, después de la tarde, Juan Pablo, el hijo consentido del capo, salía por las calles del barrio a andar enloquecido en su cuatrimoto, todos debían esconderse. Juan Pablo, escoltado por tres camionetas Toyotas, violaba las reglas de tránsito a su antojo. No había límites en 1988 para el hijo de Pablo. Pablo era Pablo como rezaba un graffiti de la época que se esparcía por todos los rincones de Medellín.

Los únicos que le disputaban la supremacía eran los hermanos Rodríguez Orejuela, jefes del Cartel de Cali, quienes el 13 de enero de 1988 dejaron un carro bomba con 80 kilos de dinamita frente al Mónaco, matando a tres de sus hombres. Escobar no estaba allí pero si su familia. Manuela, su hija menor, perdió desde ese día la audición de su oído izquierdo. Escobar, desde ese momento, desplegó una ofensiva contra el Cartel de Cali que se reflejó en los más de setenta puntos de Drogas la Rebaja destruidos en todo el país.  El atentado hirió a más de treinta vecinos de Santa María de los Ángeles.

 

El edificio sería abandonado por los Escobar y la Dirección de Estupefacientes, en 1989, le entregó el Mónaco a la Asociación Cristiana de Asistencia y Rehabilitación Asocar. Ya, para esa época, la mayoría de puertas, ventanas, baños y grifería había desaparecido. Los ascensores ya no servían y las canchas de tenis, junto a las piscinas, presentaban el aspecto de abandono que las han acompañado en los últimos treinta años. En la época de los noventa, poco después de la muerte de Escobar, el predio fue ocupado por una compañía de salud pre-pagada, un bufete de abogados, una marroquinera y una oficina de publicidad. En 1998 los vecinos volvieron a alertarse cuando El CTI fijó su sede en Mónaco. En solo cuatro años de funcionar en ese lugar estallaron seis bombas.

A mediados de la década pasada Mónaco no fue habitado por nadie más. Se convirtió en un foco de plagas de zancudos en las piscinas –los vecinos se reunían para saltar la reja y tapar con paletadas de arena los focos infecciosos- y los sótanos que alguna vez sirvieron para guardar los carros de lujo del capo pasaron a ser nidos de ratas.

Ante las quejas repetidas de los vecinos Federico Gutierrez aprovechó la vitrina turística de Anato, en su versión 2018, para repetir una vez más que Mónaco, antes de diciembre del 2018, será demolido. Todos en la ciudad celebraron la decisión aunque los más felices, sin duda, son los vecinos de Santa María de los Ángeles.

El alcalde de Medellín Federico Gutiérrez quiere que este símbolo de la guerra se transforme en un homenaje a la memoria de las víctimas, un Nunca más, a la guerra y a La existencia de Pablos Escobares capaces de poner en jaque una sociedad, de doblegarla a punta de atentados y muertes. El edificio al fin caerá y el lote en el que está construido será un parque que en homenaje a los jueces, policías y periodistas que murieron trituradas por la máquina de guerra que desplegó sobre la ciudad Pablo Emilio Escobar Gaviria. La idea de Gutiérrez es que éste y todos los símbolos de la ilegalidad se vayan al suelo.

Esta no era la primera opción que se le había ocurrido a Gutiérrez con Mónaco. Recién empezó su alcaldía en enero del 2016 le pidió a la Universidad Nacional hacer un estudio para saber cuánto podía costar recuperar el predio. La cifra echó por la borda cualquier intento de restauración: $33.165 millones, un presupuesto inalcanzable. Así que la solución fue derribarlo. En diciembre sus ruinas transformadas en un bello espacio le permitirán finalmente a los Medellinenses doblar la página.

 

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0
Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--